Professor William's began working on the Colomibian novel in 1975 when he received a Fulbright Scholarship to research in Colombia for one year for his doctoral dissertation on the Colombian novel, 1968-1975. In the early 1970s, the few critics who paid attention to the contemporary Colombian novel focused on either Garc¨ªa M¨¢rquez or the novel of La Violencia. In 1976, he published a brief introduction to the contemporary Colombian novel, La novela colombiana contempor¨¢nea. Plaza y Jan¨¦s eventually published 20,000 copies of this short book as part of a collection on Colombian culture and society, so this brief introductory had considerable impact in Colombia. Two more substantive studies followed: Una d¨¦cada de la novela colombiana: la experiencia de los setenta (1981) and The Colombian Novel, 1844-1987 (1991). In each of these studies, he attempted to offer to approaches to reading the Colombian novel, to introduce relatively unknown writers to readers and critics, and in the last of the three books, he entered into considerable discussion of the political, social and cultural contexts important for the reading and analysis of the Colombian novel.
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Prólogo
El presente estudio intenta presentar análisis de las novelas colombianas
más destacables de la década de los setenta. Al mismo tiempo se
espera dar una visión en conjunto de la novela colombiana durante ese
período. Se ha escogido una novela clave para cada año del decenio
para someterla a un comentario analítico, seguido por comentarios breves
sobre las otras novelas del mismo año. Esta organización, como
todas, tiene sus ventajas y desventajas. Escoger obras principales me ha permitido
analaizar detenidamente la escritura de los novelistas que son, a mi juicio,
los mejores que ofrece Colombia en el momento actual. Todos ellos, con la excepción
de dos, han publicado más de una novela de valor. Una excpeción
es Andrés Caicedo, que murió en 1977, poco después de haber
mostrado notables dotes como escritor con la publicación de su primera
novela. Su novela me ha parecido tan importante, por varias razones que se explican
en el estudio, que la he escogido como representante del año 1977, en
lugar de obras de novelistas algo más establecidos como Gustavo Alvares
Gardeazábal y Alberto Duque López. En 1979 he abogado por la primera
de Plinio Apuleyo Mendoza por ser, a mi modo de ver, la mejor novela del año,
un juicio que compartió el resto del jurado del Premio de Novela Plaza
& Janés en el que participé en 1979. Hay que notar también
que, a pesar de ser su primera novela, Mendoza no es precisamente un novato,
es un escritor ya maduro de curenta y ocho años que contaba ya con un
volumen de cuentos bastante antes de la publicación de la novela. En
cuanto a la visión en conjunto de la década, se ofrecen observaciones
breves sobre unas cuarenta y nueve novelas en total. Quisiera afirmar que no
las considero de ningún modo obras "menores". Al contrario,
varias de ellas son comparables a las novelas escogidas como claves en cuanto
a su calidad, y las considero en algunos casos de mérito literario igual
al de lo mejor de la novela hispanoamericana en general. Son novelas dignas
de ser leídas por cualquier lector interesado en la ficción contemporánea,
aunque algunas de ellas, por razones de temática o contextos histórico-culturales,
serán de poco interés fuera de Colombia. Todas ellas merecen más
atención crítica de la que han recibido hasta ahora, con la posible
excepción de García Márquez. Se debe aclarar que estas
observaciones y enjuiciamientos acerca de los autores de la década se
refieren exclusivamente a su trabajo como novelistas. Es importante notar, por
ejemplo, que escritores como Darío Ruiz Gómez y Oscar Collazos
(que en los otros género se ha destacado en todo el mundo hispánico),
entre otros, evidentemente ocuparían posiciones diferentes en un estudio
que no se limitaría exclusivamente al género de la novela.
El número de estudios que van publicándose sobre la novela colombiana
difiere notablemente del presente, tanto en su enfoque como en metodología.
La narrativa actual de Colombia y su contexto social de Román Lópeza
Tamés formula conclusiones acerca de la soledad como parte de la sicología
nacional, la naturaleza de la época de La Violencia, y el papel de la
Iglesia en la sociedad colombiana. El enfoque de Escritos sobre literatura colombiana
de Luis Iván Bedoya M. es más general que el presente estudio;
Bedoya comenta la literatura colombiana de todos los géneros desde María.
En Sesenta minutos de novela en Colombia de Uriel Ospina, se trata más
bien del anticuado impresionismo crítico. Un libro de innegable valor,
y absoultamente imprescindible para el estudio de la novela colombiana es La
novela colombiana: planetas y satélites de Seymour Menton. Menton ha
concebido este libro, no obstante, de un modo del todo opuesto al libro que
se propone aquí. La distinción entre "planetas" -obras
que el considera básicamente como clásicas- y "satélites"
- novelas de "menor magnitud"- crea para mí varios problemas.
Puede preguntarse primero si el concepto de obras clásicas -que perduran
a través de los siglos- sirve para la literatura moderna., desde los
escritos vanguardistas de los años veinte, es rechazar cualquier necesidad
por crear una literatura perdurable. En este estudio me interesa principalmente
la experiencia que las novelas en cuestión pueden crear para el lector
de hoy; la pregunta de hasta qué punto pueden ser novelas válidas
en siglos futuros es tal vez interesante, pero fuera del enfoque de este trabajo.
Hay otras discrepancias más bien menores entre las observaciones de Menton
y las de este estudio; serán evidentes con la lectura de los dos libros.
Son cada día más necesarias las clarificaciones acerca de terminología
y las suposiciones teóricas. Me parece desafortunado el término
"crítica" para definir el trabajo que hace el lector profesional
de literatura. La palabra "crítica" en sí implica ciertas
connotaciones negativas. Por eso prefiero el término "analista"
a "crítico"; el trabajo principal es dar análisis que
puedan agregar algo a la lectura ya la apreciación de novelas. He intentado
evitar el tipo de comentario que algunas consideran, desgraciadamente, como
obligatorio del "crítico" literario: (1) no busco "influencias",
aunque a veces noto puntos de contacto que pueden revelar contantes en el desarrollo
de la novela colombiana; (2) no busco "símbolos"; aunque me
interesan todos los niveles de comunicación del texto, incluso el nivel
metafórico; (3) no ofrezco recetas, es decir, intento resistir la tentacioón
de explicarles a los novelistas cómo deben escribir. Se ha hecho un esfuerzo
por evitar la terminología técnica que pudiera estorbar la lectura
para el lector no-especialista. Cuando se han empleado algunos términos
técnicos (de Gennette, Ong, Barthes, entre otros) se los ha definido
con notas de pie de página. Dos conceptos importantes en este estudio,
experiencia y dinamismo, se basan en el uso que hace de ellos John S. Brushwood
en The Spanish American Novel. Experiencia se refiere al proceso de llegar a
ser de una novela. Una novela es una experiencia para su lector tal como un
amanecer es una experiencia para su observador. (Wolfang Iser emplea un término
paralelo cuando habla del acto de "realizar" una obra. The Acto of
Reading, Baltimore: John Hopkins Press, 1978.) El dinamismo es el factor que
vitaliza, y tal vez revitaliza, esta experiencia. Sostiene el proceso de cambio
en una novela. Finalmente, ha que recordar que el término "punto
de vista" no se emplea en el sentido común y corriente de la palabra
(una "opinión) sino que se refiere al flitro por el cual se comunica
la información narrativa, en primera, Segunda o tercera persona.
Creo que este libro nació en 1973, cuando, siendo estudiante graduado
de literatura hispanoamericana en la Universidad de Kansas, un vecino (colombiano,
claro) me habló de algunos jóvenes escritores colombianos. Desde
entonces vinieron años de lecturas, aprendizaje y publicaciones iniciales.
He ido recogiendo ideas de maestros, colegas y alumnos. Me gustaría nombrar
todas esas personas, pero sería una lista muy larga. (Además del
problema de la falta de datos exactos, nunca supe cómo se llamaba ese
vecino tan amable y bien leído.) Agradezco a la Comisión Fulbright
de Colombia y a su director, doctor Francisco Gnecco Calvo, porque el año
de residencia e investigaciones en Colombia fue imprescindible por razones obvias.
Tres personas que han comentado mi trabajo sobre la novela colombiana en distintas
etapad de su desarrollo fueron John S. Brushwood, Raymond D. Souza y Michael
Doudoroff. Para un extranjero como yo ha sido especialmente grato conocer y
aprender de algunos de los novelistas colombianos mismos, en distintos modos
-entrevistas, cartas, simposios, etc.: Marco Tulio Aguilera Garramuño,
Laureano Alba, Gustavo Alvarez Gardeazábal, Albalucía Angel, Fanny
Buitrago, Néstor Gustavo Díaz, Gabriel García Márquez,
Manuel Mejía Vallejo, Plinio Apuleyo Mendoza, Augusto Pinilla, Héctor
Rojas Herazo, Flor Romero de Nobra, Darío Ruiz Gómez, Héctor
Sánchez, David Sánchez Juliao. Benbur Sánchez Suárez,
Fernando Soto Aparicio y Manuel Zapata Olivella Doy gracias especial a una colombiana
gnerosa cuya labor eficaz en este manuscrito me ha resuelto innumerables problemas,
Lucía Garavito. Todas esas personas, y otras no nombradas, contribuyeron
a lo que aquí ofresco, pero la exposición es mía, como
míos serán los errores que en ella se encuentran.
INTRODUCCION A LA NOVELA COLOMBIANA CONTEMPORANEA
Muchos años después, frente al pelotón de
fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Para muchos lectores –y tal vez aun para algunos
especialistas en la literatura hispanoamericana- la novela colombiana
contemporánea comienza y termina con la lectura de la novela que ha hecho de
las palabras de esta primera línea sean inmortales en la literatura
hispanoamericana. En realidad esta obra maestra que es Cien años de soledad
resulta ser sólo la novela más destacable en una tradición de la prosa de
ficción que abarca más de un siglo. [1] La novela colombiana contemporánea, o
sea las obras narrativas que corresponden a la “nueva narrativa” o al “boom”,
tiene su punto de partida en Colombia con la publicación de tres novelas
claves: La hojarasca (1955) de García Márquez, La casa grande
(1962) de Alvaro Cepeda Zamudio y Respirando el verano (1962) de Héctor
Rojas Herazo.[2] Estas tres novelas emplean técnicas que difieren de las
estructuras, suposiciones y exigencias decimonónicas. A la que sus estructuras
eliminan la relación normal entre causa y efecto, crean nuevas exigencias para
el lector, provocan su participación activa. No sobra notar otras numerosas
novelas que contribuyen al proceso de la novela colombiana contemporánea, todas
ellas publicadas
antes de 1967, el año de Cien años de soledad: La
calle 10 (l960) de Manuel Zapata Olivella, La ciudad y el viento
(l961) de Clemente Airó, El coronel no tiene quién le
escriba (1962) de García Márquez, La
rebelión de las ratas (l962) de Femando Soto Aparicio, Manuel Pacho (1962)
de Eduardo Caballero Calderón, La mala hora
(l962) de García Márquez, Camino en la sombra
(1963) de José A. Osorio Lizarazo, El hostigante verano de los dioses
(1963) de Fanny Buitrago, Mientras llueve (l964)
de Soto Aparicio, En Chimá nace un santo (l964)
de Zapata Olivella, El día señalado (1964) de Mejía Vallejo, El bueno
salvaje (1966) de Eduardo Caballero Calderón,
y Los días más felices del año (l966) de
Humberto Navarro.
Se pueden diseñar tres tendencias
generales de la novela colombiana a partir de 1967. Siguiendo la tradición de Cien
años de soledad (y de La hojarasca, La casa grande y Respirando
el verano) existe una vertiente de regionalismo trascendente.[3] Son obras
con una base regional, pero la experiencia del lector supera esos límites.
Además de García Márquez, autores como Héctor Rojas Herazo, Gustavo Alvarez
Gardeazábal y Flor Romero de Nohra novelizan con tendencias dentro de esta
línea. También hay una tendencia en la cual el manejo a nivel de la estructura
es fundamental a la experiencia. Esto lleva a minimizar la importancia de la
anécdota, o al menos del desarrollo continuo de tal contenido anecdótico. Por
consiguiente se indinan a ser obras fragmentarias. Aquí figuran Héctor Sánchez,
Albalucía Angel, Alberto Duque López y Marco Tulio Aguilera Garramuño. Y por
último se puede notar una tendencia hacia la novelización de un concepto, como
en el caso de Cola de zorro de Fanny Buitrago. Un proceso semejante,
aunque no precisamente igual, es el empleo explícito de conceptos para crear
una experiencia fundamentalmente intelectual, característico de Oscar Collazos,
Benhur Sánchez Suárez y Carlos Perozzo. Hay que enfatizar el hecho de que
nos referimos a tendencias generales, y
no se intenta establecer, ni sugerir, "escuelas" o categorías
excluyentes. Llevando esto a un extremo, lógicamente se podrían denominar
muchísimas más tendencias –una para cada novela estudiada--. Ciertos
novelistas, por ejemplo, siguen publicando novelas dentro de los cánones de la
novela del siglo XIX. A partir de El otoño del patriarca se nota un
interés creciente en el trabajo a nivel del lenguaje mismo y en el espacio
físico del texto (especialmente la puntuación), lo que recalca los efectos que
tradicionalmente han sido llamados "poéticos". Si se presta atención
sólo a la temática, dejando de lado la técnica narrativa, siempre se puede
discutir la novela de La Violencia en Colombia. Y como casi siempre es el caso
cuando se establecen categorías, hay novelas que no caben en ninguna, o que
caben en mas de una. Dos novelas bastante ajenas a cualquier clasificación del
tipo sugerido, por ejemplo, son Aire de tango de Mejía Vallejo y ¡Qué
viva la música! de Andrés Caicedo, obras bastante destacables durante la
década. Hay que ver estas tendencias, entonces, como meros intentos por
establecer un punto de partida para el lector que no conozca la novela
colombiana contemporánea.
Varios factores cuasiliterarios
afectaron la novela colombiana de la década de los setenta. Dos de esos
factores notables fueron el así designado "problema editorial" y el
otro el de la crítica. Es bien conocido que el problema editorial consiste en
la falta de editores en Colombia. De
hecho, tradicionalmente ha sido un requisito establecerse fuera del país -----publicar y llamar cierta atención
crítica-- antes de esperar algún reconocimiento adentro. Tal ha sido el proceso
con la mayoría de los novelistas de los setenta, desde García Márquez hasta
Alvarez Gardeazábal. En los años que siguieron inmediatamente a la publicación
de Cien años de soledad no había dónde publicar una novela colombiana
dentro del país para que tuviera difusión nacional, y ni hablemos de difusión
en el mercado internacional. Varios datos interesantes revelan los problemas
---y
conceptos populares pero falsos--- relacionados con la
publicación de libros de autores colombianos. Primer dato: de las cuarenta y
nueve novelas aquí estudiadas (todas
publicadas entre 1970 y l979), veintinueve fueron
editadas en Colombia y veinte en el extranjero. A pesar de las dificultades,
entonces, los autores colombianos de valor –y confío en que mi selección
representa los novelistas de más valor--- sí pueden publicar en Colombia.
Segundo dato: de las cuarenta y nueve novelas, sólo dieciséis de ellas
fueron publicadas entre l970 y 1974, y treinta y tres
en la segunda mitad de la década. Es probablemente un indicio del impacto
avasallador de Cien años de soledad. También hay que notar que muchos de
los jóvenes ---Sánchez, Duque López, Angel y Alvarez Gardeazábal-- apenas
estaban comenzando sus carreras literarias en esa época. Otro
dato relacionado con estas circunstancias: de las
dieciséis novelas publicadas en la primera mitad de la década, sólo siete de
ellas fueron publicadas en Colombia, lo cual indica que verdaderamente había un
problema editorial en Colombia a principios de los setenta. A mediados de la
década la situación cambió radicalmente con el creciente
apoyo de dos editoriales. La editorial Plaza &
Janés inició el cambio al publicar la obra de García Márquez y una edición
colombiana de El bazar de los idiotas de Alvarez
Gardeazábal en l974. A la vez el Instituto Colombiano
de Cultura (Colcultura) publicó Estaba la pájara pinta sentada en el verde
limón de Albalucía Angel en 1975, seguida de la publicación de tres novelas
aquí estudiadas: ¡Que viva la música! de Andrés Caicedo, Mi revólver
es más largo que el tuyo de Alberto Duque López y Hojas en el patio
de Darío Ruiz Gómez.
A partir de la segunda mitad de la
década ya no se puede, o por lo menos no se debe, hablar de un "problema
editorial" en Colombia. De las treinta y tres novelas
publicadas desde l975 hasta 1979, veintinueve aparecen
en editoriales nacionales y la mayoría de ellas en Plaza & Janés. Bajo la
dirección lúcida de Virgilio Cuesta en Colombia, esta editorial ha publicado
unas trece novelas colombianas desde l975. Echando una mirada a la década
total, los novelistas colombianos han publicado con las siguientes editoriales:
Plaza & Janés (l4), Planeta (8), Seix Barral (4), Destino (2), Siglo XXI
(2), Bedout (2) y Tercer Mundo (2). Otras editoriales y empresas
departamentales publicaron las novelas restantes, aunque ninguna publicó más de
una obra.
En cuanto al otro problema, el de la
crítica, dentro del territorio nacional casi no existe lo que se llamaría
crítica literaria propiamente dicha. Las noticias sobre novelas tienden a
limitarse al menú variado de los suplementos dominicales: entrevistas,
fragmentos de novelas para publicarse, breves reseñas.[4] Un trabajo
informativo es una colección de entrevistas con los escritores jóvenes, junto
con bibliografía, publicado por Isaías Peña Gutiérrez, La generación del
bloqueo y del estado de sitio (l973). De los veintitrés entrevistados, once
de ellos han publicado al menos una novela al
terminarse la década, y diez de ésos figuran en el presente estudio.[5]
Juan Gustavo Cobo Borda compiló un volumen que propone mostrar "el despliegue
de una parte decisiva de la escritura que actualmente se está realizando en
Colombia", Obra en marcha
(1975).
De los treinta autores que Cobo Borda
incluye, sin embargo, sólo cinco cuentan con una novela destacable: Darío Ruiz,
Héctor Sánchez, Alberto Duque López, Augusto Pinilla y Luis Fayad. Aparecen
cuarenta y tres autores en Obra en marcha 2 del mismo compilador y de
esos, nueve han dado a luz una novela.[6] El porcentaje tan bajo de novelistas
profesionales incluidos en los volúmenes, junto con la ausencia dc autores tan
valiosos como Gustavo Alvarez Gardeazábal y Fanny Buitrago, pone en duda lo
verdaderamente representativos de la joven narrativa colombiana que son los
volúmenes de Obra en marcha.
Aunque la crítica extranjera sobre la novela colombiana
también ha sido algo parca, una mirada a varias fuentes de información desde el
exterior ofrece una visión de cómo se concibe la nueva novela colombiana desde
afuera. Algunos de los estudios recientes sobre la novela hispanoamericana han
mostrado cierta conciencia de una tradición novelística más allá de Macondo. En
un libro que abarca toda la novela hispanoamericana desde l900 hasta 1970, The
Spanish American Novel de John S.
Brushwood, aparecen los nombres de varios colombianos
importantes durante la década siguiente: Fanny Buitrago, Alberto Duque López y
Héctor Sánchez; de los más maduros, Gabriel García Márquez, Manuel Mejía
Vallejo y Fernando Soto Aparicio. Cedomil Goic incluye a Fanny Buitrago, Germán
Espinosa y Héctor Sánchez entre los "más destacados de la generación de
1972" en su Historia de la novela hispanoamericana (l972). También
es revelador observar cuáles son las novelas colombianas que figuran en el Handbook
of Latin American Studies, una guía para latinoamericanistas publicada en
los Estados
Unidos. En lo que abarca desde l970 hasta 1976 se
encuentran las siguientes novelas: Los cortejos del diablo de Germán
Espinosa, La tara del papa, Cóndores no entierran todos los días,
Dabeiba y El bazar de los idiotas de Gustavo Alvarez Gardeazábal
y Puerto Silencio de Fernando Soto Aparicio. Una visión francesa de la
literatura colombiana aparece en un número especial de la revista Caravelle
dedicada a Colombia (número 76, l976). De los ocho narradores representativos,
cinco coinciden con nombres que en este estudio se consideran como novelistas
destacables: Manuel Mejía Vallejo, Flor Romero de Nohra, Darío Ruiz Gómez,
Fernando Cruz Kronfly y Gustavo Alvarez Gardeazábal.
Los antecedentes inmediatos a la década
de los setenta --es decir, lo que se publica entre Cien años de soledad
y 1970-- incluyen varias obras de alta calidad y los primeros esfuerzos
literarios de los jóvenes que se destacarán más tarde. Aparecerán obras de
autores maduros como En noviembre llega el arzobispo de Rojas Herazo, El
espejo sombrío de Soto Aparicio, Mi capitán Fabián Sicachá de Flor
Romero de Nohra y Caín de Caballero Calderón. Durante este período
Héctor Sánchez, Alberto Duque López, José Stevenson y Benhur Sánchez Suárez publican
sus primeras novelas.
Además de Cien años de soledad,
sobresalen tres novelas en el año l967. En noviembre llega el arzobispo,
la segunda novela de Rojas Herazo, es la historia de un gamonal, Leocadio
Mendieta. También es la historia de Cedrón, el pueblo que este domina. Los
habitantes reaccionan ante Mendieta y la larga tradición represiva que el
representa. Este pueblo, como Macondo, se ubica en la Costa Atlántica y Rojas
Herazo, como García Márquez, emplea esta base regional para crear una
experiencia universal por medio de la técnica narrativa. La novela consta de
unos setenta y ocho segmentos narrativos que pueden dividirse en cuatro partes:
(l) una introducción, (2) una
primera parte, (3) un intermedio, (4) una segunda
parte.[7] La estructura en cuatro partes es el factor dinámico de la novela.
Una introducción a la temática, una profundización de estos temas en la primera
parte, y una variación de la temática en la segunda parte, produce un cambio
constante en la experiencia del lector. Rojas Herazo hace una experiencia más
profunda que una descripción mimética de una realidad objetiva. Leocadio
Mendieta llega a ser una figura mítica y la manera en que su influencia
impregna y oprime al pueblo de Cedrón es una experiencia para el lector, creada
por la técnica narrativa. Estos factores hacen que el lector experimente una
realidad de manera activa, en vez de sencillamente observar una realidad
externa como en las novelas de Carrasquilla.
A diferencia del regionalismo de Cien años de
soledad y En noviembre llega el arzobispo, El espejo sombrío (1967)
de Soto Aparicio es una novela cosmopolita en ambos sentidos de la palabra. La
novela tiene lugar en una ciudad y la técnica narrativa asocia a Soto Aparicio
con varias de las innovaciones de la novela contemporánea. Trata de un
protagonista que se estudia a sí mismo y a su pasado mientras está en el
proceso de obsesionarse progresivamente con la posibilidad de un asesinato. En
términos generales, la novela cabe dentro de la tradición literaria del
existencialismo. Como es típico de una novela de esta índole, el protagonista
es quien narra, y a menudo en un presente inmediato (“Yo veo, yo estoy
pensando”, etcétera). Pero a diferencia de muchas novelas de esta tradición (L’Etranger,
El túnel) varía bastante el punto de vista narrativo. También plantea ideas
que son fundamentalmente cristianas en vez de existencialistas. El espejo
sombrío es representativo de temas comunes en la novela colombiana
contemporánea, tales como la importancia de la tradición y la familia, el
pasado como una clave para entender el presente, y los efectos de la sociedad
colombiana actual sobre el individuo.
La primera,
y hasta ahora la única novela de Mario Arrubla, La infancia legendaria de
Ramiro Cruz (1967), es un caso especial porque no cabe dentro de las
tendencias principales de la novela colombiana reciente, ni en su técnica ni en
su temática. Es una novela de rite de passage. Ramiro Cruz, de familia
obrera, cuenta la historia de su maduración en la ciudad. Se experimenta el
dinamismo por medio de los cambios del protagonista. Por una parte, estos
cambios tienen que ver con un proceso que va desde la mitificación hasta la
individualización de éste. Al mismo tiempo Ramiro cambia de niño a adulto. Se
mantiene la expectativa del lector mediante una tensión entre Ramiro-niño y Ramiro-adulto/narrador.
Esta tensión tiene como base el contraste entre Ramiro-niño que actúa y
Ramiro-intelectual que narra.
Las dos novelas importantes de 1968, Mateo
el flautista de Alberto Duque López y Mi capitán Fabián Sicachá de
Flor Romero de Nohra, ocupan posiciones del todo opuestas en cuanto a su
técnica –aquélla la obra innovador y ésta más bien tradicional. La muy
imaginativa Mateo el flautista es uno de los mejores ejemplos tempranos
de la novela abierta en Colombia y de la conciencia del lenguaje. La estructura
se basa en dos variaciones sobre una persona llamada Mateo. La temática más
sobresaliente es la creación misma, que se experimenta de varios modos. Además
de que la estructura de la novela se basa en un pretexto para facilitar la invención
imaginativa, otros aspectos recalcan la creación por la creación. El narrador
incluye dibujos infantiles de los personajes para acompañar el texto. La
narradora, Ana Magdalena, formula un concepto mediante la creación y
yuxtaposición de palabras: “en Puerto nada ni nadie sería
jamás-nunca-nunquedad-alguedad más importante que tú”. También se nota que la
estructura del estilo del jazz provee dos variaciones sobre un músico de
flauta, que toca el jazz en las calles. El lector participa activamente en el proceso
creador. En un punto, por ejemplo, Ana ofrece al lector la opción de creer o no
creer una de sus anécdotas. La novela entera llegar a ser, en esencia, una
opción semejante.
Flor Romero de Nohra pide menos
participación del lector. En Mi capitán Fabián Sicachá plantea su
mensaje claramente: los revolucionarios y los ex revolucionarios no son
aceptados por la burguesía colombiana. Esta es la conclusión a que llegan el
protagonista Fabián Sicachá y su esposa después de que intentan asimilarse, sin
éxito, a la clase media luego de participar en actividades guerrilleras. La
sociedad colombiana los excluye sistemáticamente. Aunque la temática es
ostensiblemente revolucionaria, su técnica narrativa la hace una experiencia
menos revolucionaria que la de una novela como Mateo el flautista. Es un
producto de la mitificación de la guerrilla de fines de la década de los
setenta. Dentro de las tendencias generales de la novela colombiana esta se
relaciona mas con la novelización de conceptos por su exposición explícita de
ideas.
En el año l969 aparecen varias novelas
de jóvenes --Héctor Sánchez, José Stevenson y Benhur Sánchez Suárez-- junto con
una novela de un autor bastante mayor, Eduardo Caballero Calderón. Las dos
primeras novelas de Héctor Sánchez, ambas publicadas en 1969, comparten varias
características. Tanto Las maniobras como Las causas supremas
tienen estructuras fragmentadas y una conciencia explícita del lenguaje. Ambas
novelas tratan de la vida cotidiana de un pueblo en tierra caliente. Las
maniobras narra la vida del protagonista Rafael Perdomo. Perdomo vive en un
mundo cada vez mas absurdo, uno en que pierde a su esposa, su trabajo y al
final renuncia a la sociedad por completo. Una serie de episodios burlescos
también crea, humorísticamente, el sentido de un mundo absurdo. En Las
causas supremas el personaje principal es Leopoldo Agualimpia, aunque no se
pueden identificar ningún protagonista ni argumento desarrollado. La novela
consiste en unos treinta y dos segmentos narrativos que relatan la historia del
pueblo. Como la vida tal como se concibe aquí es un juego, consiste en una
serie de meras variaciones sobre los mismos esquemas. Sánchez es capaz de
narrar hasta cuatro versiones del mismo episodio en esta novela. La naturaleza
de su conciencia del lenguaje es aparente en su burla de su propia
escritura.[8]
José Stevenson crea una visión de un
mundo semejante en Los años de asfixia (l969), pero la actitud y el tono
son más sobrios. El acierto más notable es la estructura en
cuatro partes. La primera y la última parte se titulan
"l959", la segunda "1954" y la tercera "1950". El
protagonista, Víctor, narra las dos partes de l959. Es un personaje también en
los años l950 y 1954, contados por un narrador omnisciente. En la primera
sección de 1959 vemos a Víctor en Nueva York; en la segunda lo encontramos en
una fiesta. El capítulo de l950 describe a Víctor y a sus amigos en el último
año de colegio y la parte de l954 trata del mismo grupo de estudiantes en la
universidad. Dos factores hacen de esta estructura algo funcional en la
comunicación de la temática. El primero tiene que ver con la relación entre
Víctor y su amigo Armando, durante sus años universitarios. Esta relación
contribuye a la definición de la importancia de esos años, los principios de los
años cincuenta, en la vida de Víctor. En la universidad, su generación se
rebeló contra una sociedad corrompida. Armando llega a ser un símbolo de los
ideales de la generación cuando muere en una manifestación. Los capítulos de
l959, al principio y al final de la novela, revelan los pensamientos de Víctor
como miembro de esta generación. Sufre una crisis de conciencia como miembro de
una burguesía contra la cual anteriormente había protestado. Se enfrenta a las
dificultades por reconciliar esta contradicción. Mientras está en Nueva York
(l959), Víctor se mira en un espejo y percibe a Armando: "Lo miro bien: es
mi amigo Armando. Lo miro bien: Armando ya no es un niño: es un hombre. Armando
soy yo. Yo estoy en Nueva York.”[9] Como miembro de esta generación, Víctor
está consciente del hecho de que es una continuación de algo a que pertenecía
Armando. La presencia de Víctor en Nueva York, entre las imágenes de la moderna
sociedad burguesa por excelencia, lo ha forzado a enfrentarse a su traición a
los ideales de su generación. El segundo procedimiento que comunica este tema
de los ideales corrompidos es la interiorización de Víctor durante los fallos
de la juventud. Los dos capítulos de esos años (l950 y l954) tienen monólogos
interiores de Víctor. Al final
de estos capítulos, la interiorización toma la forma
del "tú" y hay una autocrítica a su falta de conciencia social:
"Y tú sin darte cuenta" (p. 70). Estos dos factores hacen
de la novela un análisis de una generación y de una
sociedad, en vez de una simple serie de aventuras juveniles (lo cual constituye
una gran parte de la anécdota).
A primera vista, la temática de Héctor Sánchez y de
José Stevenson tiene poco que ver con la primera novela de Benhur Sánchez, La
solterona (1969). Es un estudio
interior de una mujer vieja, Rosario. La actitud
básica ante la vida que se comunica en esta novela, no obstante, es semejante a
la vista en los otros jóvenes. La existencia es banal, y se trata de una
banalidad especialmente tediosa en esta novela. No es una experiencia vital
para el lector porque, como estudio sicológico de un personaje, Rosario
no es, por la mayor parte, sicológicamente
interesante. Al principio de la obra el estudio es interesante porque el
narrador establece una ambigüedad entre lo que imagina
Rosario y lo que experimenta. Pero la mayor parte de
la novela consiste en su narración de memorias del pasado que son tan aburridas
como su presente.
Paradójicamente, durante el mismo año
que el joven Sánchez Suárez publica su estudio de una mujer envejecida, Caballero
Calderón publica una novela sobre guerrilleros, Caín. En realidad sólo
la segunda mitad de la novela contiene guerrilleros. Desarrolla las relaciones
entre tres personajes. Aproximadamente en la primera mitad este desarrollo es
el clásico triángulo de amor; Martín mata a su hermano Abel a causa de la
relación amorosa que existía entre Abel y la esposa de Martín, Margarita.
Caballero
Calderón abre la novela después de la muerte de Abel y
desarrolla el triángulo de relaciones entre los tres por medio de diálogo y
flashbacks. Este estudio de personajes se convierte en una novela de acción en
la segunda mitad de la novela. Después de que se descubre el cadáver de Abel,
Martín huye con Margarita y se enfila con guerrilleros revolucionarios para
evitar las autoridades militares. El resto de la novela es básicamente una
cuestión de estrategia por parte de los dos grupos. Mientras los jóvenes se han
preocupado por su pasado --los años cincuenta y La Violencia-- escritores de
más edad como Caballero Calderón y aun Flor Romero de Nohra han novelizado
problemas y aun Flor Romero de Nohra han novelizado problemas actuales e
inmediatos en Colombia.
La novela colombiana mas leída y
discutida en Colombia a fines de los años sesenta fue, sin duda alguna, Cien
años de soledad. Las novelas aquí comentadas, publicadas entre 1967 y l970,
salieron en ediciones limitadas y a lo mas lograron contados comentarios en los
suplementos dominicales y breves reseñas en revistas nacionales y extranjeras.
Se publicaban en Colombia por haber ganado premios nacionales (En noviembre
llega el arzobispo, Mateo el flautista y Las causas supremas
ganaron el Premio Esso) o en el extranjero. Podemos observar retrospectivamente
que es una verdadera lastima que una novela tan bien lograda como En
noviembre llega el arzobispo no haya sido tomada más en cuenta durante el
período mismo en que fue publicada. Los jóvenes que seguirán escribiendo
atraerán más atención crítica y público lector durante la década de los
setenta, concomitante con su creciente madurez narrativa. Para comenzar la
nueva década aparecerá una novela que muestra el gran avance técnico de su
joven autora, Cola de zorro de Fanny Buitrago.
1. Ver Seymour Menton, La novela colombiana:
planetas y satélites (Bogotá: Plaza & Janés, l978) y Antonio Curcio
Altamar, Evolución de la novela en Colombia (Bogotá: Instituto Caro y
Cuervo, l957; 2a. edición, Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, l975).
2. Hay varios estudios sobre la narrativa temprana en
la Costa Atlántica. Ver Seymour Menton, "Respirando el verano, fuente
colombiana de Cien años de soledad", Revista Iberoamericana, XLI,
9l (abril-junio de 1975), pp. 203-2l7, republicado en La novela colombiana:
planetas y satélites, pp. 249-280; Jacques Gilard, "García Márquez, le
groupe de Barranquilla, et Faulkner", Caravelle 27 (l976), pp.
l59-170; John S. Brushwood, ''José Félix Fuenmayor y el regionalismo de García
Márquez", Texto Crítico, III, 7 (mayo-agosto, l977), pp. 1l0-115;
Lucila Inés Mena, "La casa grande: el fracaso de un orden
social", Hispamérica, I, 2 (diciembre l972), pp. 2-1 7.
3. Ver John S.
Brushwood, The Spanish American Novel: A Twentieth Century Survey
(Austin/London: University of Texas Press, l975), pp. 334-335. Brushwood
discute en estas páginas el regionalismo trascendente en la novela
hispanoamericana.
4. Esta observación no debe interpretarse como una
crítica a los suplementos dominicales en Colombia, que cumplen bien su función,
una función cultural importantísima, en la literatura colombiana. Solamente noto
que lo que se publica en relación a la novela colombiana no suele ser crítica
literaria. Yo personalmente leo los suplementos literarios colombianos
semanalmente y me han servido enormemente en el estudio de la novela
colombiana. Los que más se han preocupado por la novela colombiana
contemporánea son los suplementos dominicales de El Pueblo en Cali, El
Espectador en Bogotá y El Colombiano en Medellín.
5. Son: José Stevenson, Alberto Duque López, Darío
Ruiz Gómez, Germán Espinosa, Albalucía Angel, Héctor Sánchez, Oscar Collazos,
Fanny Buitrago, Gustavo Alvarez Gardeazábal y Benhur Sánchez Suárez.
6. Son: Oscar Collazos, Germán Espinosa, Benhur
Sánchez Suárez, Jorge Eliécer Pardo, Humberto Tafur Charry, Marco Tulio
Aguilera Garramuño, Rafael Humberto Moreno-Durán y Andrés Caicedo.
7. He analizado esta estructura en más detalle en La
novela colombiana contemporánea (Bogota: Plaza & Janés, l976), pp.
23-39.
8. He discutido el empleo del lenguaje en Las
causas supremas en La novela colombiana contemporánea, pp. 41-54
9. José Stevenson, Los años de asfixia (Buenos
Aires: Losada, 1969), p. 20.
FANNY BUITRAGO: COLA DE ZORRO (l970)
FANNY BUITRAGO nació en 1945 en Barranquilla
(Atlántico). Vivió su juventud en Cali. A los l8 años publicó su primera
novela, El hostigante verano de los dioses. Obtuvo el Premio Nacional de
Teatro con El hombre de paja que fue publicado en 1964 con una selección
de cuentos, Las distancias doradas. Cola de zorro fue finalista
en el Concurso Seix Barral en l968. Posteriormente publicó dos volúmenes de
cuentos, La otra gente
(l974) y Bahía sonora (1976), y una novela, Los
pañamanes (l979). Actualmente vive en Bogotá.
Seguramente una de las joyas menos
conocidas, o por lo menos poco leídas de la narrativa colombiana contemporánea
es Cola de zorro, la segunda novela de Fanny
Buitrago. Las posibles razones que pudieran explicar
ese hecho son varias, ninguna de ellas relacionada, a mi modo de ver, con el
mérito literario de la obra. Probablemente
uno de los factores mas: notables haya sido el éxito
de Buitrago con otras obras que tienden a destacarse –El hostigante verano
de los dioses, los cuentos y Los pañamanes- dejando así a Cola de
zorro algo en la sombra. Al mismo tiempo en l970 estamos bastante más cerca
a la sombra publicitaria de Cien años de soledad, lo cual casi
anuló la atención a la actividad de otros novelistas.
1970 no fue, digamos, un año ideal para publicar una novelita, a menos que uno
perteneciera a la órbita macondiana.
Tampoco fue una edición bien distribuida.
Mas allá de estas especulaciones sobre factores extraliterarios, se puede
sugerir un problema más bien literario: Cola de zorro es una novela
sumamente exigente y por consiguiente de las que difícilmente se hacen
"best-sellers". No se trata de una novela para el lector pasivo, o en
términos cortazarianos, el “lector-hembra”. Sus exigencias son varias: por una
parte tiene una estructura complicada; por otra, no sigue muchas de las
convenciones tradicionales de la novela. El presente capítulo intenta desentrañar
la estructura y considerar los aciertos en la caracterización que no caben
dentro de los cánones tradicionales. A continuación se considerarán otras
novelas destacables del año l970, Los cortejos del diablo de Germán
Espinosa y Los girasoles en invierno de Albalucía Angel.
Cola de zorro comparte
varias actitudes de la generación de Buitrago: los personajes carecen de metas
concretas o sendas claras y sus existencias tienden a ser ante todo aburridas.
Contrasta, en cambio, con una gran parte de la narrativa posmacondiana por su
actitud plenamente sobria --el humor en la novela colombiana abunda después de
1967--. Mientras la novela colombiana contemporánea emplea a menudo la
transformación del regionalismo (García Márquez, Alvarez Gardeazábal), el proceso
de transformación en el caso de Buitrago es más bien la novelización de un
concepto. [2] Las novelas de concepto en la narrativa hispanoamericana reciente
son del siguiente tipo: "En las novelas de esta índole, la calidad de la
experiencia del lector depende a menudo de hasta que punto se sacrifica la
caracterización del individuo para emplear técnicas que novelizan un concepto o
que crean un estado anímico general, una noción vaga.” [3] En el caso de Cola
de zorro la experiencia del lector sí depende de la caracterización del
individuo y del sacrificio de ella.
El concepto que aquí consideramos es el
de la familia --el de su herencia y el de sus tradiciones--. Al decir
"familia" no nos referimos a una familia en el sentido común de la
palabra, porque no se trata de una familia inmediata ni de una familia
extendida. Al contrario, el lector paulatinamente se va dando cuenta de una
serie de personajes relacionados a través de la sangre, el casamiento, o en
algunos casos, aun las buenas amistades. La novela es un estudio de las
relaciones humanas dentro de esta familia. Las relaciones en sí son más
significantes en esta obra que los seres humanos como individuos. Este hecho
explica por que se debe considerar a Cola de zorro como
una novela de concepto en vez de una de
caracterización o de acción.
La novela se divide en tres partes:
"Ana", "Enmanuel” (sic) y "Malinda". Las tres partes
narran la historia de aproximadamente tres generaciones de la familia
Reyes-Centeno. Cada una de las tres secciones enfoca un segmento limitado de la
familia, con algunas referencias a miembros que se destacan en las otras
secciones. La Primera Parte toma lugar casi exclusivamente en Bogotá y en un
período que podría llamarse el pasado reciente, tal vez los últimos quince o veinte
años. Tiene once capítulos y trata de Ana González que, al haberse casado con
Lucas Reyes Reyes, forma parte de la importante familia Reyes.
Se describe la vida de Ana durante dos
períodos. Durante el primero, un “presente" en que se abre la novela, Ana
está casada con Lucas y se asocia con sus amigos. El otro período ocurre
durante una época unos seis años antes de ese presente, aproximadamente. El
segundo período es importante porque narra las actividades del revolucionario
Benito Viana Reyes que aparentemente muere en un accidente de avión. De hecho,
él aterrizó en el avión y después lo hizo explotar. Antes de conocer a Lucas,
Ana fue la amante de Benito. Morelia, la hermana de Ana, también fue la amante
de Benito. Al final de la Primera Parte, que toma lugar en el presente, Ana
visita un apartamento ocupado por unos activistas políticos (Ana no está ni
activa ni intelectualmente comprometida
con la revolución) y mueren a manos de la policía. De los once capítulos de
esta Primera Parte, dos tratan de espacios y tiempos fuera de lo ya descrito.
El segundo versa sobre Claudia Viana, que se casa con Manuel el viejo, tres
veces la edad de ella. Además de un hijo engendrado por Manuel, ella toma a un
hijo sin familia, huérfano del pueblo que se llama Bernabé. Así, Bernabé toma
el apellido de Claudia y llega a ser Benito Viana Reyes. El séptimo capítulo es
narrado por una hija de Manuel el viejo. No se la identifica. Su narración
describe el proceso de modernización que se lleva a cabo en la región, la familia
Salgado en la misma región y más de la historia de Benito Viana Reyes
(Bernabé).
La Segunda Parte, "Emmanuel", tiene lugar en
Opalo, un pueblo que se alcanza a divisar desde San Miguel del Viento en la
Costa Atlántica. Es el mismo lugar de los capítulos dos y siete de la Primera
Parte. En cuanto al tiempo, toma lugar después de la Primera Parte (con la
excepción de las secciones que narran acontecimientos del pasado). Se supone
que Emanuel es el hijo de Narcisa y de un padre desconocido. Llega a ser evidente
en este capítulo, sin embargo, que en realidad es el hijo de Evelyn-Evelyn West
y de Benito Vana Reyes. Después de aterrizar en esa región, Benito vivió con
Evelyn-Evelyn West(Además de Enmanuel, esa pareja tuvo otro hijo, Giovel.
Enmanuel ha vuelto a Opalo para vengar a su hermano muerto, Giovel, asesinado
por Esaú Centeno. Esaú Centeno es el "padre" del pueblo tanto por su
poder como por el hecho de haber engendrado un gran número de sus habitantes.
Tuvo catorce hijas con su esposa Ana María Thamar. Enmanuel sí se enfrenta a
Esaú que muere en el encuentro. Evelyn-Evelyn es la hia de Ebenezer West, que
vino a la región para entrevistarse con el guerrillero Guadalupe Salgado.
Fracasados sus intentos de conseguir la entrevista, organiza un negocio de contrabando,
vendiendo whisky. Engendró a Evelyn-Evelyn; la mujer es una "isleña"
que muere poco después de dar a luz a Evelyn. Después de la muerte de Esaú,
Enmanuel llega a ser el nuevo jefe y héroe del pueblo. Al final del capítulo,
el ejército, al haberse enterado de la muerte de Esaú, llega al pueblo. Como
hay poca gente y poca resistencia, los soldados se van, desilusionados de no
haber encontrado a ningún revolucionarlo.
La Tercera Parte, "Malinda",
es narrada principalmente por Lisa Reyes West, la hija de Lucas Reyes y
Evelyn-Evelyn, quienes se casan después de la muerte de Ana y
antes de que Evelyn-Evelyn se volviera a la costa. La
Tercera Parte trata de Malinda, la hija de Claudia Viana Reyes y de Diego Cabo.
Lisa ha sido la amiga de Malinda
desde la niñez. Además de la historia personal de la
relación entre ellas, lisa narra acerca de su propia relación con Rodrigo
Viana, que culmina en su casamiento con este. Lisa cuenta también de la carrera
política de Diego Cabo, un activista político con Benito Viana Reyes. Al final
de la novela se asesina a Diego Cabo. Lisa se da cuenta de que fue un error
haberse casado con Rodrigo.
La estructura en tres partes provee tres
experiencias distintas del concepto "Una familia se perpetúa".
Directamente relacionado con la familia esta el problema de las relaciones
humanas, puesto que el asunto de la perpetuación depende de las relaciones
entre personas. Cada una de las tres partes de la estructura básica crea
niveles distintos de análisis y entendimiento de la familia. Cada una provee
una historia entera del segmento específico de la familia sobre el cual versa.
Cada parte, no obstante, se liga con las otras dos, agregando nuevas
dimensiones a lo que sabemos de la familia y ampliando el concepto de lo que es
la familia y lo que implica.
En la Primera Parte, "Ana", se
experimenta el concepto de la familia de dos modos. Primero, se comunica un
concepto de lo que significa la familia por medio de
un contraste que se desarrolla entre Ana (como un
elemento fuera de la familia y distinto de ella) y la familia misma. Segundo,
el manejo del punto de vista provee un estudio diacrónico de lo que implica la
familia, además de ofrecernos una descripción más amplia en la dimensión
sincrónica. El manejo del punto de vista también es una fuente de cierto
elemento de misterio.
Técnicamente, se efectúa el contraste
entre Ana y la gente con que se encuentra a través de recursos de
interiorización que la distinguen del resto del grupo. Ella es diferente de los
otros en dos aspectos: primero, el lector la conoce más íntimamente que a los
otros personajes; segundo, a causa de ese conocimiento, el lector la aprecia
como un ser distinto de los otros. En el primer capítulo se contrasta a Ana con
Lucas. Se efectúa una transformación de la realidad en los primeros párrafos a
través de técnicas que mudan la narrativa a un nivel de fantasía. Un estilo que
evoca el ambiente de un cuento de hadas controla la caracterización de Ana. El
primer paso en esta evocación es, una cita en la primera página de El cerro
de los elfos de Hans Christian Anderson:
El anciano rey de los elfos había hecho salir su
corona de oro con un yeso molido: era un yeso extra, y para un rey de los elfos
es muy difícil procurarse un yeso extra. En el dormitorio, las cortinas estaban
corridas y sujetas con baba de culebra. Esto puede dar una idea del ruido y de
la algarabía que allí había habido. [4]
En los primeros párrafos, el plano de la realidad
sugerido por esta cita se relaciona con la anécdota de la novela a través de
varias alusiones al Día de San Juan. Al principio del primer párrafo el
narrador observa: "Como todos los años, al aproximarse el Día de San Juan,
el ambiente comienza a filtrar ansiedad contenida y Ana se convierte en una
extraña" (p. l l). De ese modo se relaciona a Ana, desde el principio, con
un mundo imaginario.
A diferencia de la intimidad de esta
interiorización de Ana que abre el capítulo (los dos primeros párrafos), la
caracterización de Lucas es exterior en su técnica. Como
persona es más bien equilibrada, contrastando en ese
sentido con Ana también. En esos dos primeros párrafos referentes a Ana, hay
una sola alusión a Lucas. La mención
a él comienza a crear la dicotomía entre los dos:
"La alcoba muestra el orden implacable exigido por Lucas" (p. l1). El
lector ha observado a Ana como un personaje influido por los sentimientos y las
memorias; Lucas, en cambio, exige "orden implacable". Vemos actuar a
Lucas en este capítulo a través de la percepción de Ana, y otra vez la
caracterización de aquél sugiere lo metódico que es: "Saboreando el
agridulce de la pócima, Ana se concentra en los sonidos de la planta baja. El
tapp-tapppppp
rítmico, estrepitoso, de la máquina de Lucas se agolpa
en el último peldaño de la escalera, como si un enjambre de moscas zumbara sin
concierto" (p. l2). El ritmo de su
maquina de escribir parece sugerir lo ordenado de su vida. Más tarde en el
párrafo inicial, hay una descripci6n de Lucas y un diálogo con Ana que define
claramente el contraste entre Ana y Lucas, entre el foráneo (o outsider) y el
miembro de la familia.
El contraste entre Ana y los otros
personajes se desarrolla a través de la Primera Parte, y es una técnica
principal que emplea el narrador para desarrollar el concepto de la familia. En
el tercer capítulo la actitud del narrador ante los personajes (la
"familia") y su explicación directa de los sentimientos, los motivos
y las capacidades intelectuales de los miembros de la familia crea otra vez una
dicotomía entre ellos y Ana. En este capítulo Manuel dirige una obra teatral y
después hay una reunión en la casa de Manuel. Al describir la reunión, el
narrador lo hace de un modo desapasionado, inicialmente: "Las reuniones y
fiestas de Manuel constituían un éxito total" (p. 28). En la frase que
sigue se expresa mas bien una actitud definida: "Eran suficientes las
personas, en el mundillo intelectual y político dc la ciudad, que darían
cualquier cosa por ser invitados a casa de los Viana" (p. 28). La oración
sugiere la función netamente social en vez de ostensiblemente intelectual de
estas reuniones. Y el empleo de la palabra "mundillo" sugiere una
actitud negativa por parte del narrador.
En el cuarto capítulo se experimenta una
síntesis de temática con técnica para crear un concepto de la familia al
contrastarla con Ana. Ana visita la casa de Manuel Viana. La descripción de
ella dentro del ambiente de la familia provee otra vez el contraste. En las
primeras páginas, el espacio físico contrasta con Ana. La descripción breve de
Manuel Viana nos da la percepción de él por parte de Ana cuando ésta llega a la
casa:
La bata rojo damasco ondeó, suavemente,
sin rozar los objetos, como independiente del hombre que la vestía, colocándose
a un costado de la chimenea de cerámica y piedra. (p. 34).
Cada uno de los cinco elementos de esta
descripción breve funciona en la creación de un efecto que caracteriza la
familia y la contrasta con Ana: (l) la elegancia y la aristocracia sugeridas
por el color "rojo-damasco" (ni la clase obrera ni Ana llevan colores
separados con guiones); (2) la esencia de la familia descrita por
"suavemente", un adverbio que no se asocia con Ana; la frase
"sin rozar los objetos" provee un contraste visual entre el color de
la bata y la palabra más bien neutra, "objetos", y también
sugiere su sofisticación en el sentido de que su
movimiento aquí es refinado y suave; (4) la frase "como independiente del
hombre que la vestía" sugiere la superficialidad
de la escena: esto casi no puede ser parte de el por
ser demasiado perfecto y suave para ser humano; (5) el uso del verbo objetivamente
"colocándose a un costado" que lo deshumaniza (en contraste con la
Ana humana y sensitiva) y el uso de la "cerámica y piedra" que se
asocian con "rojo-damasco" y "suavemente" como signos de
una aristocracia ostentosa. Entonces hay un contraste con Ana: "Ana
flaqueaba, difusa en la penumbra." En contraste con la seguridad y la
suavidad de Manuel, que puede "colocarse" entre sus objetos
preciosos, Ana sólo puede "flaquear". Y en contraste con la agudeza y
claridad visual de la imagen de Manuel y su casa, Ana aparece como
"difusa" en este ambiente. Las gotas de agua que caen de su abrigo
azul (sin colores con guiones) son "azul incierto", sugiriendo así el
estado anímico de Ana. La estructura de la Primera Parte provee varios niveles
de experiencia de esta familia: introduce una gran parte de la familia; analiza
detalladamente a Benito, uno de sus miembros importantes; crea ciertas
preguntas problemáticas (¿qué pasó a Benito?); analiza la familia mediante la
presencia de Ana. Al nivel de la acción la Primera Parte narra la historia de
Ana --con su caracterización al principio y su muerte al final--. El concepto
de la familia que se perpetúa se comunica a través de Benito, que sí perdura,
escapando en la última página. Encontrarnos sugerencias de la perpetuación en
otros niveles, como en la caracterización de Lucas Reyes y Manuel Viana.
La segunda Parte parece carecer de
unidad a primera vista. La unidad narrativa, sin embargo, se encuentra en el
concepto. Como Ana en la Primera Parte, el personaje titular
"Enmanuel" funciona como un recurso para comunicar el nivel
diacrónico de experiencia. Esta parte comienza con una cita de Frederic Brown, Noche
de Brujas:
Escalera arriba un hombre vi.
Un hombrecito que no estaba allí.
Hoy tampoco lo encontré.
¡Eh qué lindo si se fue! (p. 87).
Se continúa la sugerencia de una persona perdida que
desaparece en la primera línea del capítulo. La madre dice: "Un hombre se
detuvo en nuestro pueblo y dejó su semen olvidado." Ahí mismo el narrador
omnisciente fuera de la historia toma el control de la narrativa, destacando
así este comentario por parte de la madre. Tiene varias implicaciones. Se
relaciona directamente con el problema del desarrollo de la familia: es así la
implicación del "semen". La Segunda Parte es una narrativa acerca de
este "semen" de varios modos. A nivel de la acción, Emanuel vuelve al
pueblo para defender su "semen" al vengarse de la muerte de su
hermano Giovel. La persona de quien
quiere la venganza, Esaú, se caracteriza como el
progenitor de todos. El enfrentamiento entre Enmanuel y Esaú pone en conflicto
dos líneas familiares importantes, una
que representa la revolución y otra la tradición.
Como las dos primeras partes, la tercera
funciona como una elaboración de los asuntos ya definidos dentro del concepto
de la familia. Si no fuera vista de ese modo,
otra vez tendríamos el problema de la unidad
narrativa, puesto que el personaje principal de la tercera parte, Malinda,
apenas ha sido mencionado hasta este punto en la novela. El método de elaboración
en cuanto a la estructura es semejante al usado en las secciones anteriores:
las mudanzas de punto de vista y los cambios en el espacio y el tiempo penetran
más ampliamente en la realidad descrita. En términos del espacio, la acción
ocurre en el ambiente introducido en la Primera Parte, el de la élite de
Bogotá. En cuanto al tiempo, es más reciente que el "pasado reciente"
de la Primera Parte. Malinda es la hija de la generación que produjo la
violencia de la Primera Parte, y su padre, Diego Cabo, perteneció al grupo
originalmente arrestado con Benito. Claudia Viana es la madre de Malinda.
El recurso principal
en la comunicación de la experiencia de la familia en la Tercera Parte es la
mudanza del punto de vista. El empleo de Lisa Reyes West como narradora tiene
dos funciones. Por un lado, provee una visión de cerca de un miembro de la
familia, de Malinda, al emplear a una narradora que ha sido amiga íntima de
Malinda desde la niñez. Por otro lado, a pesar del hecho de que la narradora se
ubica dentro de la historia, su narrativa no es un estudio introspectivo de sí
misma, sino que enfoca continuamente a Malinda.
La creación, la
función y la naturaleza de los personajes también comunican el sentido de la
familia. La caracterización, por ejemplo, es más importante que la acción o el
lenguaje. Hay que notar, sin embargo, que aunque el proceso de caracterización
es significante en la novela, las personas como seres ampliamente descritos y
humanos (well-rounded characters)
no lo son. Son creados con técnicas que recalcan su función dentro de la novela
como elementos que desarrollan un concepto en vez de su función como
individuos.
Las tres técnicas principales son: (l)
las explicaciones y revelaciones acerca de los personajes por parte del
narrador omnisciente fuera de la historia; (2) lo que dicen los personajes
entre sí en los diálogos; (3) lo que los personajes revelan de sí mismos en sus
propias narraciones mediante monólogos interiores (Ana) o narrativa directa
(Lisa Reyes West). Se puede notar que lo que dice el narrador acerca de los
personajes se refiere específicamente al asunto principal: el los explica como
partes del concepto de la familia, y lo que hacen los personajes esta casi
completamente relacionado de algún modo con otros personajes. Se debe notar
también que los personajes no sólo hablan entre sí, sino que esas
conversaciones son su actividad principal.
Las técnicas de caracterización aumentan
el significado de carácter, identidad y relaciones en esta novela. Hasta cierto
punto, se establece la identidad a través de un concepto relacionado con la
tradición familiar. Es decir, la persona funciona en un papel específico en la
familia, porque así es el destino de uno (se es una "Malinda"). Por
otra parte, la identidad en esta novela es algo moldeable que se determina por
fuerzas exteriores. Un factor que tienen en común estas dos ideas es la
importancia de las relaciones humanas. Estas relaciones cambian, se desarrollan
y se anulan, tal como los personajes.
El concepto "Una familia se
perpetúa" se experimenta y se enriquece mediante la estructura y la
caracterización. A través de la estructura se experimenta el concepto en varios
niveles, haciendo de lo que comunica Buitrago un concepto general, en efecto,
en vez de una afirmación acerca de un grupo limitado o selecto de personas.
Como concepto parece tener implicaciones más amplias acerca de la sociedad
colombiana y posiblemente acerca de las relaciones humanas en general. La
estructura transforma el concepto en una realidad amplia, sugiriendo la posibilidad
de que la familia pueda ser considerada una
metáfora de la realidad colombiana. La influencia de
la tradición tanto en la familia como en la sociedad colombiana apoya la idea.
Al mismo tiempo hace la experiencia de la novela semejante a la manera en que
se expresa la tradición en otras novelas colombianas en las cuales ésta domina
en todos los niveles de la interacción humana. La caracterización también
sugiere que esta realidad en Cola de zorro es más una metáfora que una
exposición sobre personas reales en conflictos reales: los personajes aparecen
mas como abstracciones funcionales para comunicar una experiencia acerca de las
relaciones humanas y de los efectos de las personas sobre ellas.
Las otras dos novelas de mayor interés
en l970 son Los cortejos del diablo de Germán Espinosa y la primera
novela de Albalucía Angel, Los girasoles en invierno. A
diferencia del caso de Cola de zorro, y de un
gran número de novelas colombianas contemporáneas, la familia no es el foco
central. Otra institución que aparece constantemente en la novela colombiana sí
figura en Los cortejos del diablo, la Iglesia.
La novela de Germán Espinosa versa sobre
Juan de Mañozga, inquisidor del Santo Oficio en Cartagena de las Indias durante
la época colonial. Algunos lo llamaban el
"Torquemada de las Indias". Es una novela de
índole evidentemente histórica y al fin ofrece algunas figuras históricas,
tales como Pedro de Heredia, Juan de Castellanos y Pedro Claver. Se sugiere la
importancia del pasado en unos versos que aparecen en la primera página, antes
del comienzo de la fábula. Son versos del Conquistador, de Archibald Mac Leish:
El tiempo consumado es tenebroso como las
espesuras del sueño:
Tenebroso es el pasado: ninguno en la vigilia
lo transita.
De ahí la novela lleva al lector a una época lejana y
a los problemas del Santo Oficio. Estos son básicamente los de llevar a cabo la
Inquisición. Otro asunto principal es la creciente locura del protagonista; va
imaginando un mundo poblado de brujas. Pero el lector ve las mismas brujas en
un mundo novelesco a veces fantástico.
La técnica narrativa más eficaz que
emplea Espinosa es el cambio entre el yo-narrador (Mallozga) y el narrador
omnisciente fuera de la historia. Los monólogos interiores de Mallozga revelan
a un hombre cuyo estado mental es progresivamente más desequilibrado. Se ha
obsesionado con las brujas. Al emplear un narrador omnisciente, sin embargo, el
lector llega a conocer un mundo no del todo fantástico simplemente a causa de
un hombre loco. Ese juego entre los dos mundos, expuestos por dos narradores,
es hábilmente manejado por Espinosa.
La temática nos recuerda lo que fue
novelado posteriormente por Carlos Fuentes --las limitaciones religiosas y
culturales impuestas por la España de la Inquisición--. Vemos un mundo cerrado
a las influencias exteriores y en el cual se perseguía al culpable de cualquier
amenaza o desafío al dogma institucional. Somos testigos así de la persecución
de los judíos. Durante esta época, precisamente, España cerró las puertas al
mundo exterior, tomando una decisión histórica que determinó la naturaleza
cultural de España y, por consiguiente, de Hispanoamerica. (En Terra Nostra
Fuentes toma una actitud crítica ante esa decisión.) Se definió en Colombia una
tradición religiosa y hasta cultural que conscientemente eliminaba elementos
que pudieran haber creado más multiplicidad y hegemonía cultural. Sin las
pretensiones de la novela de Fuentes, Los cortejos de diablo comunica
una actitud crítica ante una institución religiosa pero evidentemente
represiva. El problema de la esclavitud surge también en relación con la
Iglesia. Vemos la postura claramente hipócrita de esta institución cuando
Catalina habla con el padre Claver y este pregunta si la esclavitud debe ser
abolida:
--¿Abolida.. .? --Ella estalló en carcajadas,
vibrantes y finas carcajadas--. ¡Pero esto es herejía, amigo mío! La Iglesia
tolera la esclavitud porque los negocios y la sociedad están edificados sobre
esa institución y suprimirla, acarrearía los más graves daños aún a los mismos
esclavos. [5]
Tanto el acierto más notable como la debilidad más
destacable de esta novela es el lenguaje. Esto indica que Espinosa es un
novelista para quien el lenguaje mismo es
un factor bastante importante. A veces se trata de un
"buen escribir" tradicional, pero conscientemente ejecutado. En otros
se logran efectos poéticos con repeticiones
de sonidos: ".. .encontraré la pululante bandada
baladora.. ." (p. l5); "Los rumbos rumban rumbosamente en rumbantela,
rumban rumberos y rumbáticos, zurumbáticos zumban por las zanjas en las zancas
los zancudos" (p. l67). En otros casos el empleo de formas
tradicionalmente poéticas (listas verticales de palabras) no va más allá de
sencillos juegos cuyo valor estético es dudoso.
Pero el factor mas desconcertante de Los
cortejos del diablo es lo que pudiera llamarse el "contenido
macondiano". Me parece que ciertos segmentos de la novela (por ejemplo,
desde la página 35 a la 56) intentan crear, algo débilmente, el mundo mágico de
Cien años de soledad. Como es tan bien conocida la tendencia a criticar
novelas en Colombia con la mas mínima supuesta "influencia" de García
Márquez, quisiera aclarar el problema tal como aquí lo trato. No veo ningún
inconveniente en la novelización al estilo, o con la temática dc García Márquez,
dentro o fuera de Colombia. (Al contrario, todo el desarrollo de la novela
occidental se ha basado en el empleo y la renovación de un número muy limitado
de formas y temas recurrentes. Nadie es "original".) Lo que a veces
estorba la lectura de Espinosa, no obstante, es el empleo de un lenguaje y
hasta un vocabulario ("mágico", "fantástico", e
"increíble" son palabras de Cien años de soledad que suelen
aparecer) sin crear para el lector una verdadera experiencia equivalente.
Afortunadamente este factor del "contenido macondiano" es mínimo en
la novela total,
una obra bien lograda.
Los girasoles en
invierno es menos importante como experiencia literaria que
como precursora de la obra posterior de Albalucía Angel. Trata de las
experiencias de
una joven en Europa. Los dos tipos de capítulos
describen incluso los dos espacios de la novela. Los capítulos impares son una
revelación interior de la protagonista que describe sus pensamientos y
sentimientos mientras esta sentada en un café en París. Los capítulos pares
toman lugar en Italia y Grecia, y un narrador omnisciente describe a la misma
protagonista y a su grupo de amigos mientras viajan por Europa. En ese primer
tipo de capítulos, la novela muestra tendencias de manipulación del lenguaje y
de la escritura como un juego intelectual, aunque no se podría decir que esas
tendencias están bien
desarrolladas. Los capítulos de viaje son una versión
contemporánea de la ya conocida historia del latinoamericano que conoce por
primera vez Europa. En el contexto de este estudio y de la generación a que
pertenece Angel, la conciencia de las posibilidades de creación con el lenguaje
es el aspecto mas importante de esta novela. La habilidad de Angel con el
lenguaje en este punto de su carrera no es del todo impresionante,
especialmente cuando insiste en emplear metáforas como "Miró el pueblecito
que
parecía más bien un dibujo de Klee" o cuando dice
"La ronda de noctámbulos que entra al edificio parece una película de
Fellini".
Las tres novelas del año l970 abrieron
paso a la nueva década de una manera poco estrepitosa. La gran popularidad de Cien
años de soledad estaba en pleno apogeo, ya
que la mejor novela colombiana del siglo había sido
ampliamente difundida, leída y comentada en la prensa. Con la excepción de
algunas notas periodísticas, las tres novelas en cuestión pasaron casi
desapercibidas, todas ellas publicadas en ediciones muy limitadas. La novela de
Buitrago, con procedimientos todos opuestos a los de García Márquez, apareció
como un fenómeno aislado de la sombra de Macondo. Y no nos olvidemos que
Buitrago ya había publicado El hostigante verano de los dioses bien
antes de Cien años de soledad (y durante una época, paradójicamente, en
que García Márquez escribía novelas bajo el mismo relativo anonimato de
Buitrago, Espinosa y Angel en l970). A pesar de sus notables dotes como
escritor, Espinosa sí muestra algo del impacto avasallador de Macondo sobre los
jóvenes. Y Angel en 1970 apenas está tanteando las fronteras de la narrativa
profesional. En esta coyuntura otro miembro de la misma generación, Héctor
Sánchez, ya había publicado dos novelas. El próximo año se enfila al grupo el
que será el mas fructífero de los jóvenes durante la década, Gustavo Alvarez
Gardeazábal. Su novela La tara del papa aparecerá junto con una obra
publicada por uno de los escritores más profesionales de la generación
anterior, Femando Soto Aparicio.
NOTAS
l. He visto por mi propia experiencia personal que
conseguir un ejemplar de Cola de zorro en Colombia es casi imposible. La
leí por primera vez en 1974 al encontrarme un ejemplar en la biblioteca de la
Universidad de Kansas. En 1975 cuando hacía mis
investigaciones sobre la novela colombiana pase seis
meses en búsqueda de esta obra. Recuerdo que por casualidad tropece con una
copia (usada) en la librería de Nicolás Suescún en la Candelaria.
2. Ver la discusión sobre la novelización de un
concepto por John S. Brushwood en The Spanish American Novel: A Twentieth
Century Survey (Austin/London: University of Texas Press, l975), pp. 3l4-3l
5.
3. Ver Brushwood, p. 3l4. (La traducción del inglés es
mía.)
4. Fanny Buitrago, Cola de zorro (Bogotá:
Tercer Mundo, l970), p. 1 l. (Todas las citas son de esta edición.)
5. Germán Espinosa, Los cortejos del diablo
(Montevideo: Editorial Alfa, 1970), p. l.85. (Todas las citas son de esta
edición.)
Capítulo III
FERNANDO SOTO APARICIO: VIAJE A LA CLARIDAD (l971)
FERNANDO SOTO APARICIO nació en Socha (Boyacá) en
1933. Comenzó a escribir profesionalmente a los l6 años. Publicó su primera
novela en 1960, y obtuvo renombre internacional con La rebelión de las ratas
(l963). Desde entonces ha publicado unas diez novelas, entre ellas Mientras
llueve (1966) y Mundo roto (1973). También ha escrito cuentos y
poesía. Actualmente vive en Bogotá. Fernando Soto Aparicio ocupa un lugar
destacado dentro del grupo de los novelistas colombianos más profesionales que
actualmente escriben. Entre los establecidos de su generación, las únicas
figuras comparables en ese sentido son Gabriel García Márquez y Manuel Mejía
Vallejo. Desde que llamó la atención internacional con la publicación de La
rebelión de las ratas ha seguido una rutina de trabajo admirable dando a
luz unas diez novelas. Desafortunadamente, ha tenido que soportar dos olas de
crítica y noticias de prensa que nada tienen que ver con el mérito de su
ficción: la primera fue la que llegó con Cien años de soledad y la otra
fue la de los jóvenes narradores que han tendido a llamar la atención de los
críticos durante la década de los setenta. Mientras tanto y a veces dentro de
una especie de vacío crítico --a pesar del hecho de que figura como uno de los
novelistas que más se lee en Colombia-- sigue escribiendo. Se puede considerar Viaje
a la claridad, ganadora del Premio Ciudad de Murcia en España, una obra
típica del arte de novelar de Soto, aunque tal vez no tan bien lograda como
algunas de sus novelas anteriores. En el presente análisis se considerarán
algunas de las suposiciones básicas de Soto como novelista, tales como aparecen
en Viaje a la claridad, lo cual nos llevará a conclusiones acerca de
otros aspectos de su arte. A continuación se comentará brevemente la otra
novela del año l971, La tara del papa de Gustavo Alvarez Gardeazábal.
Viaje a la claridad consta de
treinta y ocho fragmentos (o segmentos) narrativos que versan sobre una
muchacha adolescente que ha sido violada por su padrastro. Tal resumen de la
novela seguramente sugiere una situación algo extraña y éste es precisamente el
caso de esta obra. Todos esos segmentos giran específicamente alrededor de ella,
algunos narrados por ella en primera persona y otros por un narrador
omnisciente fuera de la fábula. Los segmentos varían bastante de foco espacial
y temporal. Mientras la novela se abre en un presente absoluto en el cual la
narradora describe las sensaciones inmediatas que percibe, aproximadamente la
mitad de sus narraciones son recuerdos juveniles. Abarcan la historia de la
muchacha desde los doce hasta los dieciséis años de edad. Tenía doce años
cuando su madre se casó nuevamente con el esposo que iba a ser el violador. La
acción tiene lugar básicamente en una finca llamada "Los Alisos" y
allí se ve el desarrollo de un drama sicológico entre el padrastro y la
muchacha, un drama progresivamente mas intenso. Hay numerosas escenas en que
ella se va dando cuenta de los ojos acechantes del nuevo padre. La
caracterización de ella como individuo tiende a subrayar su gran sensibilidad,
inocencia y educación tradicional, humanista y católica. Lo católico y
tradicional será importante después cuando se consideran las posibles
soluciones a su circunstancia una vez que queda encinta.
La edición de Tercer Mundo publicada en
l972 ofrece como prólogo los comentarios de cada miembro del jurado que
seleccionó esta novela como ganadora del premio. Aún tomando en cuenta la retórica
a menudo exagerada que suelen emplear en prólogos de esta índole, pueden
servirnos de punto de partida para llegar a observaciones más generales sobre
la narrativa de Soto Aparicio. Veamos una de las observaciones de Tomás
Salvador, el presidente del jurado:
El novelista lo escribe todo y de tal
forma que el lector está dentro de esa muchacha violada, atormentada, que
guarda un terrible secreto, ese secreto que se desvela en la última palabra del
libro.
Se ha escogido esta frase porque este
miembro del jurado esta comunicando aquí al menos dos aspectos de la narrativa
de Soto Aparicio en que siempre acierta. La primera palabra clave es
"dentro". La característica a la que se refiere Salvador es la
habilidad de Soto Aparicio para crear una experiencia realmente interiorizada:
el autor es un maestro en manejar los monólogos interiores eficazmente, junto
con el fluir de la conciencia para que se vean los procesos mentales de los
personajes. Soto suele comenzar sus novelas en media res metiendo al lector
dentro de la situación inmediata, extrema e intensa del
personaje. Los comienzos de sus novelas siempre son
bien logrados precisamente por esta habilidad. Se crea tensión desde la primera
frase y el primer segmento de Viaje a la
claridad:
Ella se da cuenta de que la están movilizando. Lo
advierte porque, a pesar de tener el cuerpo insensible, percibe un leve
impulso, como si unas manos infantiles la empujaran
por una pequeña pendiente. No es que le dé el aire en
la cara ni que oiga el ruido causado por su cuerpo al desplazarse. Pero ya no
está quieta dentro de la ambulancia.[1]
Sin saber quién es "ella" y sin cualquier
otro dato que pueda ubicar al lector, Soto crea una situación ya intensa y
emotiva. El lector encuentra que sus capacidades racionales no le permiten
descifrar que está ocurriendo: ¿quién es "ella"?, ¿por qué está en
una ambulancia? Soto Aparicio cuidadosamente elimina todo detalle que pueda
relacionarse con procesos racionales a lo largo de este primer segmento: todos
los detalles que recibe el lector se limitan a los cinco sentidos. Oímos,
vemos, escuchamos, olemos y sentimos, pero no somos capaces de entender todo en
términos puramente racionales. El sentido predominante es la visión: dominan
imágenes de luz y sombra a través de este primer segmento. Veamos la luz en las
frases que siguen a las ya citadas:
Oscuramente la comprende, y de repente lo comprueba
cuando la luz se mete, rojiza, amarillenta, bajo sus párpados, y le llena el
cerebro con un estallido de cohetes de colora. Quiere abrir los ojos pero tiene
miedo de la claridad. Ya sabe que le luz esta rodeándola y finge ignorarla,
trata de convencerse de que continúa mimetizada con la sombra (el subrayado es
mío, p. 15).
Además de este kaleidoscopio de colores que aprecia el
lector a través de los ojos de "ella", lo otros sentidos abundan:
oímos la "sirena aullante", un "ruido lejano" y
"zumbidos", entre otras cosas; una vez en un
hospital olemos un "olor indefinible" y otros olores clínicos; se
siente la placidez y la calma del hospital. Ahora bien, volviendo a la
observación inicial del crítico español, se nota que Soto Aparicio
conscientemente
ha empleado una serie de procedimientos que crean esta
sensación de estar "dentro": experimentamos algunos de los procesos
mentales del protagonista; apreciamos sus
reacciones sensoriales; no tenemos explicaciones
lógicas por parte del narrador acerca de toda la situación. Otro miembro del
jurado, Concha Castroviejo, dice lo siguiente:
Nos enfrenta el autor a un mundo subjetivo, casi
insolidario, en tal forma en el relato pesa la intimidad, la interioridad de su
personaje central, pero los acontecimientos rechazan esos límites, los del ser
que los padece; sus implicaciones humanas y sociales --como expresivas de un
medio, de un ambiente--, son muy amplias.
Se nota que esta lectora ha sido impresionada por
algunos de los mismos aciertos ya comentados: habla de un "mundo
subjetivo", es decir, del mundo algo irracional,
como ya hemos visto. También se refiere a la
"interioridad de su personaje central", lo cual nos vuelve otra vez a
los procedimientos técnicos que maneja Soto para damos
la visión interior del protagonista. Asimismo
Castroviejo va un poco mas allá de las experiencias del lector para tocar
ligeramente algo del contenido temático: menciona
las "implicaciones humanas y sociales". Es
otra constante de la obra de Soto: tiende a tomar unos problemas concretos de
la actual sociedad colombiana y ponerlos en tela
de juicio, con fines obviamente críticos. En el caso
de esta novela el autor comunica una actitud crítica ante toda una serie de
instituciones que han formado una muchacha
del todo tradicional: ha sido educada en la iglesia y
ha aprendido los modos de actuar normalmente aceptados de su sociedad. Por su
educación eclesiástica tiende a ver
todo en términos extremos en cuanto a lo moral. Lo que
no sea moral tiene para ella connotaciones diablescas. Cuando era joven vivía
aterrorizada con la amenaza constante del diablo. Lo que hace Soto, entonces,
es ligar el personaje del padrastro con el diablo. Ella vive constantemente
aterrorizada con la figura del padrastro-diablo ("Satanael"), y como
esta figura es parte de su formación, le es muy difícil tratarla adecuadamente.
Su educación religiosa ha sido tan extrema que ella ve su situación (extrañísima)
como parte normal de lo que concibe como "la realidad". Aún ella, en
retrospección, logra tener cierta conciencia de los problemas de la educación a
que la sometieron. Dice, por ejemplo, cuando describe su relación con Equis:
"Ahora pienso que en el principio de nuestra amistad fui demasiado cruel
con ella. Pero no por mi culpa. Nada diferente podía esperarse del medio en que
me educaron" (p. 36).
Más allá de estos comentarios acerca de
su educación y su ambiente, el autor desarrolla una situación general que
lógicamente no debe ocurrir en una sociedad justa:
las muchachas lógicamente no deben ser violadas por
sus padrastros, y cuando ocurren tales agresiones, la sociedad debe tener los
recursos para ajustarse. Todo lo contrario
aquí. En primer lugar, no existe la posibilidad de un
aborto legal, ni tampoco desde el punto de vista de la moralidad religiosa.
Soto emplea toda una serie de condiciones especiales para considerar la
circunstancia de la mujer en Colombia. En términos prácticos la solución mas
lógica debería haber sido el divorcio entre los padres, librando así a la
muchacha de los acechos del padrastro. El autor comunica su mensaje acerca del
divorcio en Colombia cuando emplea la muchacha como portavoz y dice a su tío
(éste último político y por consiguiente representante del statu quo); Creo en
el divorcio como la única solución para la esclavitud femenina; creo que
gracias a él podremos levantar la cabeza del yugo que han querido imponernos a
través de los años; creo que ya es tiempo de que tengamos libertad para el
placer y para el sufrimiento; creo que no puede condenarse a dos seres, en el
nombre de un principio absurdo, a la desesperación y a la miseria (p. 169).
El miembro del jurado Pedro Sánchez
Paredes publicó en la revista Janos unos comentarios que podrán servir
de puente para indagar otros aspectos de esta novela. Su artículo comienza del siguiente modo:
El tema central de la novela está constituido por un
acontecimiento tratado ya muchas veces en la historia de la literatura: la
violación de una adolescente. Hay, sin embargo, un detalle que le confiere
monstruosidad y rareza: el violador es su padrastro. La tesis --si es que en la
novela es lícito hablar de tesis-- ha sido estructurada en torno a una
hipótesis teológica: al momento de la agonía se intensifica en una
recapitulación dolorosa y purificadora de todos los actos de la vida.
La primera parte de estas observaciones
comunica la reacción de cualquier lector, y algunas de las ya comentadas acerca
de la rareza de la situación. Es una novela que crea una gran intensidad
simplemente por la situación, además de las interiorizaciones. Pero Sánchez
Paredes sugiere algo que va más allá de las observaciones hasta ahora
apuntadas. Sugiere la posibilidad de hablar de una "tesis". Aunque
generalmente la idea de "tesis" se aplica a la tradición de la novela
naturalista de fines del siglo pasado, es precisamente a base de tesis que se
desarrolla la narrativa reciente de Soto Aparicio. Sánchez Paredes agudamente
ha notado que toda la novela brota del eje estructural de casi un momento --es
por eso que la primera sección es tan intensa-- al mismo tiempo que Soto
Aparicio tiene como fin el probar cierta "tesis" acerca de la
experiencia humana. En sus novelas recientes Soto crea una situación específica
(suele ser una situación algo extraña) y después de haber establecido esto,
desarrolla el experimento para probar su teoría. En Viaje a la claridad
la pregunta central que hace el científico Soto Aparicio es la siguiente:
¿cuáles son los resultados cuando un padrastro mentalmente desequilibrado se
casa con una mujer con una hija adolescente? Estos "resultados" son
tanto la serie de acontecimientos como los efectos sicológicos sobre los
personajes. Como sabemos, según los patrones de los literatos científicos que
escribían las novelas naturalistas, hay básicamente dos factores que determinan
la vida de cada individuo: la herencia genética y el ambiente. Sin ser tal vez
tan obvio como los naturalistas en su novelización de estos elementos, Soto sí
los maneja para llevar a cabo su experimento. Si consideramos el pasado de los
dos personajes principales, por ejemplo, vemos que cada uno tiene un destino ya
de terminado a causa de su experiencia pasada. Bien adelantados en la lectura
de la novela nos enteramos de que Satanael nació ("no se sabe dónde")
hijo de un par de campesinos pobres; que vino por vía de usura hasta
Robledales; que allí amasó sus pesos con lágrimas ajenas; que compró una finca
llamada “Los Alisos” para engordar sus aspiraciones y sus vacas (p. 93). El
pasado de este, entonces, según los patrones naturalistas, recalca lo dudoso de
su carácter como "verdadero miembro" de una clase alta de
terratenientes. El autor sugiere que es un hombre cuya formación educativa y
social no corresponde a su poder económico, creando así una situación algo
desequilibrada. (Hay que aclarar que esta idea es del autor, no del analista
que esto escribe.) La muchacha también procede de un pasado que parece
determinar las circunstancias de su vida posterior. Por una parte, es hija
natural (genéticamente, así, de orígenes inciertos), y por otra, su
"ambiente" la ha hecho un caso especial. Soto nos lo explica
directamente.
En un medio tan cerrado como el de Robledales, el
hecho de ser hija natural no deja de tener ciertas desventajas, sobre todo de
orden social. Hasta los doce años no la trataron ni le dirigieron la palabra,
como no fuera para humillarla. Después del matrimonio de su madre con Satanael
XX, su vida cambió un poco. Pero no ha podido ganarse en forma definitiva el
respeto de los demás. Siempre continuará la hija ilegítima de un jefecillo de
correos que después de embarazar a su madre no fue capaz de afrontar las
consecuencias y se marchó del pueblo. Las chicas de su edad --las que se
encuentran colocadas en
una posición económica parecida a la suya-- no la
invitan a sus reuniones. Usted no lo comenta con nadie, pero siente tristeza.
No es envidia. Eso lo experimentó usted cuando tenía diez años y veía que las
niñas de la casa donde su madre estaba colocada como cocinera jugaban con
muñecas, o chupaban caramelos, o estrenaban trajes de seda, o leían tebeos.
Ahora no. En su espíritu de adolescente se ha derramado una conformidad
fatalista. Sabe que el destino de su vida es el sufrimiento y lo acepta con restricción.
Ya conoce por experiencia la inutilidad de la protesta (p. 96).
Se ve, entonces, que a los diez años aun ella ya
acepta el destino que le ha sido determinado. El otro factor de su pasado ya
mencionado es su formación religiosa. Ella
explica a fines de la novela que tal educación siempre
daba énfasis a la presencia del Diablo (con mayúscula en la novela). Los
elementos positivos y afirmativos de un Dios
existían en el plano abstracto, mientras los del
Diablo formaban parte de la realidad concreta. Ella explica:
Pero nada fue tan efectivo en mi niñez como el poder
del Diablo. Y las cosas que yo pensé podrían componerse cuando me creciera, se
tornaron peores. Al cumplir nueve
años me obligaron a que, delante del sacerdote,
confesara mis pecados.
Y el Diablo continuó tomando proporciones mayores
hasta que, como hizo con mi niñez, acabó por dominar mi infancia y mi
adolescencia Y no me amenazaban con él como antes. Era peor. No te toques ahí,
me decía mi madre. No te metas la mano entre las piernas. El Diablo vendrá por
la noche a quemarte los dedos. Aprendí a tenerme horror, a mirarme como una
posesión del Demonio, como una casa habitada por él (p. 173).
Ahora bien, tenemos a mano todos los elementos del
"experimento": un campesino que se ha comprado una finca; un
campesino que se ha casado con una mujer con antecedentes morales dudosos; una
hija ilegítima que vive socialmente aislada; una educación moral bastante
represiva. ¿Y cuáles son los resultados del experimento? Hay una violación
sexual y una muchacha sufre una serie de angustias tremendas. Siguiendo el
patrón de la novela naturalista, sin embargo, no hay modo de cambiar el fluir
predeterminado de los hechos. Al final de la novela, en la última línea, nos
enteramos del nombre que la muchacha le ha dado al hijo: Satanael. El ciclo
continuará inevitablemente.
Además de las tendencias muy
tradicionales a lo naturalista, otro factor que indica bastante acerca de la
narrativa de Soto Aparicio es el lector. Al decir "lector" no me
refiero aquí a la persona de carne y hueso que lee la obra (no hablo del
Raymond L. Williams que leyó esta novela por última vez en octubre de l979 en
Chicago), sino a la
entidad ficticia que cualquier novela crea. Toda
narrativa crea narradores ficticios y lectores ficticios. Por ejemplo, cuando
el narrador de El túnel declara en la primera página que ha matado a
alguien, entendemos que se trata de un narrador inventado y que el autor de
carne y hueso, Ernesto Sábato, no tiene nada de asesino. Del mismo modo que un
autor inventa a un narrador, inventa a su lector. Mejor dicho, crea a este
lector por medio de una serie de procedimientos técnicos. Al comenzar El
túnel con tal declaración Se está creando inmediatamente una idea acerca
del carácter del narrador ficticio. Como ha sostenido el teórico Walter Ong,
todo novelista inventa a un lector del mismo modo.[2] Ong y Wayne Booth han
propuesto que el nivel de aceptación (y de éxito) de una obra literaria esta
determinado por la voluntad por parte del lector real (de carne y hueso) de
aceptar el papel del lector ficticio en la novela que lee.[3] Si el lector real
puede identificarse con el lector ficticio, entonces la novela le agrada, si
no, la rechaza. Al considerar el problema del lector ficticio en las novelas de
Soto Aparicio surgen algunas de las discrepancias entre el lector real y el
lector ficticio y tal vez algunas
de las debilidades de Viaje a la claridad. Una
de las primeras suposiciones del lector que crea Soto Aparicio es que la novela
sirve para estudiar casos sicológicos y, como se ha visto, para analizarlos
casi científicamente. Otra suposición del autor es su deber de revelamos
facetas de la sicología humana, facetas a veces raras; el "lector-Soto
Aparicio" (lector ficticio) lee para aprender algo acerca de la sicología
humana. No cabe duda de que la novela como género ha pasado por épocas en que
esa suposición no sólo era válida, sino que las novelas que versaban sobre la
sicología abundaban. Todavía se siguen publicando novelas que parten de ese
principio, especialmente entre las de
consumo popular, tanto en los Estados Unidos como en
el mundo hispánico.
Un aspecto relacionado con lo
tradicional en la novela es una especie de "espíritu humanista" en el
sentido tradicional de la palabra (digno tal vez dc la "Atenas Sudamericana").
Al caracterizar a los personajes en Viaje a la claridad se tiende a
describirlos según su "espíritu".[4] Cuando se caracteriza a la
muchacha se hace referencia a su "espíritu inquieto". El vocabulario
mismo aquí supone a un lector que comparte la idea de que se puede (y se debe)
apreciar a una persona según este concepto de "espíritu". Una
paradoja en la narrativa de Soto Aparicio es la siguiente: aunque el autor
maneja técnicas narrativas sofisticadas, el lector ficticio que el inventa no
es un lector altamente sofisticado. En vez de elogiar sutilmente a su lector al
brindarle la oportunidad de llegar a sus propias conclusiones: (a lo Hemingway,
como explica Ong, por ejemplo), las suposiciones de este autor tienden a
degradar al lector, al menos a nivel intelectual. En vez de experimentar una
serie de descubrimientos y en vez de llegar a sus propias conclusiones, Soto le
explica todo a su lector ficticio incapaz de leer independientemente. Por
ejemplo, al hablar de Satanael, el narrador explica: "La sombra es tu
Reino" (p. 52). Es un modo de advertir al lector (por si acaso no lo ha
captado) que en el juego constante (y a veces excesivo) entre la luz y la
sombra, Satanael se identifica con la sombra. El mensaje ya delineado de Soto Aparicio
también se comunica de un modo poco sutil, denigrando así al lector ficticio.
La simbología en esta novela opera en el mismo plano --no sólo emplea símbolos
de luz y claridad a menudo, sino que va explicándolos--. El sistema es bastante
obvio: la primera parte se llama."La Raíz de la Sombra”; la segunda
"La Posibilidad de la Luz"; la tercera "El Puerto de la
Claridad"; después de las innumerables referencias a lo largo de la obra
(incluyendo una carga bastante pesada de referencias en cada página del primer
segmento), en la última página el narrador nos dice lo siguiente, refiriéndose
a la muchacha con el hijo recién nacido: "Mira al niño y comprende que en
sus pupilas están naciendo, simultáneamente, la claridad y la esperanza"
(p. 203). Así Soto liga, para el lector ficticio de mínimas capacidades
intelectuales, la "claridad" con la "esperanza". Aunque
reconozco los múltiples aciertos de esta novela, no soy capaz de identificarme
con el papel del lector ficticio que Soto me ha designado.
¿Dónde se ubica Soto Aparicio dentro de la trayectoria
de la novela colombiana e hispanoamericana? Ya hechas las observaciones
anteriores, volvamos al jurado para
llevar un paso mas allá la consideración de esta
novela. El presidente del jurado, Tomás Salvador, concluye lo siguiente:
Viaje a la claridad, sin duda posible,
causaría un fuerte impacto en el público y la crítica de todos los países de
habla hispánica. Junto a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Bryce
Echenique, José Donoso, Cortázar, Fernando Soto Aparicio forma ya en la
vanguardia de esa impresionante pléyade de nuevos escritores que, publicando en
España, esta evolucionando nuestra literatura, con la riqueza de su estilo y el
vigor de sus situaciones.
El crítico ha colocado a Soto Aparicio ostentosamente
junto a las figuras más destacadas de la nueva narrativa hispanoamericana. A
pesar de sus muchas dotes como novelista, algunas de ellas ya discutidas en
este capítulo, hay una diferencia notable entre el lector ficticio creado en la
novela de este colombiano y los lectores ficticios creados por autores como
García Márquez, Vargas Llosa, Donoso y Cortázar. En las novelas de cada uno de
ellos el lector ficticio es sofisticado: se le pide la participación activa en
el proceso creador. En una forma sutil estos autores elogian al lector
ficticio.[5] Aunque uno siempre está consciente de su gran habilidad técnica y
aun de su sofisticación, en las novelas como Viaje a la claridad la
experiencia creada se distingue claramente de la lograda por los novelistas
nombrados cuando se considera el problema del lector. Es importante tener en
cuenta que este problema del lector ficticio en las novelas de Soto Aparicio
aparece en Viaje a la claridad y en algunas otras novelas de esta
década; novelas como La rebelión de las ratas (l962) y Mientras
llueve (1964) están más bien dentro de la trayectoria de la nueva narrativa
hispanoamericana. [6]
Viaje a la claridad es
representativa del arte narrativo reciente de uno de los novelistas mas
profesionales que tiene Colombia actualmente. Soto Aparicio es un artista
que entiende y maneja la técnica narrativa con una
habilidad igual a la de los mejores novelistas colombianos de hoy. Se destaca
especialmente por los comienzos fuertes
que atraen al lector, un procedimiento común en sus
novelas y de muchos novelistas que ejercen su arte con madurez. Otros aciertos
de Viaje a la claridad son las técnicas de interiorización y el empleo
de los sueños en pasajes notablemente imaginativos.
Gustavo Alvarez Gardeazábal, joven
escritor tulueño de apenas veintiséis años en l97l, funcionaba durante esa
época en la escena literaria colombiana con una visibilidad tal vez comparable
a la de García Márquez durante la época de su primera novela, La hojarasca
(1955). Pero tanto La hojarasca como La tara del papa, la primera
novela de Alvarez Gardeazábal, fueron meros indicios de la oleada literaria que
seguiría después. Los paralelos continúan: La hojarasca y La tara del
papa son especialmente importantes como primeras novelas que contienen los
elementos básicos de cada autor; fueron novelas que llamaron relativamente poca
atención al publicarse, pero cuyo mérito literario ha sido suficiente para que
sobrevivan y sean mucho más leídas en ediciones publicadas con posterioridad.
La tara del papa trata de tres generaciones
de una familia importante e influyente en Tuluá, los Uribe. Una serie de
narradores comunican la experiencia de la familia a través de unos ochenta y
tres segmentos narrativos. Los representantes más significativos de las tres
generaciones narran en primera persona: el papa Uribe, su hija Ramona y su hijo
cuyo nombre no sabemos. El hijo llega a ser la figura central de la novela al
dominar la Segunda parte de la obra. La muerte determina la estructura
circular, que comienza con la muerte del papa Uribe y termina con la muerte del
hijo. La primera mitad de la obra ofrece una serie de narradores que cuentan lo
siguiente: la muerte y el entierro del Papa Uribe, descritos por el narrador
omnisciente fuera de la fábula; la juventud de Ramona, narrada por ella y el
narrador omnisciente; el desarrollo de la historia política de Tuluá (que
abarca desde el siglo pasado hasta "la violencia"), según la describe
Luisa Uribe en un cuaderno que aparece regularmente a lo largo de la novela; la
juventud del hijo en el seminario, que versa sobre su fascinación homosexual
con un obispo. El dinamismo se halla en el manejo del punto de vista narrativo
que necesariamente crea dudas a causa de la inversión de las causas y los
efectos. Por ejemplo, sólo cuando el lector ya esta bien adelantado en la
lectura descubre la identidad del narrador de los segmentos originalmente
contados por el hijo; la yuxtaposición de los días escolares de Ramona con los
de1 hijo crea dos líneas narrativas paralelas que no se distinguen al principio;
los apuntes de Luisa Uribe se explican ya muy avanzada la novela.
Aproximadamente a la mitad de la obra, varios factores
cambian lo que ha sido la experiencia hasta ese punto: al morir Tomás Lozano,
esposo de Ramona Uribe, el hijo
comienza a participar activamente en el proceso
político; la novela comienza a enfocar más detalladamente los procesos
políticos y la violencia, tanto en el nivel personal del hijo como al nivel
general de Tuluá; mientras en la primera mitad el hijo narra sólo cuatro segmentos,
en la segunda mitad el llega a ser el narrador principal, narrando una mitad de
la segunda parte. Además de los problemas normalmente asociados con la política
institucional, el hijo tiene que enfrentarse con su tara: a pesar de su
"destino" de ser conservador, intenta ser el primer liberal de la
familia. Dos factores contribuyen al dinamismo en la segunda parte de la obra.
Primero, los intentos inútiles para superar el destino se intensifican a lo
largo de la Segunda parte. Segundo, la violencia y su irracionalidad van
intensificándose. Estos dos factores culminan al final cuando la violencia
predomina sobre el orden, los liberales sobre los conservadores, y la violencia
y los liberales sobre el hijo. Lo asesina León María, líder conservador de los "pájaros".
El acierto de esta primera novela es su
expresión de la violencia a varios niveles mediante la técnica narrativa. De
esa manera se experimenta la violencia más como un conflicto de tradiciones
enraizadas que como un problema exclusivamente ideológico o clasista. En los
segmentos históricos se ve la violencia como parte de una larga tradición que
antecede a su intensificación en los años cuarenta y cincuenta. En los
segmentos en primera persona se experimenta la importancia de la tradición
familiar en el sentido de que cada miembro de la familia Uribe cumple con su
"destino" personal según esa tradición.
Los elementos básicos que caracterizaran
la narrativa de Alvarez Gardeazábal se encuentran en esta primera creación
novelesca. Se introduce el mundo de Tuluá –su espacio y varios de sus
personajes-- que serán parte de Cóndores no entierran todos los días, Dabeiba
(a pesar del cambio juguetón del lugar) y El bazar de los idiotas. El
empleo de una estructura circular y rígidamente controlada en La tara del
papa es el primer indicio de un procedimiento idéntico en las novelas
posteriores, hasta la
ruptura con El titiritero. Como en toda la
narrativa posterior de Alvarez Gardeazábal, abunda el contenido anecdótico
--importa sencillamente "contar"-- y se desarrollan una serie de
elementos de misterio para mantener siempre el interés del lector.
Se ha comentado, acertadamente, que La
tara del papa es ejemplar de lo que Unamuno ha definido como intrahistoria.
Esta palabra recalca tanto lo interior como
lo histórico de esta novela y mucha de la obra
posterior de Alvarez Gardeazábal. A través de procedimientos ya mencionados
--la estructura, el punto de vista-- se comunica una faceta interior de los
personajes. Como historia la novela relata los acontecimientos sociopolíticos
en la región de Tuluá durante los años de la violencia; al mismo tiempo es la
historia genealógica de la familia Uribe. Pensando en la definición de Unamuno
de la intrahistoria como la presencia de la eterna esencia (que es lo
inconsciente en la historia), el plano de la intrahistoria corresponde más bien
a la primera mitad de la novela y el plano de la historia cronológica
corresponde a la Segunda mitad.[8] Dejando al lado momentáneamente la
terminología crítica, podemos concluir con la observación de que lo que muestra
Alvarez Gardeazábal en esta primera novela es "garra". Incluso
podríamos decir que todas las novelas de este autor tienen "garra".
Es una característica a veces difícil de definir en términos puramente analíticos
–aun que lo he intentado al hablar del dinamismo-- pero es el factor que atrae
lectores y mantiene su interés. Algunos novelistas la tienen, otros no, pero
los novelistas que logran atraer tantos lectores como lo ha hecho Alvarez
Gardeazábal de algún modo u otro han perfeccionado el arte de esa garra.
El año l97l fue algo parco en la
producción novelística en Colombia. Coinciden la publicación de sólo dos
novelas de mayor interés, por dos novelistas de los más profesionales en el
país --uno que publica una novela relativamente menor después de haber
establecido renombre internacional, y otro a punto de entrar a la escena
hispanoamericana con éxitos ruidosos. El uno crea una novela para el lector
mediano mientras el otro comienza a enfilarse entre los más exigentes de los nuevos
novelistas hispanoamericanos. El
próximo año será el verdadero bautismo, tanto a nivel literario como a nivel
público, para Gustavo Alvarez Gardeazábal, que dio a luz dos novelas en l972.
NOTAS
l. Fernando Soto Aparicio, Viaje a la claridad
(Bogotá: Tercer Mundo, l972), p. l5. (Todas las citas son de esta edición.)
2. Walter Ong
"The Writer's Audience is Always a Fiction", Publications of the
Modern Language Association, 90, 1 January l975), PP. 9-2l.
3. Wayne Booth, The
Rhetoric of Fiction (Chicago: University of Chicago Press, 196l).
4. Jacinto Arévalo Ramos describe un aspecto
relacionado de la obra de Soto Aparicio, el "misticismo". Ver
"¿Un Místico Moderno?", "Magazin Dominical", El
Espectador, 15 de enero de 1978, P. 10.
5. Un ejemplo es La tía Julia y el escribidor
de Mario Vargas L1osa. Trato este problema del lector ficticio en ''La tía
Julia y el escribidor: escritores y lectores", Texto crítico,
número l3 (1979), pp. 197-209.
6. John S. Brushwood analiza estas dos novelas dentro
del contexto de la novela Hispanoamericana en The Spanish America Novel: A
Twentieth Century Survey (Austin/ London: University of Texas Press, l975),
pp. 228, 277-78.
7. Dick Gerdes, La tara del papa: la
intrahistoria de "la violencia", en Raymond L. Williams, Aproximaciones
a Gustavo Alvarez Gardeazábal (Bogotá: Plaza & Janés, l977), pp. 5l-59.
8. Ver Gerdes, p. 59.
Capítulo IV
Gustavo Alvarez Gardeazábal: DABEIBA (1972)
GUSTAVO ALVAREZ GARDEAZABAL nació en Tuluá (Valle) en
l945. Enseñó en la Universidad del Valle hasta 1979 y ha ejercido el periodismo
en varios diarios nacionales. Autor de ensayos críticos publicados en Colombia
y el extranjero. Ha publicado un volumen de cuentos, La boba y el buda
(1973) y cinco novelas: La tara del papa (l97l), Cóndores no
entierran todos los días (l972), Dabeiba (Finalista, Premio Nadal,
1972), El bazar de los idiotas (1974) y El titiritero (1977).
Actualmente
vive en Cali.
Dabeiba figura como una de las novelas más
cuidadosamente estructuradas y más detalladamente elaboradas de la década. En
ese sentido la única novela comparable
será El otoño del patriarca, publicada tres
años después. Finalista para el Premio Nadal, y publicada la primera edición
por Destino en España, hizo de Alvarez Gardeazábal
un novelista ya de renombre internacional a los
veintiocho años de edad. Cóndores no entierran todos los días en
realidad antecede a Dabeiba tanto por haber sido escrita primero como
por el hecho de haber sido distribuida en Colombia antes de ella. La novela de
Alvarez Gardeazábal que más impacto y acogida ha tenido en Colombia
indudablemente es Cóndores no entierran todos los
días. Dabeiba es superior en términos puramente estéticos: la
relativa popularidad de Cóndores en Colombia probablemente tendrá varias
explicaciones. En primer lugar, hasta muy recientemente (cuando por fin la
Editorial Plaza & Janés publicó una edición de Dabeiba) Cóndores
fue la novela mejor distribuida y más económicamente accesible. Segundo, Dabeiba
es la novela más exigente para el lector de toda la obra de Alvarez
Gardeazábal. Concomitantemente, Cóndores es la novela cuya lectura pide
menos del lector. Y por último, Cóndores trata un asunto de gran interés
histórico, político y social en Colombia (La Violencia), mientras Dabeiba
encuentra su génesis más bien en la imaginación pura. Hay que señalar que
ninguno de estos factores tiene que ver con el mérito literario de
las respectivas obras.
La ficción de Alvarez Gardeazábal
enfatiza siempre el arte tradicional de contar.[l] Una visión panorámica de la
obra del precoz tulueño en comparación con la de García Márquez o Vargas Llosa
revela semejanzas en el interés de cada uno de estos escritores en desarrollar
una trama, contar una historia. Además del fuerte contenido anecdótico, otra
reacción intuitiva ante la obra de Alvarez Gardeazábal es el sentido de
movimiento en todas sus narrativas. Mi primera reacción al tener en manos esta
narrativa fue el deleite de ver cómo el novelista hábilmente ganaba mi interés
y cómo me llevaba por sus novelas tan rápidamente. El presente análisis
intentará sistematizar brevemente esta reacción intuitiva: ¿cómo logra Alvarez
Gardeazábal ganar el interés del lector y cómo crea esa sensación de movimiento
constante? El término "generadores" se refiere a los elementos que funcionan
como catalizadores en una narrativa y el "dinamismo" es el elemento
que provee el movimiento o el cambio en la experiencia del lector. (Se trata de
otro intento de asediar sistemáticamente la "garra" mencionada en el
capítulo anterior.) Al terminar el análisis de Dabeiba se comentarán
brevemente las otras novelas destacables de l972: Cóndores no entierran
todos los días del mismo autor, Dos veces Alicia de Albalucía Angel,
Triquitraques del trópico de Flor Romero de Nohra y La cárcel de
Jesús Zárate. La fábula de Dabeiba, o la historia cronológicamente
reconstruida, es bastante sencilla cuando se hace un resumen. Pero el sujet
--la historia tal como aparece en el texto-- es más complejo. Trata de los
habitantes de Dabeiba durante un período de pocos días. Un hilo que provee
unidad a las descripciones de los ciudadanos tan curiosos de este pueblo es la
posibilidad de un desastre natural que los amenaza constantemente. Esta amenaza
sirve como pretexto para llevar a cabo una serie de caracterizaciones inventivas.
Hay que decir que los habitantes de Dabeiba son algo excéntricos.
Veamos el primer párrafo de la novela para considerar
el problema de los generadores:
Mélida Cruz cogió la jeringa, hirvió el agua y vació
el alcohol encima de la mesa. Misiá Rosana la miró extrañada, pero como sabía
quién era Mélida, ni dijo nada. Ramón
Julio gritó:
--A1go va a pasar hoy, con esta llovedera desde la
madrugada, Mélida botando el alcohol encima de la mesa y yo viendo estrellitas
en cada rincón; algo va a pasar.
Estas tres frases iniciales son indicativas de algunas
estrategias narrativas de Alvarez Gardeazábal. La primera frase comienza por
señalar la presencia de Mélida Cruz. No
se la introduce con ninguna exposición ni explicación
–no sabemos quien es--. Tampoco se emplea un adjetivo inicial para comenzar el
proceso de caracterización. Al contrario,.ella funciona exclusivamente en el
plano de alguien que actúa, como se sugiere con el empleo de tres verbos
transitivos que indican acción: "Mélida Cruz cogió la jeringa, birrió el
agua, y vació el alcohol encima de la mesa" (el subrayado es mío). Esta
primera frase recalca la acción en vez de la caracterización; Mélida ya esta
funcionando más como "actor" que como persona de carne y hueso. El
narrador ha puesto al lector dentro del fluir de una serie de eventos
desprovistos de trasfondo. Misia Rosa, de quien tampoco el lector tiene
información alguna, mira a Mélida, pero no dice nada porque evidentemente la
conoce. Se ha creado una relación triangular entre el narrador, Misiá Rosana y
el lector. En cuanto a las relaciones respectivas de ellos con Mélida, es
notable que, mientras el narrador y Misiá Rosana saben quien es Mélida, el
lector hasta este punto queda poco informado. Al comparar la primera frase
--una serie de acciones-- y la
segunda --que presenta un problema de información—se
puede proponer una observación inicial acerca de los generadores en la novela:
se emplea la acción externa como
fuerza catalizadora (en vez de la interiorización o la
caracterización descriptiva, por ejemplo) y la presentación ofrece una falta
sistemática de datos, que funciona como
otro catalizador. La tercera frase, lo que grita Ramón
Julio, presenta otro catalizador con la sugestión portentosa "algo va a
pasar hoy". De este modo el primer párrafo apunta hacia el futuro y
comienza a funcionar a base de la dinámica de la expectativa. En resumen, los
generadores iniciales se basan en asuntos informacionales y temporales.
La estrategia narrativa es semejante en el resto de la
novela. Mélida Cruz, "actor" en la primera frase, continúa
funcionando principalmente como un recurso. Así como
las cinco primeras palabras comienzan por recalcar
tres elementos de la novela: (1) Mélida, (2) el verbo "cogió" y (3)
“jeringa", el resto del capítulo expande la asociación
entre Mélida y la jeringa, haciendo una equivalencia
en términos funcionales: Mélida = jeringa. Se puede construir tal equivalencia
por el hecho de que la jeringa llega a tener una importancia igual en la serie
de eventos del primer capítulo. La jeringa, por consiguiente, genera historias
personales de los distintos personajes mientras hace sus trotes de casa en
casa, sirviendo así como catalizadora de las historias de don Alfonso, Josefina
Jaramillo, don Balthazar, Aníbal Lozano, La Potes y don Gumersindo.
En el sentido en que la jeringa y Mélida funcionan
como un pretexto para narrar anécdotas sobre individuos, se puede afirmar que
Mélida funciona como un recurso.
Un asunto relacionado con la información --los
rumores-- también sirve como generador en el primer capítulo. La información y
la descripción que el lector inicialmente
adquiere acerca de los personajes es, en el caso de
cada uno de ellos, o rumor o información semejante al rumor –el chisme o lo que
generalmente se cree en el pueblo--. Cuando Mélida Cruz llega a la casa de un
soltero llamado Balthazar lo que se rumora acerca de el sirve como punto de
partida para contar su historia. El narrador explica que
para darle a don Balthazar su inyección Mélida Cruz
tuvo que pasar por una serie de habitaciones que siempre estaban cerradas.
Entonces el narrador provee mas información acerca de estas habitaciones, pero
las revelaciones son estrictamente lo que se rumorea. De ese modo lo que el
lector aprende --y no aprende-- en las otras caracterizaciones se basa en tales
rumores. Cuando Mélida entra a la casa de don Aníbal, un homosexual reconocido,
ella ve una pintura de uno de los amantes que se supone ("unos
dicen") fue pintado por el alemán. Mélida cree que la hizo un alemán o don
Aníbal. El rumor o chisme que sirve como generador de la narrativa en el primer
capítulo al iniciar las anécdotas o al plantear dudas al lector, contrasta con
la plétora de información, rumores o chismes acerca de los personajes,
ampliamente elaborados en los restantes capítulos de la novela. Después del
primer capítulo las revelaciones del narrador se basan en un conocimiento
superior al de los habitantes de Dabeiba. En el segundo capítulo, por ejemplo,
el narrador revela una serie de detalles acerca de las actividades sexuales de
don Balthazar; actividades que eran solamente rumores entre los habitantes de
Dabeiba. Dado
que cada uno de los capítulos que sigue al primero
provee más anécdotas acerca de los personajes, el dinamismo se encuentra en la
conciencia e interés creciente por parte
del lector acerca de un grupo limitado de personas que
el narrador trata en detalle. En cada uno de los capítulos siguientes se va
ampliando el conocimiento del lector de la
casa intrincada de don Balthazar. El rumor, el
"se dice que", el "siempre se ha dicho" o el
"dizque" del primer capítulo se muda a la omnisciencia y a las
revelaciones del narrador en los demás capítulos después. Siguiendo los asuntos
temporales tal como se relacionan con las observaciones hechas con respecto a
las tres primeras frases, se debe señalar que la catalización de la acción que
proyecta en el futuro (el "algo va a pasar" de Ramón Julio) se repite
a lo largo del primer capítulo.
Tanto el narrador como numerosos
personajes perciben las señas de eventos futuros inminentes. El narrador nota
que una gota de sangre aparece en el agua de Josefina Jaramillo y afirma:
"Algo tenía que pasar en Dabeiba." Otras veces en el primer capítulo,
Ramón Julio, Mélida Cruz y don Alberto hacen premoniciones semejantes.
Un factor temporal que determina la estructuración del
primer capítulo es el marco creado por el trabajo de Mélida. El capítulo
comienza con la presencia de Mélida al
principio del día y, después de finalizar la
administración de las inyecciones a través de la jornada, termina a media noche
cuando ella vuelve a casa. Entre la mañana y la noche el texto consiste en una
serie de anécdotas narradas metonímicamente y que se estructuran gracias a la
presencia de Mélida y a las fronteras temporales claramente
delineadas en el capítulo. Como tal, el marco temporal
provee un artificio alrededor del cual el narrador puede generar la primera
serie de anécdotas.
El marco temporal en los capítulos
restantes consiste en un desarrollo cronológico a través del cual el narrador
describe el estado actual de las cosas y las actividades individuales de los
personajes casi hora por hora, a lo largo de la novela. En el segundo capítulo
el narrador describe a cada uno de los habitantes hora por hora desde la mañana
hasta la noche de un día; el tercero los trata durante las horas matutinas del
próximo día (desde las cuatro hasta las seis de la mañana, aproximadamente) y
los tres capítulos que quedan abarcan un día entero, hora por hora. Como en el
primer capítulo, el tiempo funciona como un marco para desarrollar la
caracterización por medio de anécdotas. Por ejemplo, el ruido del batallón en
el tercer capítulo sirve como punto de partida para describir a cada uno de los
habitantes de Dabeiba precisamente en el momento del ruido.
En resumen, las tres primeras frases son indicativas
de la estrategia con respecto a los generadores y al dinamismo. La presencia de
Mélida Cruz y de su jeringa, los verbos que dan más énfasis en la acción que en
la interiorización, los problemas de la información y la declaración por 'parte
de Ramón Julio de que "algo va a pasar hoy", son todos elementos que
contribuyen al movimiento dinámico y al cambio.
Al haber considerado este problema de
los generadores y el dinamismo en Dabeiba se ha notado un manejo consciente del
tiempo; el tiempo contribuye a la presencia de un elemento de misterio que no
se resuelve hasta el final de la novela. Se manipula la información de tal
manera que se demoran los elementos básicos de la exposición para crear interés
en el lector. Puesto que algunos consideran tales procedimientos de dudoso
valor estético, es apropiado tener en mente una afirmación del teórico Meir
Sternberg acerca de este problema del interés del lector:
Desgraciadamente, muchos críticos todavía sufren de lo
que C. S. Lewis felizmente ha definido como puritismo literario. Ven
despectivamente lo que consideran un interés "mundano" en la
curiosidad o el suspenso, prefiriendo preocuparse por los aspectos
"espirituales" de la literatura, como el tema, la visión del mundo o
la sicología. Tales lectores fastidiosos suelen ser ignorantes de las
estrategias de composición empleadas por aun los autores más
"espirituales"; son estrategias determinadas por la necesidad de
crear y mantener una variedad amplia de intereses, entre los cuales se incluye
la dinámica de la expectativa.[2]
Las estrategias de composición que emplea Alvarez
Gardeazábal son absolutamente esenciales a la dinámica de la expectativa. Se
debe señalar también que la preocupación de este autor con algo tan "mundano"
como la dinámica de la expectativa también se relaciona con la temática. El
asunto básico de la información que engendra el interés del lector puede
traducirse como una preocupación constante también dentro del mundo novelesco
de Alvarez Gardeazábal: los personajes sufren de la dificultad de la
comunicación y esta dificultad se relaciona con lo mal informados que están
entre ellos.[3] La información --como
se comunica y como se genera-- es así uno de los temas principales al mismo
tiempo que es funcional en el dinamismo. Lo que se considera "la
realidad" --información verdadera o falsa se determina tanto por lo que
('se dice" como por los hechos históricos. Por eso el lector se enfrenta a
menudo ante un mundo abrumado por la irracionalidad.
El análisis de Dabeiba revela varios
elementos de la estrategia narrativa y la temática de Alvarez Gardeazábal en Cóndores
no entierran todos los días. Se vale otra vez de la comunicación de
información a nivel del rumor y de la manipulación del tiempo para crear una dinámica
de la expectativa. Pero en cuanto a lo que se refiere al interés del lector, el
colombiano encuentra la temática de la época de La Violencia, el asunto
literario que más atención ha llamado en los últimos veinte años.[4] Al mismo
tiempo es la novela menos "universal": se puede considerar él
problema del poder como una preocupación universal, pero el tratamiento se liga
a un tiempo y un espacio suma
mente específicos.
El empleo esta vez de un narrador
omnisciente fuera de la fábula hace de esta novela una experiencia menos
exigente que Dabeiba. Pero como en todas las novelas de
este año, se trata de una obra de estructura nítida.
En términos de Stemberg, se podría decir que Alvarez Gardeazábal muy
conscientemente ha hecho sus decisiones
en lo que se refiere a la composición total. En cuanto
a la anécdota, el personaje de La tara del papa, León María Lozano,
vendedor de queso, conservador y jefe de los pájaros, aterroriza a Tuluá. Actúa
con motivos comparables a los personajes en La tara del papa --sin
explicaciones ideológicas, y lo que es tal vez aún mas sorprendente, sin
intereses económicos personales.[5] Se explica el comportamiento de León María
Lozano sólo a base de una tradición dominante. Los recursos narrativos crean el
sentido de la tradición: la estructura circular (la presencia de Agobardo Potes
en San Bartolomé), el manejo temporal (lo inevitable del acto
"mafiana") y el uso del punto de vista narrativo (el desarrollo de la
fábula según lo que dicen o recuerdan los tulueños). Están tan empapados en su
tradición que les es imposible superarla. Ni León María ni los habitantes de
Tuluá tienen conciencia clara de sus actos, de modo que la muerte del Cóndor,
no señala, una liberación, sino el mero fin de una etapa: se entiende que la
tradición domina y continuara. En la experiencia del lector es una tradición
que se aprecia mediante la técnica al mismo tiempo que la observa en la fábula.
Esta manera en que Alvarez Gardeazábal sintetiza magistralmente la técnica con
la temática lo hace uno de los escritores mas dotados de la actual narrativa
hispanoamericana.
A diferencia de la fábula cronológica y
la importancia de contar historias en la novela de Alvarez Gardeazábal,
Albalucía Angel publica una obra más libremente imaginativa este año, Dos
veces Alicia. En vez de narrar una historia lineal, la novela se desarrolla
según una serie de asociaciones. El elemento unificador es la presencia del
narrador mientras relata lo que imagina y lo que percibe alrededor de sí mismo.
Insiste en establecer el derecho de usar esa imaginación e invita al lector a
que imagine con ella. La situación básica es la de una mujer en Inglaterra que
se encuentra de vez en cuando con sus amigos, algunos de ellos reales y otros
imaginarios. Por ejemplo, en una página ofrece, para luego negar, cuatro
nombres para sí misma. Además de la activización del lector, otro elemento que Dos
veces Alicia agrega a la primera novela, Los girasoles en invierno,
es una conciencia del acto creador; comenta su propio texto mientras lo
desarrolla. En
cuanto a la estructura, cabe dentro de las tendencias
de novelistas como Alberto Duque López, con su muy cortazariana Mate o el
flautista y otra novela que saldría a fines de la década, Mi revólver es más
largo que el suyo.[6] Una novela tradicional en su técnica narrativa es Trquitraques
del trópico de Flor Romero de Nohra. Según patrones decimonónicos, narra
una historia lineal, establece la situación al principio, describe a los
personajes al introducirlos en la novela y se ve un mundo en que funciona la
relación normal entre causas y efectos. Contiene varios dejos macondianos: la
magia, las plagas, los presagios. También intenta destruir el tiempo a lo
García Márquez cuando dice al principio "el tiempo no corría" (un
procedimiento poco eficaz). Calamoina es un mundo abundante donde, por ejemplo,
"Los animales desaparecieron por encanto una tarde."[7] A pesar de
que emplea un vocabulario macondiano sin crear una experiencia para el 1ector,
como sí lo hace García Márquez, Triquitraques del trópico versa también
sobre una serie de problemas sociales que comparten todos los colombianos
(incluso García Márquez): el lector percibe la diferencia entre la versión
"oficial" de la historia y los acontecimientos históricos del hecho;
el pueblo queda totalmente aislado y olvidado por el gobierno central; el
conflicto entre los guerrilleros y el gobierno llega a dominar la última parte
de la novela. Flor Romero de Nohra ha logrado una novela altamente imaginativa
con la creación de ciertos personajes, y la experiencia total de la novela es
amena. Al final se envenena Calamoina, todos los sobrevivientes se van, y la
novela termina así:
Quedó convertida en una ciudad verde, sembrada en el
monte, sin posibilidades de ser rescatada, porque nadie se atrevía a tocar una
hoja que sería yerbita maldita, ni a pisar esa tierra que podía estar
contaminada. Quedó para siempre sembrado en la maleza el pueblo vegetal de
Calamoina, y en las crónicas de los historiadores se le comenzó a citar como la
ciudad muerta que seguía creciendo sin moradores.
La cárcel de Jesús Zárate también desarrolla una
historia claramente inteligible, pero la experiencia es bastante
intelectualizada por el narrador protagonista. Lo han encarcelado injustamente
por tres años. La situación es injusta para él como individuo porque no ha
cometido ningún crimen; es injusta para el grupo a causa de las condiciones en
la cárcel. Con tiempo, la falta de justicia causa una rebelión del grupo y el
asesinato del director por el protagonista. Un factor importante fuera de
anécdota es la presencia de la metalengua. Es decir, un personaje, Míster
Albán, comenta la escritura del protagonista mientras los dos están en la
cárcel, y esa escritura es la novela que leemos. En un punto determinado Míster
Albán sugiere que la escritura del protagonista es superficial. El tono
cuando hace tales observaciones no es juguetón sino
sobrio, así que provee una autocrítica dentro de la novela, la temática
principal, la libertad humana, se expresa en
gran parte por medio de los diálogos entre el
protagonista y los otros presos, agregando así una metalengua de los temas
desarrollados en la anécdota. La cárcel es pretenciosa en el mismo sentido que
lo son algunas novelas de Soto Aparicio --tiende a proclamar directamente su
universalidad. La producción novelística de 1972 muestra la riqueza y madurez
de la actual novela colombiana. Dabeiba, junto a novelas como El
otoño del patriarca y Cola de zorro, fue uno de los logros técnicos
mayores de la década. La aproximación de Alvarez Gardeazábal a La Violencia con
Cóndores no entierran todos los días ha producido una de las mejores novelas de
la plétora de obras de ese "género"
en Colombia. Se sigue viendo todavía en 1972 el
inevitable vestigio de Macondo --lo ilustran Dabeiba y Triquitraques
del trópico--. Sin embargo, cada uno de estos novelistas logra una creación
marcadamente suya: Dabeiba es principalmente una continuación del ciclo tulueño
del autor y Triquitraques de trópico esta en la línea de su
novela anterior, Mi capitán Fabain Sicald (el asunto de los guerrilleros, por
ejemplo). Albalucía Angel continúa escribiendo de situaciones ubicada fuera de
Colombia y con un impulso creador en pleno apogeo. Pensando en estos tres
novelistas se ve que en este año, la novela colombiana responde a un impulso
personal (ante una novela, Cien años de soledad) y a una sociedad
colombiana que comparten todos estos escritores. Una novela muy ligada a la
sociedad colombiana --un espacio específicamente colombiano y una época
particular aparecerá el próximo año, Aire de tango de Manuel Mejía
Vallejo.
NOTAS
1. El análisis que sigue sobre Dabeiba fue
originalmente presentado en inglés en la reunión de la Modern Language
Association, Nueva York, diciembre, 1978, "Generators and Dynamism in the
Fiction of Alvarez Gardeazábal".
2. Meir Sternberg, Expositional
Modes and Temporal Ordering in Fiction (Johns Hopkins Press, 1978). (La
traducción del inglés es mía.)
3. Ver Wolfang A. Luchting, "Apuntes para una
lectura de Dabeiba", en Raymond L. Wiliiams, Aproximaciones a
Gustavo Alvarez Gardeazábal (Bogotá: Plaza & Janés, 1977), pp. 125-l69.
Luchting observa la falta de comunicación entre los
habitantes de Dabeiba.
4. Jacques Gilard ha mostrado que la novela no es del
todo fidedigna a la historia. Ver "Cóndores no entierran todos los días:
tragedia en vez de historia", en Aproximaciones a Gustavo Alvarez
Gardeazábal, pp. 63-75.
5. Kurt Levy comenta la personalidad del Cóndor en
"Cóndores no entierran todos los días: radiografía de un personaje
y de una época", en Aproximaciones a Gustavo Alvarez Gardeazábal,
pp. 77-88.
6. Ver John S.
Brushwood, The Spanish American Novel: A Twentieth Century Survey
(Austin/London: University of Texas Press, 1975), p. 3ll. Brushwood
analiza la estructura cortazariana de Mateo el flautista.
7. Flor Romero de Nohra, Triquitraques del trópico
(Barcelona: Editorial Planeta, l972), p. 93. (Todas las citas son de esta
edición.)
CAPITULO V
MANUEL MEJIA VALLEJO: AIRE DE TANGO (1973)
MANUEL MEJIA VALLEJO nació en Jericó (Antioquia) en
1923. Ha ejercido el periodismo y ha enseñado como profesor universitario. Ha
publicado cuatro volúmenes de cuentos y cinco novelas. Ganó el Premio Nadal en
l963 con su novela El día señalado y el Premio Nacional de Novela Vivencias
con Aire de tango. Actualmente vive en Medellín. Aire de tango es un homenaje al tango
y a la ciudad de Medellín en que se ubica la acción. Mejía Vallejo ha adoptado
el lenguaje y el alma del Barrio Guayaquil y el culto del tango. A pesar de ser
una novela justamente premiada y publicada por uno de los mejores novelistas
que tiene América Latina hoy, Aire de tango figura emite entre las menos
novelas conocidas del autor antioqueño. En cuanto a la crítica, Mejía Vallejo
se encuentra en la primera mitad de la década en una situación semejante a la
descrita en el caso de Soto Aparicio: algo ignorado a causa de los aplausos
jubilosos dirigidos a Cien años de soledad, al mismo 'tiempo que poco
atractivo para los críticos que buscaban los nuevos valores de los jóvenes y
"novísimos". Ha trabajado casi aisladamente entre los paisas. Es una
novela, sin embargo, cuyos logros son numerosos. El
presente análisis tiene el fin de considerar algunos factores de esta creación
que transforman una realidad mundana y cotidiana -la de un barrio de clase obrera
en Guayaquil- en un mundo ideal e idealizado. A continuación se comentarán las
otras novelas del año, Los desheredados de Héctor Sánchez, La noche
de tu piel de Benhur Sánchez Suárez y El cartero de Jesús Zárate.
Aire de tango es a primera vista
una novela que versa sobre e famoso cantante de tango años Garel. Una gran
parte de la novela trata de la vida dcl argentino e incluso hay una nota
editorial en la última, al final: Aire de tango se terminó de imprimir
el 24 de junio de l973, en el 38o. aniversario de la muerte de Caros Gardel, y
en homenaje al maestro." Nunca se clarifica precisamente cual es la
situación narrativa, pero consiste básicamente en un narrador que emplea
primera persona y que relata una serie de anécdotas acerca del mundillo del tango
en Medellín: de Gardel, de un gran admirador paisa de éste, Jairo, y finalmente
de la vida del narrador mismo. Se narra todo en un estilo verbal en el que el
narrador contesta una serie de preguntas, aunque ni el oyente ni sus preguntas
aparecen en el texto. Es como si estuviera en un bar en el barrio Guayaquil,
contando entre amigos.
Jairo, amigo del narrador, nació en l935, el año en
que murió Gardel y la novela cubre su vida como algo paralelo aunque posterior
cronológicamente. Más allá de los personajes específicos, la novela versa sobre
algo intangible que se intentara definir; es el espíritu de una época pasada,
un ('aire" de tango. Los puntos de confluencia entre los tres personajes
principales --Gardel, Jairo y el narrador-- hacen de
la realidad de Aire de tango algo complejo y fluido. Por una parte, la
vida de Gardel ha sido dedicada al arte del tango;
él es la encarnación viva del tango. Por otra Jairo
dedica su vida a una especie de imitación y búsqueda de Gardel. La
participación de Jairo en las peleas de los bares, por ejemplo, se justifica
cuando el se da cuenta de que el mismo Gardel fue así: "(Jairo) se puso
contento al descubrir que Gardel había sido peleador y que recibió por lo menos
un balazo."[l] Cuando Jairo canta no se trata de un mero uso de las
canciones de Gardel, A veces se cree Gardel: "Miren ustedes: yo soy Gardel
y voy a estrenar 'Mi noche triste'. Sé que desde aquí va a nacer la machería
del tango cantado, lo demás es pura paja. Yo soy Gardel pero estoy muriendo de
miedo porque voy a empezar la historia de las canciones más verracas del
mundo" (p. 58).
Jairo se dedica a informarse lo mejor posible sobre la
vida del artista rioplatense. En ese sentido su vida consiste en una especie de
búsqueda; va enterándose de los detalles
más minuciosos de la vida de Gardel al mismo tiempo
que intenta encamaros. El narrador explica hasta que punto se obsesionó Jairo
con esa búsqueda:
Les cuento que (Jairo) iba a las audiencias, no perdía
casos sonaos, buscaba juzgaos y tribunales y oficinas de archivo, preguntaba a
los que sabían, conseguía fotos y repetía historias, así aprendió completas las
ciento veintitrés armas famosas. Pues una noche encontró éste, opaco él, tirado
entre unas maderas. A Jairo le gustó ver un acero viejo, con misterio, como
Gardel y su vida (p. 102).
Gardel encarna el tango y Jairo encarna
a Gardel. El narrador se ha obsesionado con los dos. Su narración es un
homenaje extenso a ellos mientras experimentamos otra recreación artística: el
resucita el espíritu de Jairo tal como Jairo funcionó ante Gardel. Las 286
páginas, de la novela son un diálogo verbal escrito en forma de monólogo (sólo
sus respuestas aparecen en el texto) que son otra expresión artística (hablada,
no cantada esta vez) del tango. Su lenguaje, su vida y su creación giran
también alrededor del tango. Se vacila constantemente entre el nivel de la
realidad real y la realidad ficticia. Gardel existió en la realidad real; sus
canciones son creaciones artísticas. Jairo es una creación ficticia; su vida es
una imitación de una vida real. El narrador es una entidad ficticia que narra
sobre una persona ficticia y otra real. Manuel Mejía Vallejo dedica la novela a
Balmore Alvarez, una persona que el lector supone que existió; Balmore Alvarez
aparece en la novela como un personaje (p. 25). Manuel Mejía Vallejo es el
autor; hay un Mejía Vallejo (que escribe) que aparece de vez en cuando en la
novela. El movimiento continuo entre la realidad y el arte destruye los límites
entre los dos: todo llega a ser, otra vez, sólo el "aire" totalizante
del tango.
Del mismo modo que las confluencias de
vidas y personajes crean este fluir y confluir, Aire de tango es un collage
de textos que van mezclándose. Es un texto sobre
textos, y un texto cuya intertextualidad contribuye a
la destrucción de los límites entre el arte y la vida. Ese es el proceso de
transformación. En los términos mas amplios,
la obra que el lector tiene en sus manos es un texto
sobre tres artistas, dos cantantes y un narrador. El narrador, a su vez, tiene
a mano otros textos. Lee numerosas cartas de los amantes o admiradores de
Gardel, lo cual proporciona una visión exterior del personaje (y contribuye al
proceso de mitificación que se discutirá más adelante). Jairo, como alter-ego
del narrador y creador de textos, ha hecho un Album sobre Gardel que el
narrador a veces emplea como punto de partida en sus comentarios sobre el
argentino. Igualmente el narrador muestra a sus amigos algunas fotos que tiene
de Jairo y estas también funcionan
como generadores de anécdotas. El narrador, a su vez,
es un coleccionista de recortes periodísticos, y así el alterno de Jairo. Los
textos que proveen la visión aún más
amplia de Gardel son los extranjeros. Una noticia que
salió en Paris Soir en l935 subraya la idea de Gardel como encarnación
del tango: "La vida de Gardel es una bella canción; amaba la canción, no
existía más que por ella y para ella” (p. l l8). EI texto de otro artista de
renombre internacional aparece en este texto, el de Julio Cortázar (con la
palabra "tal" que crea una antiintelectualidad irónica):
Oigan otra opinión de un tal Julio
Cortázar: "Cuando Gardel canta un tango, su estilo expresa el del pueblo
que lo amó. La pena y la cólera ante el abandono de la mujer son pena y cólera
concretos, apuntando a Juana o a Pepa, y no ese pretexto agresivo total que es
fácil descubrir en la voz del cantante histérico de este tiempo, tan bien
afinado con
La histeria de sus oyentes" (p. l21)
Siendo una novela de artistas sobre artistas, se
aprecia un paralelo técnico entre los textos que contiene la novela. El
narrador lee estos textos a sus oyentes al mismo tiempo que lee el lector. De
ese modo el lector ficticio de Aire de tango goza de un lugar
privilegiado en la creación novelística igual que los oyentes del narrador, aficionados
al tango.[2]
El logro esencial, de esta novela se
encuentra en el impulso creador constante que transforma la realidad. Es un
proceso mitificante en que se supera la realidad cotidiana.
El mito no es el mito en el sentido común y corriente
de la palabra (algo "falso") ni un mito clásico, ni tampoco el mito
jungiano (de la subconsciencia colectiva). Se trata más bien de un mito
popular.[3] Aire de tango es una novela que mitifica el pueblo. Como se
sabe, el tango, a diferencia de las tradiciones europeas de música clásica, es
una forma de arte que tiene sus raíces en el pueblo y la clase obrera que
frecuentaba los bares donde se cantaba.
La caracterización de Gardel y Jairo
consiste en una serie de elementos que enaltecen los valores: del pueblo. Son
la personificación ideal de esos valores y por consiguiente alcanzan un status
mítico dentro de él. Cada uno tiene características particulares que lo
distinguen del hombre ordinario, aunque el hombre ordinario puede
identificarse con esas características. La descripción
inicial de Jairo por parte del narrador, por ejemplo, destaca precisamente esas
particularidades:
Una particularidad era que cogía el fósforo, lo
apretaba con los dedos quietos y la miraba la cabeza y rastri1laba la caja
contra e1 fósforo, la caja, no el fósforo, así era. Y su mérito de andar como
buscando camorra, y unas ganas en los ojos que se le notaban a media legua, las
ganas (P. l0).
El proceso de caracterización consta de una serie de
detalles como estos que, a primera vista tal vez parezcan poco importantes. Sin
embargo, crean la imagen del hombre superior a nosotros los seres comunes y
corrientes.[4] Su vida enfatiza la forma sobre la sustancia, y en ese sentido
también encarna el arte, en el que la forma importa igual que el contenido. El
notador afirma que no olvida a Jairo por su habilidad con las
"maneras"; "su manera de
atisbar la hora en el reló, sacar el pañuelo o
abotonar las mancornas o quitarse una pelusa de la solapa. ¡Si pudiera decirlo!
O su modito de matar un hombre.. ." (p. 38).
Aquí el acto de matar (el contenido) es lo menos --la
forma o el "modito" impresionan.
Como mitos populares, el tango y Gardel
se relacionan con otros mitos populares netamente colombianos. Uno es Jairo,
otro es Gaitán. Al recrear una época pasada
(la época del apogeo del tango y Gardel) se siente la
nostalgia no sólo por el tango, sino por toda la época. El narrador recuerda
las palabras de Gaitán: "Yo no soy un hombre, soy un pueblo" (p. 27).
Gaitán funciona como otro mito popular como Gardel y como Jairo, es un
hombre' que encarna los valores y las aspiraciones del
pueblo, al mismo tiempo que es un mito popular superior a ellos. El narrador y
Jairo, los colombianos entre los tres personajes del tango, dicen que iban a
pelear por el Partido Liberal y Gaitán, antes de que lo asesinaran. Además de
las relaciones entre mitos populares latinoamericanos –Garde/Jairo-Gaitán--
vemos la presencia nostálgica de mitos populares de los Estados Unidos, Bogart
y Chaplin. El paralelo en cuanto al funcionamiento de estas personas en sus
respectivas sociedades es evidente, y hasta el estilo o savoir-faire de
Bogart es equivalente a los "moditos" de Jairo y Gardel.
La caracterización también incluye un
proceso de deificación, otro factor que distingue a Jairo y a Gardel de los
hombres ordinarios. Encarnan características paradójicamente deificadoras y
diablescas, superando así al hombre común tanto por sus características
positivas como negativas. Dentro del contexto social en que funcionan, la
contradicción o paradoja no es tan dura porque las
características "negativas" pueden ser admirables. El ideal del
pueblo es "vivir peligrosamente" (como dice el narrador) y tener el
coraje para matar. La caracterización de Jairo consiste en una serie extensa de
actos violentos, incluso matanzas. Por eso hasta el mismo narrador lo llama una
vez “Jairodiablo". Pero como una figura semejante a Dios, actúa a menudo
de una manera bondadosa. El narrador nota que aunque estuviera bravo, Jairo
nunca alzaba la voz (p. 12). Jairo comparaba la voz de Gardel con la de Dios:
¿Gardel? el que más subió, tenía que caer –decía--.
¡Ni Cristo!, hasta se parecen: de Cristo haber cantao, cantaría con la voz de
Carlitos; los dos encaramaron para morir: Cristo en una cruz, Carlitos en un
avión. Eran las tres de la tarde… (p.31).
El narrador también deifica a Gardel: "De rezarle
a un santo le rezaría a Gardel, puedo apostar que haría el milagro" (p.
109). A pesar de la violencia que practican, tanto Jairo como Gardel tienen una
faceta de una moralidad especial y una pasividad que contribuye a la creación
de la figura de Dios. Además de nunca alzar la voz, Jairo pagaba los daños en
más de lo que valían; tampoco molestaba: a los dueños de los bares. Dentro de
un microcosmos violento y abusivo existe para estos seres superiores --los
semidioses-- un sentido moral que los rige estrictamente.
Como se ha sugerido, la postura de los
tres personajes tiende a estar siempre en una posición ambigua entre dos polos:
la posición de Gardel entre Argentina y Colombia
es ambigua (los colombianos lo consideran colombiano
por haber muerto allí; es argentino por
nacimiento), su presencia como hombre-Dios también lo coloca entre dos polos;
Jairo vacila entre un ser autentico y una mera imitación sin sustancia; el narrador
vacila entre el pasado y el presente; Jairo y Gardel aparecen como figuras de
Dios y del diablo. Otra ambigüedad planteada con menos claridad o ligeramente
sugerida es su ambigüedad sexual. Como parte de la postura socialmente
aceptable y admirable, hay un esfuerzo ostentoso de mostrar el
"machismo" en toda oportunidad. Con la excepción de estos momentos de
machismo flagrante, no obstante, Gardel y Jairo aparecen en la novela a veces
como seres asexuales y hasta con tendencias homosexuales. Gardel, en ocasiones,
parece pasivo e indiferente ante las numerosas mujeres que lo siguen. y le
escriben. Tanto Jairo como Gardel llevan vestidos o se comportan físicamente de
un modo que vacila entre la estilización legítima de un cantante y tendencias
femeninas. El narrador habla de un homosexual que seguía a Jairo, quien se pone
muy defensivo cuando le preguntan sobre el asunto: "¿Vainas de maricas?,
un momento, señores, nadie tan empujador a la hora brava, que lo digan sus
difuntos" (p. 29). Hay una referencia que hace el narrador que aun sugiere
una relación homosexual (o latentemente homosexual). Cuando su oyente le
pregunta algo (no sabemos que) acerca de Jairo, el narrador contesta:
"¿Querer? El, Jairo" (p., l00)
Esta creación de un mito popular
mediante la caracterización de personajes humanos y sobrehumanos, y bastante
ambiguos, crea una realidad superior a la realidad
cotidiana. Todos ellos -Gardel, Jairo y el narrador--
revelan un fuerte impulso creador mediante el cual se intenta superar la
realidad deprimente que los rodea. El mito que ellos crean conscientemente es
algo que supera al menos momentáneamente esa realidad durante el acto de la
creación. Para Gardel es el acto de cantar; para Jairo es el acto de imitar a
Gardel; para el narrador es el acto de contar. A veces el deseo de superar esa
circunstancia se expresa como un mero escape pasivo,:no creador: se escucha el
tango, se toman tragos, se fuma marijuana. Otras veces el escape consiste en un
intento de volver a un pasado idealizado. Por eso la obsesión, por parte de
Jairo y el narrador por lo trivial. Estas 'trivialidades (que incluyen hasta
los datos más insignificantes sobre Gardel y su época) son una expresión del
intento totalizador por revivir ese pasado, mientras más detalladas, menos relación
tienen con la realidad actual y cotidiana que los rodea. El narrador mismo aun
admite lo creador de su acto de narrar: "Y ese barrio: Guayaquil, pregunte
no más, le sé todas sus cosas. Las que no sepa las invento" (p.45).
Aire de tango es digna
de pertenecer a la época de madurez narrativa de Mejía Vallejo. Los múltiples
niveles de la realidad que experimenta el lector al intercalarse entre el
narrador, Jairo y Gardel, crean una serie de relaciones triangulares que hacen
de la lectura una experiencia exigente. El lector, al leer, como el narrador al
contar, experimenta una realidad superior a la mera descripción mimética de un
barrio en Medellín y unos cantantes de tango, uno de ellos una figura
histórica. El barrio Guayaquil y sus tres personajes funcionan como una
metáfora del arte. Los desheredados, la tercera novela de Héctor
Sánchez, y su primera en la década de los setenta, relata una anécdota
semejante a la de sus novelas anteriores, pero ahora minimiza la metalengua.
Aunque a primera vista parezca carecer de estructura, hay que leerla como las
novelas de Duque López y Angel; la estructura misma es parte de la
experimentación. [5] Narra la historia de un pueblo, pero el orden de los
acontecimientos no es significante. Trata de la llegada del ferrocarril a este
pueblo y comunica el sufrimiento de los que lo habitan. Más que en Las
causas supremas o Las maniobras, el contar una historia predomina
sobre el acto: de crear en sí. La actitud comunicada así es semejante a las
novelas anteriores. Tal como el protagonista de Las maniobras se dedica
a cavar un hoyo para rechazar el mundo, un comentario por parte de un personaje
es típico de la vida según se la concibe en este pueblo: “La vida es la peor
cochinada que puede ocurrirle al hombre.” [6] La historia comienza en un
presente básico y retrocede del tiempo para abarcar un período de veinte a
cuarenta ellos. Fue la época en que se comenzó la construcción del ferrocarril
en el pueblo. El concepto del tiempo es importante por primera vez en la obra
de Sánchez y este concepto está dentro de la línea de lo que ha sido siempre
tan notable en la novela colombiana se concibe el presente como la suma de los
eventos de un pasada frustrante e inútil para cada uno de los personajes. A
veces se aprecia este pasado por medio de la memoria de los personajes; otras
veces a través del narrador omnisciente. La novela es controlada por un
narrador que emplea tercera persona y Los desheredados representan para
Sánchez un movimiento hacia la narrativa más tradicional.
La experiencia de La noche de tu piel de Benhur
Sánchez es predominantemente intelectual y hasta ideológica. Como tal, se
relaciona con las tendencias hacia la conceptualización de Buitrago y hacia la
intelectualización de José Stevenson. Las deficiencias técnicas de La nocbe
de tu piel la hacen inferior a su primera novela, La solterona. Los
problemas técnicos tienen que ver con el empleo inapropiado de la narración en
primera persona en que el
protagonista se explica a sí mismo cosas que uno no lo
esperaría decir. En otros casos explica los temas al lector, semejante al
problema notado en Viaje a la claridad. Por ejemplo, el narrador
protagonista se explica a sí mismo que su situación en la ciudad es tan
indeseable como lo fue en el campo, un hecho evidente según lo que acontece en
la novela. La obra se divide normalmente en dos partes. En la primera parte, el
protagonista negro describe su circunstancia inmediata ----su pobreza-- en la
ciudad mientras también recuerda su pasado en el campo. En la segunda parte un
narrador omnisciente cuenta de una rebelión armada contra el explotador del
protagonista en el campo. Es evidente que para Sánchez Suárez lo importante es
que el protagonista tuvo una toma de conciencia y se rebeló. En este caso la
novelización de ideas tiene una función prescriptiva. Jesús Zárate se queda
dentro de los cánones tradicionales con El cartero. A través de una
serie de acontecimientos algo kafkanianos se interrumpe la vida mundana del
protagonista. El generador para estos elementos es una carta que llega a la
casa de este protagonista solitario y letárgico. Había leído en su horóscopo
que la recibiría. La relación entre la carta y el horóscopo puede ser una mera
coincidencia. Tal es el caso de 1os acontecimientos de la novela entera.
Adquieren un significado especial para él porque insiste en encontrar una
explicación racional para cada nueva vuelta en su vida. En efecto, esta
especulación continua pone en tela de juicio la racionalidad de la sociedad en
que vive. Esta sociedad llega a ser complicada y horrorosa. Aunque bastante
tradicional en su técnica narrativa, esta novela es un caso especial dentro del
contexto de la novela colombiana contemporánea. Es un estudio del individuo
dentro de la sociedad moderna y tecnológica en vez de considerarlo exclusivamente
dentro del contexto de las relaciones humanas. Aquí el individuo está aislado
en relación a la sociedad: no es el, producto de una tradición. El protagonista
solitario busca su identidad y no la encuentra por medio de las relaciones con
otros (como en el caso de Buitrago) ni tampoco
mediante la herencia (como en Alvarez Gardeazábal y Rojas Herazo). La
naturaleza de esta búsqueda es el factor que universaliza la novela.
Las novelas de l973 revelan una
continuidad, en la obra de los escritores ya comentados en este estudio. Héctor
Sánchez, Benhur Sánchez Suárez y Jesús Zárate publicaron novelas cuyas
características no diferían radicalmente de su obra anterior. Fue un año de
producción novelística saludable no sólo por la calidad, sino por la independencia
creadora de las dos preocupaciones todavía en boga, García Márquez y La
Violencia. Al contrario, Aire de tango y El cartero son dos
novelas que versan sobre situaciones muy particulares y especiales de sus
respectivos autores. Mientras la aproximación a la racionalidad del hombre
moderno que hace Zárate es casi una curiosidad en la novela colombiana, el
próximo año se estrenará una novela que explota aún mas curiosamente, y
bastante más ampliamente, problemas relacionados con la irracionalidad, El
bazar de los idiotas de Gustavo Alvarez Gardeazábal.
NOTAS
1. Manuel Mejía Vallejo, Aire de tango,
(Medellin: Editorial Bedout, 1973), p. 14. (Todas las citas son de esta
edición.)
2. Para una explicación del término
"lector-ficticio" véase el capítulo 3 sobre Fernando Soto Aparicio.
3. Se trata más bien de una definición social del
mito. Ver Roland Barthes, Mythologies.
London: Cape, l972.
4. Robert Scholes ha concebido esta idea de comparar
el mundo ficticio como superior, igual o inferior al mundo nuestro para definir
el género de un texto. Ver
Robert Scholes, Structuralism in Literature (New Haven: Yale University
Press, l974).
5. Isis Quinteros critica la estructura de Los
desheredados en una reseña publicada en Chasqui (mayo l975), pp.
70-74.
6. Héctor Sánchez, Los desheredados (México:
Siglo XXI), p. 78.
CAPITULO VI
GUSTAVO ALVAREZ GARDEAZABAL: EL BAZAR DE LOS IDIOTAS
(1974)
El bazar de los idiotas representa dos
logros mayores para Alvarez Gardeazábal: junto con Dabeiba es la mejor
novela del autor en términos técnicos; junto con Cóndores no entierran todos
los días ha sido una novela de gran éxito popular en Colombia. Una encuesta
publicada al final del año l974 indicó que fue la novela colombiana más
leída en el país ese año. Esto indica al menos alguna
inclinación de los colombianos a leer mas allá de Macondo. La novela misma toma
una postura nueva, hasta entonces desconocida, ante Cien años de soledad:
la parodia. El presente análisis considerará los procedimientos que emplea este
autor para transformar la realidad de una región
específica (Tulua) en un mundo ficticio universal; al
final se examinará la relación de esta obra con Cien años de soledad.
[1] Por último se comentará la técnica otra novela notable del año, Puerto
silencio de Femando Soto Aparicio. El bazar de los idiotas relata la
historia extraña de un par de retardados mentales en Tuluá. La experiencia de
la novela, sin embargo, trasciende la naturaleza preeminentemente anecdótica
del contenido y la descripción mimética de la vida y las costumbres de Tuluá.
En este sentido la obra es típica de la novela hispanoamericana contemporánea
pues la invención predomina sobre la mímesis.[2] El humor y la calidad mágica
de algunos de los acontecimientos recuerdan hasta cierto punto la presencia de
estos dos elementos en Cien años de soledad. Estos factores, y la base
marcadamente regional, sugieren la posibilidad de discutir el
"realismo-mágico" a menudo relacionado con obras que emplean un punto
de partida "real" para narrar acontecimientos aparentemente
"mágicos".[3] La esencia de la invención en El bazar de los
idiotas, sin embargo, se encuentra en el uso de técnicas narrativas
específicas que transforman la experiencia de la realidad. Al utilizar el
concepto de Gerard Genette del verbo nuclear, esta novela es la expansión de la
frase básica "Dos idiotas onanistas se hacen héroes en Tuluá".4 El
verbo sintetiza lo esencial de lo que ocurre en la historia. El empleo del
verbo "hacerse" recalca la importancia del proceso de hacerse en vez
del fait accompli, sugiriendo asimismo la importancia de la invenció (la
elaboración de este “hacerse") como fundamental a la novela. Una
consideración breve de la expansión de este verbo nuclear y su frase provee un
resumen de la Histoire --o fábula—la anécdota antes de su transformación en
trama.[5] El punto de partida en este "hacerse" es la serie de
eventos que preceden el nacimiento de los idiotas. El cura de Tuluá, el padre
Severo Tascón, vive con Manuela Barona a pesar de las protestas de algunos de
los ciudadanos más distinguidos. El resultado de esta relación ilícita es
Marcianita, quien se casa con Nemesio Rodríguez, y engendra a los dos idiotas,
Bartolomé y Asmón Lucio. El hacerse héroes tiene que ver con el descubrimiento
de que a pesar de sus deficiencias mentales, a través del onanismo 'pueden
curar las enfermedades. Mientras se acrecienta su fama durante el proceso de
hacerse héroes, la economía de la región sufre un empuje paralelo: ya que el
pueblo llega a ser un centro de turismo. Un aspecto significante del proceso de
hacerse del par de hermanos se relaciona con la gente que curan para alcanzar
esta popularidad --una galería de tipos que varía desde una ex reina de belleza
paralizada hasta un homosexual que sufre del "alma" después de perder
a su amante-. Los idiotas alcanzan el status de "héroes" en su
"hacerse" cuando sus logros llaman tanta atención que acuden a Tuluá
hasta expertos nacionales y extranjeros. El proceso de hacerse termina en la
última página de la novela cuando mueren asesinados por su hermano medio. Se
evidencia la esencia de la transformación inventiva de Alvarez Gardeazábal al
considerar las tres categorías de la gramática del verbo, según Genette: temps,
mode y voix .[6]
Una parte fundamental de la experiencia
de la expansión del verbo en El bazar de los idiotas es la estructura
básica como elemento de transformación. Se maneja el tiempo y la anécdota de
tal manera que no corresponda una descripción mimética de las fronteras
espaciales y temporales que la novela abarca. Dos tendencias estructurales
concomitantes efectúan la transformación de la realidad a este nivel: (1) una
tendencia hacia el cuento en donde los capítulos individuales funcionan como
entidades en sí; (2) una tendencia hacia la coherencia en donde el manejo del
tiempo crea la unidad estructural.
La primera tendencia, la formación de entidades. Y
luego secuencias dentro de estas anécdotas, es aparente al considerar los
capítulos individuales como unidades. Los
capítulos pares, aquellos en que se caracterizan
personajes individuales, corresponden mas a un sistema cerrado o técnica del
cuento. Los capítulos impares también tienen
un sistema cerrado y lo que se ha identificado como
una técnica del cuento no es tan evidente. Estos capítulos, no obstante, como los
capítulos de caracterización, tienen
una base notable de anécdotas, haciendo de la
secuencia de ellas un factor importante en la experiencia de la novela.
Considerada en detalle, se puede ver la novela como una serie de 86 secuencias
narrativas. [7]
Mientras las unidades y las secuencias
contribuyen a la experiencia episódica de El bazar de los idiotas, otro
factor estructural unifica estos episodios. Dos factores principales son el
manejo de elementos temporales y la presencia de ciertos elementos constantes.
La estructura total se basa en el manejo del tiempo en el sentido de que todos
los acontecimientos de la novela son el cumplimiento de un ciclo que se cuenta
como algo ya pasado. Las primeras dos páginas establecen este presente que se
mantiene como punto de referencia a lo largo del otro elemento unificador la
presencia de una yegua (al principio, a mediados y al final de la novela).
La transformación de la fábula más allá
de la mimesis también se efectiva por medio de otros factores temporales. Se
nota, en cierto sentido, una falta de equilibrio en
la narrativa. Se aprecia esta falta de equilibrio al
contrastar brevemente el detalle que el narrador emplea en la anécdota de las
arañas de Andrés y el foco temporal
relativamente amplio de la novela total. La descripción del narrador crea un
efecto humorístico, cuando emplea detalles dentro de una situación en que
normalmente no se los esperaría. El narrador describe cada paso de su drama:
Abrió la tercera caja y sin haberse prevenido, ni la
gente haberle oído explicación alguna, una araña amarilla, con patas que
parecían orugas de tractor buldozer, se quedó
en la mitad del gobelino verde mirando desafiante al
público (p. 36).
El marco temporal de la novela total (unos cincuenta
años) y más específicamente, la extensión temporal del capítulo de Andrés,
indican la experiencia del proceso inventivo en este caso. En términos de
Genette, la experiencia imaginativa ha sido creada por medio de una
incongruencia entre histoire (la anécdota de una araña) y récit (la
presentación de la araña en el texto mismo).
Tal como la naturaleza altamente
anecdótica de esta novela lo sugiere, el "hacerse" y la elaboración
de ello son tan importantes como el acto mismo, si no más importantes. Las dos
tendencias estructurales, una que enfatiza la unidad independiente, y la otra
que recalca la novelización de estas unidades, crean cierta falta de equilibrio
en el proceso de la expansión transformando la histoire más allá de la
mímesis. La ruptura de la cronología objetiva y el manejo de estos factores
temporales es importante en el proceso inventivo. El empleo de una estructura
cíclica y el uso de un “presente” crean una distancia de los acontecimientos,
en vez de la cercanía a la realidad de la que dependía la novela regionalista
tradicional para sus efectos nostálgicos.
La situación narrativa de El bazar de
los idiotas es básicamente lo que en términos tradicionales se ha llamado
tercera persona omnisciente. Genette nota que técnicamente todas las novelas
son de “primera persona” y resuelve el problema de “punto de vista” al
distinguir entre quién ve (mode) y quién habla (voix) en una
narrativa. [8] En términos más sencillos mode trata de los problemas de
cómo el narrador filtra la información y voix tiene que ver con la cuestión del
hablante –cuál es su relación con la historia y el lector.
La manera en que se regula el fluir de
la información (mode) es fundamental al humor y a la invención de
Alvarez Gardeazábal. En general el narrador no penetra en los personajes
sicológicamente. Esta novela no es de ningún modo una de análisis sicológico
profundo al estilo de Soto Aparicio, ni tampoco contiene las secciones de
análisis interior que uno encuentra en las novelas de Héctor Sánchez o
Buitrago. El narrador sí revela, sin embargo, algunos de los pensamiento y
sentimientos de los personajes, empleando a menudo palabras como “entendió” y
“sintió” en descripciones breves en vez de un análisis desarrollado. Una fuente
de humor es la ruptura de este código, yendo un paso más allá de este mode.
Los personajes “deciden” algunas cosas, por ejemplo, que normalmente no se
considerarán decisiones. Emplea esta técnica al menos tres veces en el primer
capítulo. La primera vez Marcianita “decide” nacer (aparecer por entre las
piernas de su madre):
Las cosas, sin embargo, son muy
distintas y deberán serlo porque el destino rige a Marcianita Barona desde
cuando un 31 de octubre, de hace muchos años, decidió aparecer por entre
las piernas de su madre, y Tuluá, los coros angélicos de cielo y tierra… (el
subrayado es mío, p. 8)
Este y otros casos del empleo del verbo
“decidir” recuerdan las incongruencias ya anotadas acerca del tiempo (el
detalle dentro de un contexto más amplio). En otro caso el narrador emplea el
verbo “decidir” de un modo que combina las dos técnicas. Al contar la historia
de Isaac Nessim en términos bastante generales (es el capítulo que más tiempo
abarca en la novela) incluye el detalle de que Nessim “decidió” desembarcar en
Buenaventura cuando vino originalmente a Colombia.
Cuando la percepción del narrador se
acerca más a la de las dos personajes, el efecto es irónico. Cuando Paulina
Sarmiento encabeza a su grupo en la campaña contra Marcianita, el narrador los
describe de la siguiente manera:
Eran la vanguardia de la salvación de
Tuluá y no iban a quedarse en mitad del camino permitiendo la ayuda
misericordiosa a la reencarnación demoníaca (p.44).
El empleo del término “reencarnación
demoniaca” corresponde más a la percepción del grupo que a la del narrador en
su posición normalmente distanciada. Otras veces este uso del lenguaje refleja
más bien la mezquinidad del pueblo. El narrador compara a Inesita González con
las otras candidatas usando un lenguaje que humorísticamente refleja el de
Tuluá: “Las otras candidatas resultaban un relleno” (p.149). Al describir el
comercialismo de Tuluá dice: “Los precios de venta variaban según la cara de
incurable que le veían al comprador” (p.255).
De una manera semejante, altera, el mode
básico al invertir completamente los términos normales del lenguaje, empleando
un lenguaje comercial para describir los asuntos relacionador con la iglesia y
el lenguaje de la Iglesia para describir las actividades de los idiotas. En
cuanto a la Iglesia, denomina a los miembros “clientes”: “Los que primero sintieron
la baja clientela fueron los padres redentoristas de Buga” (p.241). La
creciente fama de los idiotas causa cambios en los negocios de la Iglesia:
La venta de reliquias, del aceite del
hermano champagnat, del agua del Guadalajara, de los fragmentos del jabón que
la india usaba cuando encontró tres siglos atrás la imagen milagrosa lavando
ropa en el río, todos los rosarios de chambibe que resultaron ser de lágrimas
San Pedro, absolutamente todo el elenco milagrero, dejó de venderse. Por
primera vez desde el día en que comenzaron a construir la basílica y el
convento, el padre guardián tuvo necesidad de gastar el dinero de la caja
fuerte y mermar los envíos de estampillas para las misiones y de dineros para
la casa madre en Burgos.
El lenguaje usado para referirse a los
idiotas tiende a ser eclesiástico. Los que vienen para ser curados son los
“peregrinos” que hacen su “peregrinación”. Otras veces son la “multitud”.
Cuando los idiotas cura, aparece una “luz” a la que también se hace referencia
como un “resplandor”. Cuando Isaac Nessim acude a los idiotas, la descripción
emplea el lenguaje de la Iglesia para sus efectos irónicos:
Brotaba la fe de sus manos puntiagudas,
de su cara esquemática. Marchó lentamente hasta pasar por debajo del balcón.
Miró a los idiotas como a la gloria eterna, como hubiera mirado a sus padres si
ellos volvieran de ese más allá que un día se los tragó (p.290).
Este
procedimiento con el lenguaje es parte de un proceso sutil de inversión de
valores.[9] El crítico Raymond Souza ha notado al respecto: “Una inversión de
valores aumenta o exagera la importancia de ciertos elementos y disminuye la
significación de otros y tales cambios revelan las distorsiones y debilidades
que existen en lo que considera el esquema de valores.” [10]
La consideración
de mode en El bazar de los idiotas también indica un rompimiento
con el regionalismo tradicional en lo que se refiere a la caracterización. El
narrador en El bazar de los idiotas esta situado fuera de la historia y
mientras narra suele dirigirse al lector
ficticio como si este lector ya conociera ciertos
aspectos de Tuluá.[11] Estos dos problemas --la relación entre el narrador y la
historia y la relación entre el narrador y el lector ficticio son problemas que
Genette denomina de voix. [12] Una función básica del narrador en esta
novela es la de servir de testigo. Desde su posición temporal de
"hoy" narra la historia de los acontecimientos de Tuluá. También
tiene la función de organizador. Desempeña este
papel porque es la única fuente de memoria de los
eventos de Tuluá. El narrador afirma desde el principio de la novela que la
falta de entendimiento de los eventos que han ocurrido en Tuluá resulta del
problema de la memoria: Tuluá se ha olvidado del padre Tascón y de los orígenes
de los dos idiotas. La labor del narrador, entonces, es recordar y reescribir
la historia olvidada de Tuluá. La realidad de Tuluá está determinada tanto por
la manera en que se la recuerda (y olvida) como por los hechos de la historia
objetiva. El acto de organizar por parte del narrador es hasta cierto punto una
denuncia de la modernidad
y su tecnología porque es esta modernidad lo que causa
que Tuluá se olvide de su pasado verdadero:
Con él ha ido llegando en gredes oleajes, todavía cree
o piensa en el fondo de Marcianita, aunque ahora último la milagrería les ha
hecho olvidar que lo que podría explicarles la historia viva que agobia sus
calles (p. 120).
Esta "civilización" ha hecho que Tuluá se
olvide (cómodamente) del pasado de Marcianita, y tal es el caso de la memoria
de Tuluá: se olvidan las cosas cuando les conviene a los habitantes.
En cuanto al lector, ocupa un lugar a
una distancia aproximadamente igual a la posición del narrador distanciado
--testigo--. Esta posición funciona en la creación
del humor. La caracterización de los idiotas, que
recalca lo exterior y lo físico, es precisamente una de las situaciones que
Bergson ha descrito como una de las condiciones
para crear una situación humorística: la
insensibilidad del observador ante los objetos o personas observadas.[l3]
Bergson también apunta a la importancia de lo físico cuando se combina con lo
moral en la creación del humor.[l4] Tal es el efecto de la caracterización de
los idiotas: adquieren el status de santos en Tuluá y se comparan
constantemente con la Iglesia (lo "moral"). Se experimenta el humor,
entonces, en la parte de la caracterización que enfatiza su espiritualidad
dentro de un contexto físico o viceversa.
Aunque el narrador en El bazar de los
idiotas no desempeña lo que Genette define como una función ideológica, la
denuncia de la novela se hace aparente a través de las situaciones. Un aspecto
universal de esta novela es su actitud ante la sociedad burguesa y su
tecnología. Goldmann ha propuesto que la ideología predominante de la burguesía
es el racionalismo.[l5] En esta novela predominan el antirracionalismo. La
tecnología burguesa es del todo ineficaz en esta obra: cuando Andrés queda
herido ni los expertos japoneses pueden curarlo; cuando Inesita queda
paralizada ni los especialistas de Boston pueden hacer nada. La irracionalidad
de la metodología de los idiotas recalca humorísticamente los fracasos de la
tecnología. Vale destacar que el primer
milagro de la pareja adolescente fue el de curar a un suizo, símbolo por
excelencia de la tecnología. Otros elementos irracionales contribuyen a la
experiencia de Tuluá, tales como la fecha de nacimiento de Marcianita (el 31 de
octubre), la yegua, y los efectos mágicos de la leche de yegua. El columnista
Pangloss ataca a 1os idiotas en su "columna racionalista", pero
después de que los idiotas carbonizan el periódico en que aparece el ataque,
deja de escribir por un mes. Otros se oponen a los idiotas con "vigor
racionalista" (p. 267).
Las semejanzas entre El bazar de los idiotas y Cien
años de soledad, algunas de ellas bastante obvias, hacen inevitable la
comparación entre las dos obras. De hecho,
vale considerar brevemente la relación entre la novela
más importante de 1974 (siete años después de Cien años) y la gran obra
colombiana del siglo XX. Se han analizado novelas como Los cortejos del
diablo y Triquitraques del trópico, en que los autores se valen de
algunos de los mismos procedimientos que emplea García Márquez, y con
resultados dudosos. Es tal vez demasiado fácil ir descartando obras a causa de
la supuesta "influencia" de García Márquez, algo considerado a veces
tan grave como una plaga si uno creyera a algunos de los críticos y periodistas
--tanto en Colombia como en el extranjero--. Como se ha mencionado antes, sin
embargo, es importante estar consciente del hecho que toda la literatura
occidental consiste en un desarrollo necesariamente consciente de los
escritores anteriores. No hubiera podido existir un Don Quijote tal como lo
conocemos si Cervantes no hubiera leído los libros de caballería y las novelas
pastoriles.
Cien años de soledad no existiría en la
forma que tiene sin la presencia anterior de Rabelais, Faulkner y otros. El
bazar de los idiotas evidentemente no hubiera podido
ser escrito sin la publicación anterior de Cien
años de soledad. En vez de sencillamente huir de esta plaga macondiana, o
de caer en la mera imitación, Alvarez Gardeazábal ha abogado por una de las
formas más sofisticadas de la literatura occidental, la parodia.
El bazar de los idiotas es una parodia de Cien
años de soledad en varios niveles. Un logro importante de la novela de
García Márquez es su empleo de la exageración: es un mundo hiperbólico donde
todo es posible porque se eliminan los límites normales de "lo real"
y "lo normal".
Alvarez Gardeazábal se vale igualmente
de la exageración, pero da un paso más: se burla de ella, la parodia. El
bazar de los idiotas no solamente contiene la exageración garciamarquezana,
sino que versa sobre la misma. Es una novela sobre la exageración, y el
narrador mismo comenta los procesos hiperbólicos que se ven. Por ejemplo, dice
lo siguiente dc los resultados exagerados que tuvo el onanismo entre la
juventud:
Los curas en sus sermones, los obispos en sus
pastorales, los médicos por la televisión, los padres de familia en los almuerzos,
los directores de los colegios, los profesores,
todos los que podían hablar, hicieron campaña para
mermar la oleada. Los peligros de la masturbación fueron sacados a la luz. Se
puede mermar tanto que se dijo que la masturbación era muchísimo más peligrosa
que la marihuana, que no hace daño a nadie. Sólo ahora, meses de la noticia que
Inesita dio con una ingenuidad asombrosa la moda ha cesado un poco y los
masturbantes ya no gritan tanto (el subrayado es mío, p. 260).
Cuando los idiotas alcanzan fama
nacional el narrador observa: "Los de la revista Siete Días no inventaron
más mentiras porque verdaderamente no pudieron" (p. 228).
El fenómeno exagerado de la popularidad de Macondo es
parte de la parodia de Alvarez Gardeazábal. En Cien años de soledad Macondo
es un pueblo pequeño, aislado y no nos olvidemos, inventado. A partir de la
publicación de la novela (no en la obra misma) Macondo alcanza fama universal.
Alvarez Gardeazábal toma este fenómeno literario y se burla de el al crear una
obra dentro de la cual un pueblo (un pueblo no inventado) experimenta la misma
fama mundial que Macondo tuvo extraliterariamente. Las
publicaciones burlescas son especialmente interesantes
cuando se comparan estos fenómenos: mientras Macondo atrae fama mundial a causa
del trabajo literario de García
Márquez, Tuluá alcanza la misma fama dentro de la obra
de Alvarez Gardeazáal a causa dc la masturbación de dos adolescentes. (En
efecto, Alvarez Gardeazábal ha creado
un paralelo entre la escritura de García Márquez y la
masturbación de unos adolescentes.)
Por otra parte, la estructura y la
manera de concebir El barrio de los idiotas es una parodia de Cien
años de soledad. García Márquez crea una obra de estructura circular en que
reescribe la historia. Como ya ha sido bien documentado, García Márquez ha
escrito una historia inventada pero a veces mas históricamente válida que las
historias "oficiales" de Colombia La huelga bananera es un buen
ejemplo de la veracidad increíble de partes de esta novela. Alvarez Gardeazábal,
en cambio, hace la parodia de la reescritura de la historia desde las primeras
líneas de la novela cuando advierte al lector que va a narrar la historia
"olvidada" de Tuluá. La "historia olvidada" es
esencialmente una invención burlesca de dos idiotas que, si existieron (cosa
poco probable), no tienen ninguna importancia en la historia de Colombia.
Mientras García Márquez cierra su obra con un círculo perfecto, Alvarez
Gardeazábal crea las mismas expectativas para, al
final, sencillamente acabar con los idiotas algo Deus ex-machina. La
consideración del verbo nuclear "Dos idiotas onanistas se hacen héroes en
Tuluá sugiere que la base del proceso inventivo de Alvarez Gardeazábal se
encuentra en el desarrollo de1 verbo por medio de incongruencias o lo por medio
de incongruencias o lo que se ha llamado una cierta falta de equilibrio en la
narrativa --en suma: las incongruencias, las anomalías y la distorsión--. La
incongruencia entre "idiotas onanistas", en yuxtaposición con
"héroes", es la expresión de este proceso inventivo en su forma más
básica. Desde esta expresión básica el lector experimenta un énfasis notable en
la anécdota, la cual desarrolla la anomalía básica del verbo nuclear en varios
niveles de experiencia. La estructura, o la organización de la materia de la
anécdota, crea una anomalía entre las secuencias del cuento y la estructura
nítida de la obra total. En el desarrollo de esta estructura el verbo
"hacerse" es significante a causa de la elaboración incongruente de
este "hacerse". Por consiguiente, 1a mención pura del narrador puede
predominar sobre el desarrollo de la fábula, como en el caso de la anécdota de
la araña. Los métodos para manejar el tiempo hechos evidentes al contrastar histoire
y recit, indican que, además de romper con la cronología pura, la
incongruencia entre el tiempo histórico y el récit, recalcan la
invención sobre la mímesis. En cuanto a la situación narrativa, el enfoque del
narrador crea distorsiones humorísticas por medio de lenguaje no del todo
congruente --otra vez, el detalle de "decidir" dentro de un contexto
más amplio-- al invertir la relación normal entre signficado y significante,
como en el caso del lenguaje comercial y el eclesiástico. La posición del
narrador con respecto a la historia y al lector indica el papel del narrador
como organizador y como cronista que refiere los hechos de un pueblo dentro de
un contexto en que todo ha sido olvidado. Esta posición también provee una
situación para crear la parodia, y esta tradición antigua de la narrativa es
llevada a cabo al parodiar Cien años de soledad. La única otra novela
notable de 1974, Puerto silencio de Fernando Soto Aparicio, marca una
continuación de las tendencias ya notadas en Viaje a la claridad. Es
menos sofisticada que ésta y representa un movimiento hacia una literatura más
bien comercial. La estructura básica ofrece la posibilidad de una experiencia
exigente: consta de unas treinta y cuatro secciones narrativas con subtítulos
de acuerdo con los nombres de mujeres que viven en Puerto Silencio, una
hacienda que tiene una de las mujeres más importantes, Pastora Santos. La
novela no es la galería de voces que pudiera sugerir esta estructura. Hay
algunos segmentos narrados en primera persona, pero por la mujer nombrada en el
subtítulo. Los narradores en tercera y primera persona hablan acerca de las
mujeres cuyos nombres sirven de base a los títulos. Estas mujeres son las hijas
de Pastora Santos o sus parientes o empleados en Puerto Silencio. La novela
cuenta varias historias, entonces, y entre ellas la de Pastora es la más
desarrollada. Como en el caso de Viaje a la claridad, Soto Aparicio crea
un caso sicológico especial en el presente, y luego analiza su caso al
desarrollar las 'circunstancias en el pasado. Pastora Santos es una mujer
amarga y odiosa que reina represivamente sobre todos en Puerto Silencio,
incluyendo a su esposo. Su pasado se narra en una serie de segmentos que
aparecen esporádicamente a lo largo de la novela y que cuentan su desarrollo
desde la niñez, de un modo cronológico.
Soto muestra que una muchacha que fue
socialmente aislada y sola durante la niñez, y que se obsesionó con el onanismo
desde la edad de siete, llega a ser una persona que odia a los hombres y que
domina excesivamente sobre los otros seres con quienes tiene contacto. La
caracterización de las otras mujeres funciona como una parte de nuestra visión
de Pastora, y también relata mezquinas relaciones amorosas e intrigas entre los
habitantes de Puerto Silencio. Las novelas de Soto Aparicio tienden a ser
moralistas y tal es el caso aquí se envenena a Pastora al final y el otro
personaje negativo sufre la pérdida de su esposo
y el arresto por la policía cuando intenta huir con el
dinero que robó de Puerto Silencio.
Aunque la publicación de sólo dos
novelas de importancia no parecía ser un indicio de la vitalidad de la
narrativa colombiana, funcionaban otros factores favorables. Para Alvarez
Gardeazábal la publicación de El bazar de los idiotas representó cierta
culminación de lo que podríamos llamar un ciclo tulueño de novelas, y fue una culminación
bien lograda. Para el lector colombiano el hecho de que una novela de un autor
colombiano que no fuera
García Márquez fuese la novela más leída en Colombia
representó un paso hacia una actitud razonable ante la literatura nacional. En
cuanto a la relación entre los novelistas colombianos y la obra de García
Márquez, la parodia de Alvarez Gardeazábal representó un paso afirmativo hacia
la superaci6n del mito de Macondo. El próximo año será tal vez el mas
fructífero de la década. Aparecen no sólo una gran cantidad de novelas de alta
calidad, sino que hay una reacción que afirma aún más el derecho de la
invención y el desafío a Cien años de soledad. El mismo García Márquez
reacciona contra la maquinaria crítica creada alrededor de Macondo y publica la
obra largamente esperada, El otoño del Patriarca.
NOTAS
1. Una versión más extensa de este análisis apareció
originalmente en inglés: "Structure and Transformation of Reality in
A1varez Gadeazábal: El bazar de los idiotas; Kentucky Romance Quarterly
vol. XXVII, No. 2, 1980.
2. Ver la discusión de la reafirmación del derecho a
la invención en la novela hispanoamericana en el capítulo 12, "The Years
of the Reafirmation of Fiction", por John S. Brushwood en The Spanish
American Novel: A Twentieth Century Survey, pp. 157-179.
3. Germán Darío Carrillo sugiere esta definición del
realismo mágico en La narrativa de Gabriel García Márquez (Madrid:
Castalia, l975)., Otras discusiones incluyen Angel Flores, "Magical
Realism in Spanish American Fiction", Hispania, XXXVIII (l955).
pp. 157-192; Luis Leal, "El realismo mágico en la
literatura hispanoamericana" Cuadernos Americanos, No. 4
Julio-agosto l967), pp. 230-235; Enrique Anderson Imbert, "Magical Realism
in Spanish American Fiction", The International Fiction Review, vol. II, No.
1 (January 1975),
pp. 1-8.
4. Todas las referencias a Genette en este capitulo
tratan específicamente de las ideas desarrolladas en un estudio de doscientas
páginas sobre Proust, A le Recherche de Temps Perdu, que se titula
"Discours du récit" y aparece en Figures III (Paris: Seuil, 1972).
En la introducción Genette sugiere la posibilidad de
considerar una historia que se basa en la expansión de un verbo. Por ejemplo,
Genette nota que en La Odisea el verbo sería "Ulises vuelve a Itaca" y
en Recherche "Marcel se hace un escritor".
5. Genette define histoire como el significado o el
contenido narrativo ("1e signifié narratif", p. 72). Es la anécdota
en su nivel más sencillo. El significante es el récit.
6. Una vez que se acepta la idea de un verbo nuclear,
es posible analizar el discurso de una narrativa según las categorías de la
gramática del verbo ("Ceci nous autorise peut-etre á organiser, oú du
moins á formuler des problèmes d'analyse du discours narratif selon des
catégories empruntées a la grammaire du verbe", p.75). Las tres categorías
más generales de este análisis son temps, mode y voix, pp. 75-76). Temps
estudia la relación entre la anécdota básica y el discurso mismo tal como
aparece en el texto ("où s'exprime le rapport entre le temps de l'histoire
e celui du discours", p.74). Mode trata los problemas de la
"representation" en la narrativa; las formas y los grados de regular
la información del texto (p.75). Voix trata de la relación entre la acción
verbal v su sujeto, p.76). "Discours" contiene cinco capítulos. Los
tres primeros capítulos versan sobre problemas de temp: ordre, duration, y
frequence. El cuarto trata de mode y el quinto de voix, dos términos que se
definirán más adelante en este estudio.
7. He hecho una lista de los 86 segmentos en un
estudio que forma un capítulo de mi tesis doctoral: Structure and
Transformation of Reality in the Colombian Novel 1967-1975 (University of
Kansas, l977).
8. Puesto que narration es la situación
narrativa, tiene que ver con lo que tradicionalmente ha sido llamado
"punto de vista narrativo". Genette divide este problema general en
dos problemas: quién ve y quien habla. Hay que notar, sin embargo, que esta
afirmación es una simplificación en el sentido de que Genette no sólo intenta
establecer identidades (quién) sino que también considera el "ver"
como un problema para ser analizado y e1 "hablar" como otro. Ver p.
203 de Figures III.
9. Ver Raymond D. Souza, "Observaciones sobre la
narración en El bazar de los idiotas", en Aproximaciones a
Gustavo Alvarez Gardeazábal, editado por Raymond L. Williams (Bogotá: Plaza
& Janés, 1977), pp. 173-180.
l0. Ver Souza, p. 178.
11. Ver el capítulo III donde se definen en más
detalle los problemas del lector ficticio.
12. La última sección del "Discours du
récit", el análisis de voix se divide en tres partes. Las dos primeras
consideran la relación entre el narrador y la historia. Primero, temps de la
narration, o la relación en términos del tiempo (donde se ubica el narrador
temporalmente en relación a la acción --antes, después o simultáneo). Segundo, niveau
narratif un término no empleado en este estudio. Tercero, personne,
trata de la relación entre el narrador, el narrataire (lector ficticio)
y la historia (p. 227).
13. Ver Henri Bergson, La risa (Buenos Aires,
Editorial Losada 1962), p. 13.
14. Bergson dice lo siguiente: "Es cómico todo
incidente que atrae nuestra atención sobre la parte física de una persona
cuando nos ocupábamos de su aspecto moral." La risa, p. 44.
l5. Ver la introducción a Pour une sociologue du
roman de Lucien Goldmann. (En español, Para una sociología de la novela,
Madrid: Editorial Ciencia Nueva, l967.)
CAPITULO VII
GABRIEL GARCIA MARQUEZ: EL OTONO DEL PATRIARCA (1975)
GABRIEL GARCIA MARQUEZ nació en Aracataca (Magdalena)
en 1928. Ha trabajado en periodismo y como corresponsal extranjero de
periódicos colombianos. Su novela Cien años de soledad (1967) ya se
considera una obra clásica en la literatura hispanoamericana y ha sido
ampliamente traducida. Sus otros libros son: La hojarasca (1955), El
coronel no tiene quién le escriba (1961), La mala hora (1962), Los
funerales de la Mamá Grande
(l962), Isabel viendo llover en Macondo (1967),
Relato de un náufrago (1970), La increíble y triste historia de la
Cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972) y El
otoño del Patriarca (l975). La mejor
novela de la década de los setenta fue El otoño del patriarca. Como
ocurre casi siempre sobre las novelas colombianas recientes, las primeras
novelas consistieron en unos fuertes ataques por parte de los intelectuales
colombianos y breves elogios de los amigos y admiradores.[l] Aunque la reacción
en el exterior no fue tan abrumadora como lo fue ante Cien años de soledad tendió
a ser bastante positiva.[2] El otoño de Patriarca representa para García
Márquez y la novela colombiana varios cambios: García Márquez se libera de
Macondo y la transformación del regionalismo efectuado en Cien años de
soledad; se enfila con otros novelistas latinoamericanos para contribuir a
una denuncia novelizada en masse de los dictadores latinoamericanos,
alejándose así de la escena colombiana; representa para la novela colombiana
otra reacción contra Cien años de soledad. En efecto, toda la ficción de
García Márquez posterior a Cien años –tanto El otoño como La
Cándida Eréndira-- debe ser vista como una reacción. García Márquez
reacciona no sólo contra su obra anterior, sino también la enorme masa de
crítica, reseñas, entrevistas y reportajes que se publicaba sobre Macondo, lo
cual en su conjunto puede designarse como el "fenómeno Macondo". La
nueva narrativa de García Márquez, una obra con intenciones y efectos del todo
diferentes a su obra anterior, exige nuevos armamentos
críticos. El presente análisis consistirá en dos partes: (l) una lectura
analítica de El otoño del patriarca que intenta revelar las claves de su
estructura y las relaciones entre esa estructura y la temática; (2)
consideración de la narrativa de García Márquez después de Cien años de
soledad, es decir, tanto la novela sobre el dictador como el volumen de
cuentos La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela
desalmada. Se intentará mostrar que la obra misma de García Márquez
ejemplifica una reacción ante el "fenómeno Macondo" en Colombia
durante la década de los setenta. A continuación se considerarán las otras
novelas de 1975: Breve historia de todas las cosas de Marco Tulio
Aguilera Garramuño, La agonía de la abuela y el Chevrolet azul y
blanco de Angusto Morales-Pino, El cadáver de Benhur Sánchez Suárez,
Crónica de tiempo muerto de Oscar Collazos, La loba maquillada de
Néstor Gustavo Díaz y Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón
de Albalucía Angel. El tema principal de El otoño del patriarca, el
poder, supera las fronteras regionales o nacionales. La elaboración del tema
del poder por medio de la técnica narrativa es evidente a través del análisis
de la estructura de la novela; el tema del poder en reacción a este dictador en
particular puede ser elucidado al considerar su caracterización.
La estructura de esta novela consiste en
un sistema de aperturas progresivas. La obra consta de seis secciones
narrativas (las llamare "capítulos") y cada una de ellas corresponde
al sistema de aperturas progresivas. Es decir, el primer capítulo ofrece una
apertura tal como el segundo y los que siguen. Se incluye el calificador
"progresivas"
porque ocurren en un punto progresivamente más
temprano en cada uno de los capítulos. En el primer capítulo, por ejemplo, la
apertura ocurre en un punto relativamente tardío, en el segundo capítulo ocurre
más temprano que en el primero, etcétera. Estas aperturas ocurren en cada uno
de los seis capítulos, en cuatro niveles. Los cuatro niveles de apertura son:
(1 ) la apertura de la situación original; (2) la apertura de la frase; (3) la
apertura del punto de vista narrativo; (4) la apertura de una realidad
"visible".
A nivel de la situación original, el primer capítulo
establece esta situación básica con el descubrimiento del cadáver podrido del
general en el palacio presidencial. Con este signo, el narrador señala que el y
algunos de sus cómplices se atrevieron a entrar al palacio. Al entrar, la
narrativa describe el ambiente físico que se observa, en la mayor parte objetos
podridos en el palacio. Después de dos páginas y media de descripción del
ambiente físico, este narrador provee la primera descripción del cuerpo del
general, una imagen que recurre a través de la novela:
... y allí lo vimos a él, con el uniforme de lienzo
sin insignias, las polainas, la espuela de oro en el talón izquierdo, más viejo
que todos los hombres y todos los normales viejos de la tierra y del agua, y
estaba tirado en el suelo, bocabajo, con el brazo derecho doblado bajo la cabeza para que le sirviera de
almohada, como había dormido noche tras noche durante todas las noches de su
larguísima vida de déspota so1itario.[4]
Aproximadamente en este punto se muda desde lo que fue
exclusivamente la descripción del ambiente inmediato (la situación original) al
récit puro.[5] En la frase que sigue a esta descripción del cadáver del
general, el narrador cambia el enfoque de la descripción a la narración de la
historia:
Sólo cuando lo volteamos para verle la
cara comprendimos que era imposib1e reconocerlo aunque no hubiera estado
carcomido de gallinazos, porque ninguno de nosotros lo había visto nunca... (p.
8).
Al notar que ninguno de ellos había
visto de veras al general, el narrador ha mudado de una descripción del
ambiente a una narración de circunstancias del pasado.
Se puede identificar este punto como la apertura del
primer capítulo -la apertura de la situación original a una historia más
amplia--. En cada uno de los cinco capítulos
restantes se nota el establecimiento de la situación
original y la apertura a un nivel de récit puro.
Estas aperturas que funcionan como el
punto en que la anécdota básica se transforma en récit puro son paralelas
técnicamente a la apertura progresiva de la extensión de la frase. Este es el
segundo nivel de apertura. La extensión de las frases se alarga aproximadamente
en el mismo punto en cada uno de los capítulos donde ocurre la
transformación de la situación original en récit. En
cada capítulo las primeras frases son de una extensión que pudiéramos llamar
normal, y después se hacen más largas. La naturaleza progresiva de este
desarrollo es evidente en el hecho de que cada capítulo tiene menos frases: el
capítulo 1 tiene 31 frases; el 2 tiene 24; el 3 tiene 19; el 4 tiene 18; el 5
tiene 15 y, finalmente, el último se compone de una sola frase.
La apertura de la situación original a
la narración de la historia corresponde a la apertura de la extensión de la
frase. En el capítulo 1 1as frases en la primera página son
de una extensión aproximadamente "normal",
es decir, son de 8, 8 y 5 líneas en el texto. La cuarta frase se extiende a 21
líneas. A través de las diez próximas páginas (hasta la página 12) la extensión
de la frase varía, pero se queda aproximadamente dentro de los límites de las
frases de las dos primeras páginas, desde unas pocas líneas hasta una página
entera (35 líneas en el texto). En la página 12, entonces, aparece la primera
apertura significante en la extensión de la frase, y la frase en las páginas 12
y 13 es de 64 líneas. A partir de este punto en el capítulo la extensión de las
frases se hace progresivamente
más larga o al menos permanece igual a la frase más
larga (aproximadamente una página o más). Mientras ya se ha notado que la
apertura de la situación original a la narración de la historia ocurre en las
páginas 9 y 10, se acompaña esta apertura con la extensión de la frase. En cada
uno de los próximos capítulos la apertura de la extensión de la frase ocurre en
un punto más temprano y corresponde a la apertura de la situación original en
el récit. La manera progresiva y precisa en que se maneja la extensión de la
frase en correspondencia con la apertura de la historia contribuye a la
definición del sistema narrativo de García Márquez en esta novela.
El tercer nivel de apertura, que
corresponde también a los dos primeros, es la apertura del punto de vista
narrativo.[7] En cada capítulo el punto de vista en que la novela comienza es
limitado (correspondiendo a la situación original y las frases más cortas) y
luego se abre a otros puntos de vista, a veces a múltiples puntos de vista, en
la misma frase.[8]
Una función de este empleo del punto de
vista es la de proveer una caracterización más amplia del general, lo cual, a
su vez, crea efectos humorísticos. Una técnica común es la de recalcar la
omnipotencia del general (la visión "exterior" de él) en contraste
con su simplicidad básica en contraste con su simplicidad básica (normalmente
la visión "exterior"). En términos del poder, se expresa desde la
primera página como algo intangible, pero que todos bajo su reinado perciben.
Según
la visión exterior, del pueblo, el general aparece
como una figura de Dios. Pero con la visión interior 'vemos el contraste total
y humorístico de la sencillez pueril del dictador.
El cuarto nivel de apertura es a una
realidad "vista". Se podría decir que es una apertura de las
dimensiones de la realidad en la novela. Cada capítulo comienza dentro
de límites definidos de la realidad –lo que se puede
ver-. Luego los capítulos se abren más allá de lo visible. El lector
experimenta este manejo de lo visible y lo invisible
junto con los otros tres niveles de apertura.
La vacilación constante entre lo visible
y lo invisible hace del poder una entidad efímera tanto para el pueblo como
para el general mismo, prisionero de su propio poder. Como manipulador de lo
visible y lo invisible, confía sólo en lo que puede ver, teniendo así una
especie de la obsesión con lo visible: los valores más codiciados se encuentran
en lo que se puede ver. Su expresión de amor ante Manuela Sánchez consiste en
regalarle lo que el estima como máximo entre los "símbolos visibles"
(p. 79). El símbolo máximo de percepción visible, entonces, es su regalo --un
cometa.
Mientras va perdiendo el poder al final,
lo único que queda es el recuerdo, y entonces se enfrenta a la necesidad de
escribir esos recuerdos para apoderarse de algo
tangible y visible como vestigio de ello. No cree en
una construcción que hacen, por ejemplo, "hasta que yo mismo pude
comprobar con estos mis ojos incrédulos.. ."
(P. 241). Lo que el no ve, lógicamente, es de poca
significación, como en el caso de los dos mil niños que manda asesinar.
Se aprecia especialmente el acto de ver
como la única afirmación posible del general mediante su recurrir continuo a la
ventana para contemplar su vista íntima --el
mar--. La vista máxima de su vida cotidiana, el mar,
es su valor supremo en la vida. Suele recurrir a su ventana particularmente en
los momentos más graves de la paranoia desde el principio de la obra: "iba
viendo pasar frente a las ventanas un mar igual en cada ventana, el Caribe en
abril, lo contempló veintitrés veces sin detenerse y era siempre como siempre
en abril como una ciénaga dorada.. ." (p. 70). Mientras más pierde el
poder, más tenaz y frecuentemente tiene que acudir a su ventana y su mar cuando
el embajador Wilson hace el primer intento por conseguir los derechos del mar,
el general responde que "podía llevarse todo lo que quisiera menos el mar
de mis ventanas". Los extranjeros pueden apoderarse de "todo menos el
mar". Al final pierde aun su mar; el poder ha llegado definitivamente a su
otoño.
La estructura de El otoño del
patriarca transforma la anécdota en cuatro niveles. Estos cuatro niveles
hacen de la estructura algo dinámico por su naturaleza precisa,
creando el cambio concomitante en niveles diferentes
de un modo progresivo. El dinamismo se define por la estructura de la novela y
es el factor que hace de cada capítulo una experiencia enriquecedora al abrir
continuamente nuevas dimensiones de la realidad. Es un axioma decir que
"cada novela crea su sistema"; sin embargo, en El otoño del
patriarca García Márquez ha creado un sistema narrativo único y
absolutamente funcional. Aunque las técnicas narrativas y los temas observados
no la hacen del todo una innovación dentro de la trayectoria de la novela
colombiana, el sistema narrativo que García Márquez crea la convierte en una de
las pocas novelas colombianas recientes que logra las posibilidades que
promete.
Se puede sostener que aun la narrativa
de García Márquez posterior a Cien años de soledad reacciona contra el
fenómeno Macondo. Como se ha señalado a través de este
estudio, el fenómeno consiste en dos vertientes: por
un lado, la obra literaria misma y las supuestas "influencias" (o
falta de ellas) en la novela colombiana a partir de 1967; por otro, existe el
fenómeno de la crítica y la prensa. La crítica en el exterior tendía a reducir
todo lo colombiano a García Márquez hasta que Alvarez Gardeazábal produjo las
primeras grietas en el sólido monumento garciamarquezano. La prensa y la
crítica nacional han tendido hacia una actitud crítica y mentira ante toda
nueva narrativa (con excepciones ocasionales entre amigos o grupos), incluso la
de García Márquez. En cuanto
a la producción literaria de García Márquez, la
narrativa eje entre Cien años de soledad y El otoño del patriarca
son los cuentos de La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de
su abuela desalmada. Fueron escritos entre 1968 y 1972 (con la excepción de
uno) y por consiguiente son claves para el entendimiento del proceso de la
narrativa colombiana posterior a Cien años de soledad. El volumen consta
de siete cuentos y la estructura del volumen total es significante. Los seis
primeros son breves, seguidos por el cuento titular de más de 60 páginas.
("El mar del tiempo perdido" fue escrito antes de 1967 y no formará
parte de las consideraciones de este estudio.) El primer cuento, "Un señor
muy viejo con unas alas enormes", es absolutamente fundamental para la
experiencia total del volumen. Recordemos que una parte sustantiva del fenómeno
Macondo ha sido el desparramo casi epidémico de interpretaciones acerca de Cien
años de soledad: desde el ritmo de las frases hasta las connotaciones
bíblicas, arquetípicas y semiológicas ad infinitum (que varían desde muy
lúcidas hasta completamente absurdas);
figura entre las novelas más interpretadas en la
historia de la literatura hispanoamericana. El primer cuento del volumen versa
precisamente sobre este problema de la interpretación.[10] El cuento principia
con el descubrimiento por parte de un sencillo hombre, Pelayo, de un cuerpo
humano algo extraño en su patio: "Tuvo que acercarse mucho para descubrir
que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar
de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes
alas."[l1] Esta frase rompe el desarrollo de un cuento dentro de un mundo
ficticio hasta entonces comparable al nuestro; la presencia de un elemento de
este tipo es un desafío a la razón. Su presencia genera inmediatamente una
serie de interpretaciones. Para ser más preciso, surgen seis interpretaciones.
Al recuperarse del asombro inicial, Pelayo llega a la conclusión de que el
desconocido es un "náufrago solitario". La base de esta concisión es
su "buena voz de navegante". El lector considera caprichosa dicha
afirmación: nuestra razón objetiva rechaza la posibilidad de aceptar la idea
misma de una supuesta ''voz de navegante" y encontramos risible la idea de
Pelayo. La segunda interpretación es de una vecina que todos consideran muy
sabia. En las palabras del narrador, "sabía todas las cosas de la vida y
la muerte". Lo humorístico de su interpretación es su modus operandi:
"a ella le bastó una mirada para sacaros del error". Entonces
declara: "Es un angel" El lector se ríe de la afirmación por el
contraste entre lo absurdo de la interpretación y la seguridad con que ella la
manifiesta. Las tres interpretaciones que aparecen luego son todas de
habitantes (ingenuos) del pueblo: proponen que puede ser "el alcalde del
mundo", "un general de cinco estrellas" o de "una estirpe de
hombres alados y sabios que se hicieron cargo del universo". El padre
Gonzaga ofrece la sexta contribución al concluir que no es un ángel. Escribe
cartas para que la jerarquía eclesiástica decida. Es notable que el
"interpretador oficial” del pueblo, el cura, es el único que se niega a
ofrecer interpretaciones concretas. En el pueblo, sin embargo, se rechazan los
consejos del cura, y se sigue tratando al desconocido como un ángel. El final
del cuento es ambiguo: el hombre alado aparentemente se recupera
suficientemente para volar, lo cual observa Elisenda, y el cuento termina así:
Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la
cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver,
porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el
horizonte del mar (p.20).
En primer lugar, este final no ofrece
ninguna conclusión racional acerca del hombre enigmático. Si el lector se
atreve a contribuir con una séptima y última conclusión (mítica, freudiana o
sociológica, sean las que sean las preferencias del crítico), mediante su
aporte participa en el proceso de los habitantes del pueblo. Asimismo se
sugiere la posibilidad de que el hombre alado sea puramente imaginativo porque
se funde en “un punto imaginario en el horizonte del mar”. “Un señor muy viejo
con unas alas enormes” ejerce al menos tres funciones como introducción al
volumen y, a su vez, como reacción ante el fenómenos Macondo. Primero, es una
parodia del proceso interpretativo. Como tal, García Márquez se burla de toda
una maquinaria crítica que ha sugerido a partir de la publicación de Cien
años de soledad. Esta parodia funciona como una advertencia al lector: los
que insisten en interpretaciones irracionales para fenómenos netamente
inexplicables (que abundarían en el volumen) serán los Pelayos y Elisendas.
Segundo, el cuento prolifera en contenido mágico y milagrosa. En este sentido
es comparable a lo que se ha discutido con respecto a la reacción de Alvarez
Gardeazábal ante Cien años de soledad: lo mágico en sí es tema paródico
en la narrativa de los setenta. García Márquez, como Alvarez Gardeazábal, se
burla del proceso mágico y sus resultados (el par de idiotas y el hombre alado
funcionan en este sentido de un modo igual en los respectivos textos). Tercero,
García Márquez afirma en este primer cuento el derecho a la invención, un hecho
que el final del cuento hace evidente. El derecho a la invención, aunque
parezca fundamental a todo arte narrativo, no ha sido del todo un derecho
aceptado y aceptable en la historia de la narrativa hispanoamericana. [12] En
Colombia, por ejemplo, se ha tendido a la valorización y la evaluación de la
obra narrativa según la “veracidad” histórica en vez del poder inventivo.[13]
De los cinco cuentos restantes en el
volumen, tres de ellos versan sobre problemas relacionados con la
interpretación y la imaginación, afirmando así lo sugerido en el primer cuento.
Dos cuentos, “Muerte constante más allá del amor” y el cuento titular, apuntan
más bien hacia El otoño del patriarca.
El problema interpretativo en “El
ahogado más hermoso del mundo” es la identidad de un cadáver enorme que llega a
las playas de un pueblo con unos habitantes igualmente sencillos como los del
primer cuento. Otra vez se hace la interpretación sin ninguna base racional:
deciden que en una persona llamada Esteban porque: “Tiene cara de llamarse
Esteban” (p.52). Esta interpretación predomina inmediatamente: “Era verdad. A
la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía tener
otro nombre”. Con el pasar del tiempo se apropian de él, dándole una identidad
como miembro del pueblo. Al final casi todos los habitantes hasta lo consideran
pariente. El último paso en ese proceso interpretativo es el efecto que esta
interpretación ejerce sobre el pueblo: una vez miembro de la comunidad cambia
radicalmente su visión de sí mismos y estimula sus poderes imaginativos:
“tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez
de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura
de su ahogado” (p.56). La culminación del cuento es una liberación del pueblo,
el cura es el único que se niega a ofrecer interpretaciones concretas. En el
pueblo, sin embargo el tema es la imaginación. La imaginación y los milagros
también son el enfoque de "El último viaje del buque fantasma" y
"Blacamán el bueno vendedor de milagros". El tema del poder y la
manipulación de el surge en
"Muerte constate mas allá del amor". El
senador Onésimo Sánchez es el prototipo del general en El otoño del
patriarca. El senador sufre el mismo terror de la muerte y
la relación entre el y su amante es precisamente igual
a la asexualidad de la relación niño-madre del general en la novela. Su poder
político otra vez depende del manejo de
lo visible. La figura exageradamente autoritaria que
representa la abuela en el cuento titular también apunta hacia el tema del
poder desarrollado más tarde en la novela del dictador. Este cuanto sintetiza
todos los elementos narrativos discutidos hasta ahora: la interpretación, la
imaginación y el poder. También es un resumen de los otros en términos mal
concretos por el hecho de incluir los mismos personajes de esos cuentos:
aparecen un hombre con alas, Onésimo
Sánchez, Blacamán el bueno y una mujer
convertida en araña, entre otros. Con la publicación
de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela
desalmada García Márquez reacciona contra el
fenómeno Macondo al parodiar la interpretación
crítica, al narrar sobre la imaginación misma como tema y al desarrollar su
narrativa hacia la ruptura final con El otoño del Patriarca. Al mismo
tiempo afirma el derecho a la invención tan importante en toda la narrativa
imaginativa, como la de Alvarez Gardeazábal y la de otro novelista que
aparece en 19 7 5, Marco Tulio Aguilera Garramuño. Breve
historia de todas las cosas de Aguilera Garramuño es una experiencia
altamente imaginativa. El San Isidro de esta novela es a primera vista
comparable con el Macondo de García Márquez.[l4] Pero esta experiencia surge de
recursos narrativos fundamentalmente distintos a los de este. La novela de
Aguilera Garramuño marca cierta ruptura en la novela colombiana y otro paso en
1a reafirmación del derecho a la invención.[15]
La novela trata de un supuesto narrador
Mateo Albán quien desde la cárcel nos cuenta la historia de un pueblo en Costa
Rica a través de unos veinticinco trozos narrativos, trozos que apenas nos
atrevimos a llamar "capítulos" por su diversidad de contenido y
estructuración. En el nivel del desarrollo de esta historia (cosa que poco
preocupa a Mateo) vemos, en resumen, lo siguiente: la fundación del pueblo con
la entrada del primer capital y el establecimiento de la iglesia; los problemas
de la creación que enfrenta Mateo en la cárcel; la entrada a San Isidro de los
negros y los profesionales; los esfuerzos por establecer la "alta
cultura" en el pueblo al organizar una orquesta ha sinfónica; la llegada
de los extranjeros (principalmente los "gringos") y sus trabajos para
construir la carretera panamericana; el establecimiento y la difusión de la
prostitución; el desarrollo de la religión, tanto la católica como la de los
evangélicos extranjeros; el sufrimiento de ciertos personajes sensitivos a toda
esta problemática de San Isidro, como Baldomiro y Betóben.
El factor dinámico --lo que produce cambio
en la novela y cambio en la experiencia del lector-- se fundamenta en la
relación constantemente variable entre el narrador y su mundo ficticio. Se crea
esta relación a base de la presencia o ausencia del narrador como personaje y
el papel que desempeña en el desenvolvimiento de la novela.
El primer
capítulo consiste en una narración básicamente tradicional de tercera
persona omnisciente, pero vemos las primeras sugerencias de juego con el acto
creador. Primero, el narrador anota entre paréntesis una reacción ante lo que
está contando: "(Como le consta a este modesto testigo)"[l6]. Luego
hay otra interrupción breve del mismo tipo: "(con perdón de quién leyere
este cuadernillo…)" (p, 16). Una tercera entrada directa del narrador ocurre
cuando se corrige después de haberse desvío al contar su historia: "Pero
el asunto no era éste... decía que a la gente.. ." (p. 16).
En la experiencia del segundo capítulo
se muda radicalmente el papel del narrador. Se introduce a Mateo Albán como
personaje-narrador, y se describe su situación en la cárcel. Mientras en el
primer capítulo predominaba la experiencia de la vida en San Isidro, en el
segundo predomina el narrador como persona caracterizada dentro de la
narración. Se crea un efecto pirandelliano en que se describe al narrador en el
acto mismo de la creación, y esta creación es la historia de San Isidro. De
aquí en adelante la novela se desarrolla a base de los dos tipos de capítulos
ya establecidos; aquéllos en que predomina la experiencia de San Isidro y
aquellos en que predomina la presencia del narrador-personaje. Un cambio clave
en relación con el narrador ocurre en el capítulo 6. Al final de este
encontramos la primera "postdata" donde el narrador discute la
narración con sus lectores ficticios por unas dos páginas. Se ve el mismo
procedimiento en otros capítulos bajo subtítulos como "Nota
marginal", "Nota al margen", y "Addenta".
A nivel literario Aguilera Garramuño
logra su comentario más fuerte en relación con lo que llamábamos la
"objetividad" de la novela realista tradicional. El narrador se
refiere a este problema constantemente en términos irónicos. Desvía su historia
de San Isidro para notar: "Sin embargo, para beneplácito de los amantes de
la objetividad queda por decir lo que... en realidad sucedió.. ." (el
subrayado es mío, p. 33). Luego dice: "Pero
como esta es historia de verdades, Mateo Albán debe
conformarse con lo que históricamente sucedió", aunque obviamente no lo
hace así, y nunca intenta hacerlo. Comienza su octavo capítulo de esta manera:
"Un miércoles de tantos la Ciudad, entonces Pueblo si hemos de ser
objetivos.. ." (p. 75). En uno de sus sueños, los personajes mismos
enjuician a Mateo por su falta de objetividad, gritándole: "Mateo Albán,
¿por que nos juzgas?, ¿por qué mientes Mateo?, deformas la Historia..
." (p. l20). Benjuil Mnemjián le sugiere a Mateo que sea mas consciente de
la historia también: "Sugirió que se dedicara al estudio de la Historia
para que se diera cuenta de que lo que en realidad valía la -pena eran los
hechos.. ." (p. 209).
Veamos la defensa de Mateo:
La Historia es el lugar de los nombres. Sólo la vida
es el de los hombres. A veces creo que las ratas son más verdaderas que los
seres humanos. La vez la verdadera historia sólo pueda escribirse desde las
alcantarillas (p. 209).
En lo que se refiere al contexto social, tenemos que
ver esta novela como una denuncia bien lograda. A pesar del ubicamiento
espacial en Costa Rica, se efectúa un comentario social que nos recuerda algo
de la problemática de García Márquez, Alvarez Gardeazábal y Héctor Sánchez: los
procesos socio políticos de San Isidro son los mismos que vemos en Macondo,
Tulua o cualquier pueblo latinoamericano. Lo que sobresale como clave en esta
novela que está relacionada con la problemática de El bazar de los idiotas
es la ridiculización de la religión institucional y la burla del concepto
latinoamericano del machismo. Se compara con García Márquez más por su
perspectiva ante esta problemática: el narrador tiende a fijarse en el mundo
con una perspectiva juvenil, con el ojo abierto y sencillo de un niño, como en Cien
años de soledad. Una de las preocupaciones fundamentales de Aguilera
Garramuño en esta novela es el "mito moderno" del siglo XX del
progreso--. Vemos continuamente los intentos de traer a San Isidro ese efímero
progreso, pero en todos los casos la tecnología moderna cultivada por ellos es
un fracaso total en cuanto al mejoramiento fundamental de la vida de San
Isidro. Aguilera Garramuño, como Alvarez Gardeazábal, se burla de la "fama
nacional" y la categoría de "ciudad" a que aspiran los
ciudadanos de San Isidro, pero además pone en duda burlescamente la forma
novelística misma. La agonía de la abuela y el Chevrolet azul y blanco de
Augusto Morales-Pino no es una novela tan inventiva como pudiera sugerir a lo
largo del título. En realidad, es bastante tradicional con la excepción de un
factor estructural, el empleo de dos planos temporales. Aun así es narrada
completamente por una voz omnisciente. El asunto de la novela es una abuela
envejecida. A un nivel temporal ella está presente en una reunión familiar; al
otro, ella narra su pasado. Estos dos planos aparecen alternativamente en el
texto y se colocan los segmentos del pasado entre paréntesis. Al principio
parece ser una obra excesivamente tradicional: el narrador sistemáticamente
caracteriza cada miembro de la familia presente en una reunión, explicando sus
personalidades y sentimientos. Una vez que estas páginas iniciales efectúan
esta función explicatoria, el lector desempeña un papel más activo en la
novela. Con estos dos planos temporales, la novela funciona en cuatro niveles
de la realidad. (Hay dos niveles para cada plano temporal.) En el presente el
narrador trata la reunión misma, por la mayor parte una conversación sin
significación entre parientes. Se percibe el segundo nivel de realidad en este
presente a través del televisor que está funcionando durante la conversación.
Por ejemplo, los anuncios propagan la tecnología más moderna, y los personajes
comentan estos productos. Aquí el televisor y los productos son símbolos de la
modernidad. La modernidad del presente es particularmente aparente --y
significante-- cuando se yuxtapone con el segundo plano temporal. Tiene lugar
en una época cuando la abuela era joven y la modernidad apenas abría las
primeras grietas en la ''Atenas Sudamericana". Los dos niveles de realidad
en este plano temporal son: (l) la presencia de la abuela en un concierto en
Bogotá, y (2) las memorias de ella de otras actividades importantes en su vida
de esa época. La experiencia de la novela se basa en el contraste entre la
modernidad del plano del presente en que ella es un anacronismo pasado por alto
en la reunión familiar y la aristocracia noble y los sentimientos íntimos que
fueron parte de su pasado. Cuando se revela en la última frase de la novela que
ella ha muerto en la reunión misma, entonces, es un evento trágico para el
lector que empatiza con ella: pero para la familia este acontecimiento tiene
relativamente poca importancia. Como en el caso de muchas de las novelas ya
estudiadas, el pasado y la tradición definen al individuo.
El cadáver de Benhur
Sánchez Suárez, como La noche de tu piel, es una novela de índole abiertamente
ideológica.[17] Es una llamada a una toma de conciencia por parte del
proletariado. Trata de un sueño de una tienda y un sastre en un pueblo
decadente cuyos habitantes no poseen suficiente coraje para iniciar el cambio.
Se dan cuenta de la necesidad de1 cambio, pero se encuentran incapaces de
efectuarlo. Al final de la novela el de la tienda hace su decisión, saca un
revólver, y parte para enfilarse con los guerrilleros. En segmentos narrativos
de segunda persona ("tú"), el lector aprecia la conciencia del
protagonista y comprende su sentido de culpabilidad a causa de la
incapacidad del hombre para hacer una decisión firme
acerca de su situación. Otros segmentos narrativos con monólogos interiores y
un narrador de tercera persona desarrollan la caracterización de los dos
personajes y de la circunstancia general del pueblo. Con el primer empleo de
esta técnica claramente cortazariana desde Mateo el flautista, la novela
ofrece al lector la oportunidad de escoger entre la lectura o la eliminación de
ciertas secciones. En un punto determinado de la narrativa, en que normalmente
se ofrece al lector la oportunidad de escoger, el narrador le informa que debe
leer esa sección, parodiando así el procedimiento anterior de ofrecer dos
posibilidades. El tono frívolo y la función de estas posibles lecturas
alternativas, no corresponde bien al tono generalmente sobrio y aun didáctico
del resto de la novela. Crónica de tiempo muerto de Oscar Collazos, como
El cadáver, es una experiencia intelectual y abiertamente
antiburguesa.[18] El narrador protagonista, cuyos viajes abarcan desde Colombia
hasta Europa, encuentra que la sociedad burguesa de consumo carece de valores
auténticos. Como varias novelas consideradas en este estudio (las de Soto
Aparicio, por ejemplo), el principio de la novela es particularmente eficaz, y
sobresale más que el resto de la obra. En estas primeras secciones el narrador
capta el espíritu de una generación: describen a un grupo de jóvenes
universitarios en una fiesta y el estilo comunica un ambiente de decadencia. Se
comunica el sentido de parálisis de ellos como individuos igual que como generación.
Aunque el problema fundamental es la sociedad burguesía el país tiene
importancia en esta novela en el sentido de que el protagonista experimenta la
carencia de raíces autenticas. [l9]
La primera novela de Néstor Gustavo
Díaz, La loba maquillada, emplea un pueblo de Risaralda como su base
regional. Los dos personajes principales son una prostituta y un homosexual. El
hecho de que estos dos personajes son las figuras más respetadas de la
comunidad ofrece un indicio de la función de la caracterización en esta novela.
La obra es una sátira de una sociedad decadente y perversa. Mientras el
narrador describe, por una parte, los detalles íntimos de la corrupción de la
prostituta, y por
otra, su posición respetada en la sociedad, la sátira
se torna más aguda. Como Alvarez Gardeazábal en Dabeiba, Díaz emplea un
pueblo en particular como punto de partida para llevar a cabo un sistema
detallado de caracterización. Además de estos dos personajes, el autor describe
la decadencia de toda una gama de esta sociedad. El narrador comunica esta
información como conocimiento general ("dicen que"), usando a menudo
un lenguaje que parodia el del pueblo. Hay una cierta conciencia del acto
creador dentro de la obra; el narrador hace pausas a
veces para ubicar los eventos de su narración o aun para comentar a los
personajes directamente. Pero hay que aclarar
que, como miembro de la comunidad, el narrador ha
establecido el derecho de estos procedimientos. A fines de la novela revela su
identidad y explica la fuente de su conocimiento íntimo del pueblo; fue un
mesero en un hotel distinguido, un lugar donde solía ponerse a sus anchas la
aristocracia local.
Estaba la Pájara
pinta sentada en el verde limón fue tal vez la novedad más
sorprendentemente lograda del año. Esta tercera novela de Albalucía Angel
representa un
paso positivo en la trayectoria novelística de la
autora, indudablemente su mejor obra hasta ahora. La novela comienza con una
cita de un político en que se refiere a
"este laberinto de hechos, hombres y juicios.. ."
Este "laberinto" sirve así mismo como una descripción apropiada de la
experiencia del lector. El laberinto consta de 27 segmentos sin números y sin
títulos. La primera frase intercala una narración histórica minuto por
minuto—de los eventos que precedieron el asesinato de Gaitán, con la
percepción subjetiva de esos acontecimientos por parte
de los personajes. El asesinato es el punto de partida de una situación caótica
que va empeorando con el pasar del tiempo, desarrollada a base de dos líneas
narrativas. Los capítulos impares son más extensos en cuanto a su tamaño (20 a
25 paginas) y narran el desorden que comienza como un mero vandalismo, llega a
ser una violencia rural más organizada, y luego se convierte en un problema
estudiantil y un caos con raíces más bien ideológicas. Los capítulos iniciales
de los capítulos pares son más breves (5 a 8 Páginas) y versan sobre un
internado de muchachas, algunas de 1as cuales participarán en el caos político.
Más
adelante estos capítulos, que describen la juventud de
Ana, Tina y Julieta son más variados: vemos a un periodista que escribe unos
apuntes breves mientras esta encarcelado: observamos al líder guerrillero
Teófilo Rojas que escribe su diario en la cárcel; vemos la tortura de los
enemigos del estado.
Se crea el efecto de una estructura circular al
establecer en el primer segmento algunos motivos que se desarrollan más tarde.
Este segmento comienza con una narradora que está en la cama y contempla
algunas imágenes del pasado. Las imágenes son algo vagas, pero vemos su
preocupación con el pasado: "Yo no me creo la historia que ellos cuentan,
que se la traguen los pendejos.. ." Así la indagación de la narradora se
reacciona con la búsqueda de una historia auténtica (no la que creen los
"pendejos”) y tiene ciertas connotaciones sexuales desde el principio:
"otra vez mi sexo descubierto y penetrarás en él como buscando ¿Qué
buscabas? La búsqueda retrocede cronológicamente al pasado para "terminar
de una vez con este cosmos inflamado de imágenes sin lógica". Al final de
la novela la muchacha inocente del principio está con el revolucionario
Lorenzo, y las imágenes sexuales otra vez relacionan la búsqueda por un pasa
auténtico con la creación y el acto sexual. Estas imágenes no sugieren
esperanza o renacimiento, sino la impotencia. La impotencia también es un tema
constante a nivel de la anécdota. Junto con las novelas de Alvarez Gardeazábal,
esta obra de Albalucía Angel figura entre las novelas más logradas que tratan
de La Violencia publicadas durante la década. Hay que decir también que fue una
novela muy digna del Premio Vivencias que ganó ese año.[20]
El año 1975, junto tal vez con el 79, es
el más fructífero de la década. Indica el alto nivel de la novelística
colombiana en pleno apogeo. Hay varias señales de esta fertilidad. En primer
lugar, se trata sencillamente de un año en que se publicaron varias novelas de
primera categoría --todas las novelas aquí discutidas (con la posible excepción
de la de Morales-Pino) son comparables con lo mejor la narrativa hispanoamericana
actual--. Casi todas fueron publicadas en prestigiosas editoriales extranjeras.
La reacción contra el fenómeno Macondo
ha sido tan marcada que podemos declararlo oficialmente parecido a partir de
1975. (Veremos que la novela colombiana toma otros rumbos de aquí en adelante,
sin conciencia de Cien años de soledad.) Al mismo tiempo se establece el
derecho a la invención, librando al novelista de la necesidad de la mímesis y
del historicismo, tan común en la narrativa de La Violencia. Aun la novela que
trata de La Violencia, La pájara pinta, es evidentemente imaginativa e
inventiva. Otro indicio positivo es la calidad de dos novelas que figuran como
primeras publicaciones de sus respectivos autores, Aguilera Garramuño y Díaz. Y
por último, las novelas de Sánchez Suárez y Albalucía Angel representan sus
mejores esfuerzos hasta el momento. El próximo año aparecerá la obra tal vez
mejor lograda de otro miembro de la generación de Angel y Sánchez Suárez, Sin
nada entre las manos de Héctor Sánchez.
NOTAS
1. Dos ejemplos de la reacción negativa de
intelectuales colombianos de distintas tendencias políticas, respectivamente,
son. ''El otoño del patriarca" o la crisis de la desmesura
(Medellín: Oveja Negra, l975) por Jaime Mejía Duque e "Interview with
Alvarez Gardeazábal ", Hispania, vol. 59, No. 2 (May 1976), pp.
359-361.
2. Ver Seymour Menton, "Ver para no creer: El
otoño del patriarca”': Caribe, I (Primavera 1976), pp, 7-27, republicado en
La novela colombiana: planetas y satélites; José Miguel Oviedo,
"García Márquez: la novela como taumaturgia", The American
Hispanist I, 2 (October 1975), pp. 4-9; John S. Brushwood, "The Autumn
of the Patriarch", The Kansas City Star, 28 noviembre 1976.
3. Ver la discusión de Brushwood sobre la
transformación del regionalismo en The Spanish American Novel: A Twentieth
Century Survey, pp. 282-286, 299-301.
4. Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca
(Buenos Aires: Editorial Sudamericana), p. 8. (Todas las citas son de esta
edición.)
5. He analizado cada una de estas aperturas en más
detalle en un artículo originalmente publicado en inglés: "'The Dynamic
structure of García Márquez's El otoño del Patriarca", Symposium,
vol XXXII, No. 1 (Spring l978), pp. 56-75.
6. Récit es la anécdota transformada tal como aparece
en el texto. Ver Gérard Genette, Figures III (Paris: Seuil, l972). Ver
también el capítulo 6 en que se define la terminología de Genette en más
detalle.
7. Menton discute el empleo del punto de vistu en
"Ver para no creer: El otoño del Patriarca: Caribe, I (primavera
1976), pp. 7-27.
8. En una entrevista personal con García Márquez en
octubre de l975 en Bogotá, poco después de la publicación de El otoño del
patriarca, me indicó que originalmente había planeado hacer toda la novela
en forma de una narración en primera persona del dictador.
9. La prensa en Colombia durante el año 1975 tendía a
criticar y hasta burlarse de la supuesta "falta de puntuación",
indicio obvio de lecturas superficiales de la obra, puesto que se trata de la
novela colombiana con puntuación más precisa y funcional que se ha publicado.
Probablemente el ataque más directo fue el librito de Jaime Mejía Duque, 'El
otoño del patriarca" o la crisis de la desmesura (Medellín: Oveja
Negra, 1975).
10. En una reseña publicada sobre la versión inglesa
del volumen el crítico John Sturrock muestra un desconocimiento total de la
obra de García Márquez y del lugar de estos cuentos dentro de la trayectoria
completa de su obra. Critica la falta de "contenido" en los cuentos,
y es precisamente de este tipo de lectura "interpretativa" de que
García Márquez se burla. New
York Times Book Review, July
16, 1978, p. 3.
11. Gabriel García Márquez, La increíble y triste
historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (México: Editorial
Hermes, 1972), p. 11 (Todas las citas son de esta edición.)
12. Ver John S.
Brushwood en The Spanish American Novel. Brushwood destaca
esta reafirmación del derecho del autor a la invención como una característica
fundamental de la nueva novela hispanoamericana. Señala que principia en los
años cuarenta con la publicación de cuatro novelas claves: El señor
Presidente (1946), Al filo del agua (1947), Adán Buenosayres (1948)
y El reino de este mundo (1949).
13. Este es un problema común entre los que leen la
novela contemporánea con los mismos cánones de la novela realista del siglo
pasado. Se ha notado en varios estudios que la huelga bananera en Cien años
de soledad es un hecho histórico. Es verdad, pero esta novela no tendría
menos (o más) valor si fuera una invención de García Márquez. Uno de los
numerosos logros de García Márquez es el haber captado la esencia de la
historia de América Latina, no el haber colocado un dato histórico específico.
l4. Seymour Menton compara a San Isidro con Macondo en
el capítulo 9 de La novela colombiana: planetas y satélites.
15. Algunas de las observaciones sobre esta lectura
fueron publicadas originalmente en "Aguilera Garramuño: en defensa de la
invención", Arco, 181 (febrero 1976), pp. 57-62.
16. Marco Tulio Aguilera Garramuño, Breve historia
de todas las cosas (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1975), p. 12 (Todas
las citas son de esta edición.)
l7. Sánchez Suárez discute su compromiso político como
escritor en La generación del bloqueo y del estado de sitio por Isaías Peña
Gutiérrez (Bogotá: Punto Rojo, 1973), pp. 214-225.
18. Collazos discute su compromiso político como
escritor en La generación del bloqueo y del estado de sitio, pp. 148-169.
19. Ver Jacques Gilard, "Crónica del tiempo
muerto o la novela imposible". Magazin Dominical, 6 agosto l978, p. 4.
20. Ver "La pájara pinta", por Oscar López
Pulecio, Magazin Dominical, 21 diciembre l975, p. 9 y "Los críticos
oyeron cantar a La Pájara", por Joaquín Peña Gutiérrez, Seminario
Cultural de El Pueblo, 25 de julio 1976, pp. 12-13. Los dos críticos dan la
razón al jurado del Premio Vivencias.
CAPITULO VIII
HECTOR SANCHEZ: SIN NADA ENTRE LAS MANOS (1976)
HECTOR SANCHEZ nació en Guamo (Tolima) en l940. Ha
publicado cuentos, ensayos y novelas. En l973 publicó un libro de ensayos y cuentos,
Literatura y chantaje. Sus volúmenes de cuentos son Cada viga en su
ojo (1967), La orilla ausente (1972) y Se acabó la casa
(1978). Ha publicado cinco novelas: Las maniobras (1969), Las
causas supremas (l969), Los
desheredados (1974), Sin nada entre las manos (1976) y El
tejemaneje (1979). Actualmente vive en Barcelona. Los ocho libros que ha
publicado Héctor Sánchez en los últimos doce años son testimonio de su
profesionalismo y compromiso con la literatura. El trabajo crítico sobre
Sánchez es casi nulo.[l] Desde la publicación de su primera novela en 1969, no
obstante, se ha dedicado por completo, y uno podría decir casi obsesivamente, a
la tarea de novelizar desde Barcelona, los recuerdos y fantasmas de su vida
anterior en tierra caliente. La cuarta novela de Sánchez, Sin nada entre las
manos, versa sobre su tema predilecto, la vida cotidiana de un pueblo de
clima cálido. Cuando el lector de Sánchez toma en cuenta todos los textos que
tiene a su disposición --tanto las novelas como sus entrevistas-- se forma un
concepto de la totalidad de su labor. Una suposición de este análisis es que si
hablamos de un acierto principal de Sánchez, no podríamos localizarlo en
ninguna obra única –no tiene una
sola chef d'oeuvre-- sino en el con junto de
las cuatro novelas como testimonio de una generación y de un individuo. Se
emplearán algunos otros textos --entrevistas y aún cartas del autor-- que
servirán como puntos de partida para aproximarse a esta novela específica.
Luego se colocará Sin nada entre las manos dentro del contexto total de
la obra de Sánchez. A continuación se considerarán las otras dos novelas del
año, Los días de la paciencia de Oscar Collazos y Hasta el sol de los
venados de Carlos Perozzo.
Sin nada entre las
manos no desarrolla ninguna anécdota lineal ni tampoco una historia completa
en forma fragmentada. Es la primera novela de la década (entre las
estudiadas a fondo) sin la organización de 1a anécdota
según uno de esos patrones. Los quehaceres diarios de un pueblo típico son la
base del contenido: se va al cine (películas mexicanas); se disputa entre
amigos y amantes; se juega al dominó; se celebran las fiestas con tragos y
muertes; se juega al billar. Fuera de esas actividades banales, se destacan dos
aspectos de este pueblo. Uno es la presencia de un norteamericano algo
excéntrico y enigmático para los habitantes del pueblo, Míster Morgan.
Sobresalen también las carreras de ciclismo, una actividad casi obsesivamente
del pueblo.
Entre la solapa y la página titular de Sin
nada entre las manos aparece una página que establece el primer paso del
testimonio de Sánchez. Las dos primeras frases dicen
lo siguiente:
Este libro es otra tentativa en ese
largo camino que a unos más que a otros nos resulta difícil, no sólo en el
andar, sino en el conquistar la voluntad anónima de algún lector. Si la
literatura no fuera mi gran pasión, daría por resueltos mis desacuerdos con la
vida y me declararía vencido.
En estas frases iniciales se notan dos
puntos de partida reveladores. La primera clave se definiría más bien como una
actitud. Esta actitud se expresa como algo ligeramente paradójico --por una
parte nos habla de su "pasión" y por otra de su
"desacuerdo"--. Se trata de una actitud general aparente en otros
textos y esta novela. El segundo elemento de estas dos frases es su referencia
a la "vida". La obra de Sánchez es amplia en su enfoque; tiende a ser
una consideración obsesionante, concebida en
términos amplios, de la "vida". Es una
indagación más amplia, por ejemplo, que una novela como Aire de tango
(donde se consideran una época y un lugar específicos) o
Viaje a la claridad (donde se estudian
problemas sicológicos dentro de situaciones específicas).
Esta actitud general de Sánchez es
evidente también en sus cartas, textos que se revelan con el permiso del
autor.: Al discutir su admiración por la obra de Onetti,
Sánchez dice lo siguiente en una carta:
Siempre he sido admirador de Onetti, el
buen vecino de "Santa María, porque tal vez también a mí me arrastra un
sentimiento profundo de frustración, de escepticismo, y
porque estoy seguro que este trabajo me atañe por la
mera., pasión y como tal por una fatalidad irreparable, a la que la como con 4l
dolor que produce el amor convencido cuando no honesto en sus manejos. Y voy
cada noche como un perro herido a golpear la puerta que no se abre, y me
encuentro en cada mañana de mi vida con ese frío, esa soledad y esta tristeza
que deja el abandono, sabiéndome quebrado y en bancarrota por las veleidades de
esa mala mujer que está allí encerrada con otro hombre que la ama menos, de lo
que ella está segura, sin que esto pueda remediar nada. Y no son las buenas
intenciones las que invoco, sino el calor verdadero que va entre la luz y el
hecho material para llegar a ser criatura. Pero está visto que la literatura es
una puta que sabe más que nosotros, y que mientras los verdaderos escritores no
conozcan el juego seguirán siendo cornudos del negocio.[3]
Estas líneas
figuran entre las más directas y tal vez más expresivas que conozco de Sánchez,
y comunican la actitud de los personajes comunes y corrientes en Sin nada
entre las manos. Sufren un desacuerdo constante y doliente con su
circunstancia durante los momentos lúcidos en que están conscientes de ella.
Algunos de ellos prefieren una inconsciencia que se mantiene al dedicarse a las
diversiones –los juegos o el trago-. La actitud de los personajes más lúcidos
corresponde más bien a lo expresado por Sánchez en su carta. Por ejemplo, al
final de la novela el narrador comunica una actitud paralela cuando describe a
uno de los personajes: “La vida es un gastadero de ropa. Se parecía a la
propaganda que sonaba por la radio; mira Martita qué sábanas tan grises, qué
suavidad tan arisca, qué fragancia tan osada.” [4] Estas palabras también nos
recuerdan las palabras iniciales del “prefacio” del autor, en que notamos que
se refiere a la “vida” y al hecho de que Sánchez tiende a novelizar en términos
amplios acerca de la “vida”. Esta novela gira constantemente alrededor de este
problema que se expresa de varios modos” ¿qué es la vida?, ¿Cómo se debe vivir
la vida?, ¿Cómo es la vida en este pueblo?, ¿cómo se comparan las vida de los
distintos personajes? El texto mismo abunda, por consiguiente, en referencias a
este concepto abstracto dentro del contexto específico de los personajes.
Ellos, como Sánchez, suelen preguntarse acerca de la naturaleza de la vida y
comentan sus actitudes cambiantes ante ella según los vaivenes de sus
existencias en el pueblo. Los ejemplos proliferan en el texto, pero los
comentarios son como los siguientes: “Claro, tocaba hacer de tripas corazón,
conseguirlo con las uñas, arrastrando la dura vida como cántaro roto”
(el subrayado es mío, p.27); “La vida era mañosa y no poco artera según
se contaba el tributo” (el subrayado es mío, p. 37); “Para Capitolino, la
vida era un perfecto engaño. La mentira más grande inventada hasta ahora”
(el subrayado es mío, p.53); “Buena era la despreciable vida si las
mejores intenciones no contaban, ni la paciencia, ni la fe, y mucho menos los
actos” (el subrayado es mío, p.88); “Aceptarla también era aceptar la vida”
(el subrayado es mío, p.95); La vida daba muchas vueltas, cavilaba” (el
subrayado es mío, p.98). A diferencia de la transformación del regionalismo de
un García Márquez o un Alvarez Gardeazábal en que se emplea un pueblo para
crear resonancias u ondas universales, en la novelización de Sánchez se emplea
el pueblo para aproximarse a la naturaleza de la vida. Si la relación entre el
pueblo y las connotaciones universales en las novelas de García Márquez es
vertical (con líneas verticales en movimiento continuo), la experiencia de leer
a Sánchez no puede ser concebida como un movimiento entre líneas horizontales
entre el pueblo y la vida. El pueblo y la vida están estrechamente
relacionados, pero en el proceso creador se emplea el uno para revelar a la
otra.
Algunos de
los comentarios de Sánchez en sus entrevistas elaboran la función del pueblo.
Explica que el empleo de un pueblo en sus novelas se debe a un intento de
rechazar la realidad del pueblo. “Uno escribe por un sentimiento de rebeldía,
porque rechaza una realidad.” [5] Después clarifica que esta realidad rechazada
es precisamente la del pueblo en que vivió la juventud: “los recuerdos que
tengo de ese lugar han sido uno de mis permanentes obsesiones.”[6]
La actitud
de Sánchez ante el lenguaje es un elemento fundamental a la experiencia de su
testimonio total, que comienza con Las maniobras y Las causas
supremas.[7] En un análisis breve he planteado lo siguiente acerca del
lenguaje en Las causas supremas:
Más allá de la parodia, y más allá del uso constante
de un lenguaje antiacadémico, la novela es un encuentro con el lenguaje, un
estudio de sus propios términos. Ese encuentro se relaciona también con el
juego; el narrador desnuda el lenguaje, lo ironiza, se burla de sus
limitaciones. [8]
Aparecen en
ese estudio otras observaciones específicamente acerca del lenguaje en la
narrativa de Sánchez. Este análisis llegó a manos de Sánchez en junio de l976.
El texto epistolar del autor (hace alusión a mi texto sobre su obra.. .) dice
lo siguiente:
Creo que en lo que a mí se refiere has
descubierto algo que yo intuía: la construcción y destrucción simultánea de la
materia verbal. Siempre he pensado que mi estrategia narrativa consiste en
abrir caminos y volarlos al mismo tiempo cerrándome así el paso a cualquier
represivo. Para mí el lenguaje es como el sonido trivial que percibimos en
cualquier momento y que luego desaparece sin ninguna explicación.[9]
La función del lenguaje en Sin nada
entre las manos es comparable a mi observación inicial y lo que Sánchez
intuía, aunque esta novela representa una actitud
algo modificada ante el lenguaje. El lenguaje se
aproxima más al del pueblo que en una novela como Las causas supremas
porque el narrador funciona más como un habitante
del pueblo. Por consiguiente se dirige más a menudo al
lector con un lenguaje coloquial y antiacadémico, creando así efectos
humorísticos. La preocupación con el lenguaje a nivel de la parodia y la
autocrítica es menos aparente en esta novela porque el narrador, como miembro
humilde del pueblo, asume una posición raras veces distanciada e intelectual
ante su medio. Los personajes a veces expresan una actitud ante el lenguaje
mismo: "Palabras, palabras, meditó Belén Sucio sumando a medio vaso de
agua otro tanto de aguardiente. Todos los cristianos eran iguales, nada más
probaban una gota de alcohol y la lengua se les desataba como una
tempestad" (p. l87). La vaciedad del lenguaje surge como la preocupación
de ese personaje. El narrador manifiesta una actitud semejante (y recuerda esa
obsesión en Las causas supremas) cuando describe a Teléforo en una
carrera de ciclismo:
"Teléforo seguía aumentando su pedaleo. Aumentar
es un decir" (p. 162). Su comentario acerca de la palabra misma
("aumentar") comunica la ineficacia de un lenguaje que el narrador,
paradójicamente, ha sido condenado a emplear. En cierto sentido estos
procedimientos con el lenguaje pueden interpretarse como procesos destructivos.
Pero al mismo tiempo se puede proponer que un nuevo lenguaje, como una nueva
conciencia, puede surgir sólo a partir de la destrucción, lo cual posibilita la
creación. Sánchez explica su destrucción / creación del siguiente modo:
Me parece que al degradar o despreciar
el lenguaje, le estoy restituyendo algún significado sociológico, a su gesto, a
la acción que lo envuelve y extorsiona. [10]
El proceso con el lenguaje crea una
experiencia para el lector que recuerda la actitud y el proceso de Cesar
Vallejo y su poema que dice" ¡Y si después de tantas palabras/ no
sobrevive la palabra!"
Visto dentro del contexto de la obra
total de Sánchez, Sin nada entre las manos representa ligeros cambios a
nivel de la estructura. En cuanto a la estructura de Las
causas supremas, el desarrollo de la
obra se basa principalmente en asociaciones; en términos de Barthes, la
estructura puede colocarse en el plano de système en vez de
syntagme. [11] La narrativa tradicional funciona
en el plano de syntagme: sus signos emplean relaciones de espacio y son
relaciones metonímicas. En el plano de systeme, que
emplea Sánchez, se usan asociaciones en vez de espacio
en las relaciones. (Narrativas que operan en el plano de syntagme son Cien
años de soledad y El bazar de los idiotas.) En Las causas
supremas las asociaciones generales unifican la organización total de la
obra; las secciones narrativas (32 de ellas) se relacionan por el hecho de que
los personajes habitan el mismo pueblo. Se encuentra relativamente poca
secuencia lineal, y las relaciones entre las distintas secciones son puras
asociaciones técnicas que poco tienen que ver con el desarrollo de una trama.
La base de estas asociaciones suele ser algún objeto (dentro del mundo
ficticio) o palabra (de un personaje o del narrador). Sin nada entre las manos
también se estructura en el plano de systéme; la secuencia de las
secciones es a menudo casi arbitraria. Por consiguiente Sánchez toma el derecho
de comenzar las secciones narrativas en esta novela como "Una tarde..
." (completamente independiente de la sección anterior) o "Esa misma
mañana.. ." (una asociación temporal mínima). El factor estructural que
distingue esta nove1a de las anteriores es la última parte de la obra (pp.
320-329) en que un narrador por primera vez distanciado provee una visión
panorámica y general del pueblo. Este final de la obra comunica sutilmente la
actitud deprimente del pueblo y la del narrador ante esa circunstancia. Crea
más sentido de culminación o de "finalización" que las otras novelas.
La presencia del narrador en el pueblo
como habitante-observador difiere también de las novelas anteriores, y al mismo
tiempo nos proporciona un ejemplo perfecto de la observación de Genette acerca
de la distinción falsa que tradicionalmente se ha hecho entre narradores de
"tercera” y de "primera" persona.[12] Al principio de esta novela
parece haber una situación narrativa que
tradicionalmente se ha definido como tercera persona: una voz aparentemente
omnisciente describe la vida y los personajes del
pueblo. Pero de repente el narrador se presenta como
miembro del pueblo (y la narración se torna de "primera persona"):
"Yo lo he visto extraer una botijuela forrada de cáñamo…” (p.19). Aunque
nunca funciona como personaje activo ni central sorprende algo al lector al
presentarse otra vez como habitante más tarde: "Cuando abro la ventana, puedo
escuchar claramente el carrizo de Santos Ramón, monótono y triste." (p.
80). Su lenguaje coloquial ya comentado es apropiado para el narrador
personaje. Incluso juega con esta situación narrativa algo ambigua cuando
proclama abiertamente su falta de omnisciencia cuando discute a Míster Morgan:
“Hasta donde era posible averiguar, Míster Morgan vivía escondido bajo
el carro gran parte de su tiempo, armado de herramientas y potes de grasa hasta
el atardecer, cuando salía a comprobar los efectos de su labor mecánica"
(el subrayado es mío, p. 275).
En Las causas supremas revela una
vida que consta de una serie infinita de variaciones sin sustancia.
Probablemente el mejor ejemplo de esa actitud es una anécdota en que el
narrador narra cuatro versiones de un mismo evento banal. Son cuatro
variaciones sobre un dialogo entre dos personajes, y uno de ellos pide un
Mejoral (pp. 221-223).[13] En Sin nada entre las manos se experimenta el
mismo sentido de movimiento sin cambio. Los personajes se dedican a los juegos
(billar, dominó, etc.), actividades que por definición representan la acción o
el movimiento sin contenido. La metáfora central para esa actitud ante la vida,
de puras variaciones, es el ciclismo. Hay
competencias de ciclismo regularmente y surge como metáfora
central por dos razones: (1) es la actividad principal del pueblo, (2) el
ciclismo ha sido considerado tradicionalmente casi el deporte nacional de
Colombia. La monotonía del ciclismo como actividad refleja el concepto de la
vida monótona que Sánchez siempre comunica en sus novelas. Incluso se refiere
al "pedalear monótono" de uno de sus personajes. En las competencias
se ofrece la oportunidad de "triunfar" o de ser "derrotado"
regular
mente. Pero los "triunfos" y las
"derrotas" son meras parodias de triunfos (y derrotas) auténticos,
con alguna sustancia. Así son todos los "triunfos y derrotas" en este
pueblo, simples ejercicios. Y así también los
"triunfadores" de una semana son los "derrotados" de otra,
pero la vida siempre sigue igual; se trata de meras variaciones que giran
alrededor de un mismo esquema carente de valores con verdadero sentido.
Volviendo a nuestra observación inicial acerca del
"testimonio" que es la obra de Sánchez en su con junto, tenemos el
problema del lugar que ocupa esta novela en relación con las otras. Isaías Peña
Gutiérrez planteó precisamente este problema al autor en una entrevista que
apareció después de la publicación de El tejemaneje:
Peña G.:
--¿Tus cinco novelas y tres libros de cuentos
constituyen una obra narrativa programada ordenadamente o son obras aisladas y
autónomas?
Sánchez:
--A mí lo de programado, por principio me sobra,
aunque entiendo el significado que literariamente puede tener. Lo que ocurre es
caos mismo de la vida, determina en cierta
forma el sentido de la obra. En mi caso personal no
puedo hablar de esa concreción, pero sí en cambio de una tendencia aglutinadora
específica. Todos mis libros parten de unos mismos recuerdos... [l4]
Según la opinión del autor, entonces, no
parece haber un plan consciente para organizar un testimonio uniforme, aunque
reconoce la uniformidad de la obra por el hecho de partir todo de los mismos
recuerdos (el pueblo). Lo importante, claro, no es la intención del autor, sino
el producto final que experimenta el lector. Es en ese producto final en el que
Sánchez reconoce cierta unidad. Por otra parte, podríamos plantear la pregunta:
En Sin nada entre las manos una obra sobresaliente en comparación
con las otras novelas? Surge también la pregunta
paralela, (escribirá Sánchez una obra maestra, una verdadera chefd'oeuvre a
nivel de los clásicos latinoamericanos? Sánchez parece tener intenciones de
crear algo al menos superior a las novelas hasta ahora editadas, según sugiere
esta carta:
Yo tengo que escribir un libro, hasta
donde pueda total, seductor de cabeza a pies, por el que el silencio y la
indiferencia se apaguen, y tiene que ser antes de que me muera,
de lo contrario, merde, merde, porque los laureles no
me sirven ni para cocinar.. .[15]
Esta famosa "necesidad" de publicar una sola
gran novela surge de varias posibles fuentes. Por una parte se encuentran
orígenes en la idea de la literatura clásica: la
definición misma de la obra "clásica" es su
gran valor que perdura y sobresale a través de los siglos. Este concepto de la
gran novela "clásica" poco tiene que ver con el arte
contemporáneo: todo el desafío del arte de vanguardia
desde los años veinte ha sido el de eliminar la evaluación del arte según esos
cánones. Corolario a la labor de los vanguardistas es la función principal de
la obra de Sánchez (y de la gran mayoría de los novelistas contemporáneos):
crear experiencias para el lector de hoy. Otro problema específicamente
colombiano se liga al fenómeno Macondo: si el "éxito" es definido con
los parámetros del éxito de Cien años de soledad, entonces ese éxito
consiste en escribir la obra cumbre como lo fue esta novela en la carrera de
García Márquez. Pero esto es, lógicamente, una definición sumamente limitada
del "éxito". Sin o con una gran novela de renombre internacional, el
testimonio de Sánchez no será ni más ni menos importante como expresión
auténtica de un novelista colombiano en desacuerdo con la realidad que le ha
tocado vivir y combatir. Los días de la paciencia, la segunda novela de Oscar
Collazos, trata de las tradiciones de la sociedad colombiana a nivel sexual, a
diferencia de su aproximación a la sociedad burguesa en Crónica de tiempo
muerto. Versa sobre un triángulo amoroso entre Juan Bermúdez, su esposa
Marta, y Amalia, una prostituta. No se desarrolla ninguna trama lineal ni
tensiones por medio de este triangulo porque cada uno de los personajes está
dispuesto a aceptar su respectivo papel: Juan acepta su sentido de culpabilidad
por tener la relación con Amalia; Amalia está dispuesta a aceptar su papel como
prostituta; Marta ni intenta cambiar su existencia aburrida y sin sentido.
Según la presentación de Collazos, cada uno desempeña un papel estereotipado
que la sociedad tradicionalmente le ha asignado; Juan es el macho sexualmente
activo; la prostituta es el objeto erótico de placer sexual; la esposa es la
víctima. Una gran parte de la novela enfoca a María, quien agoniza a causa de
la situación, pero que se encuentra incapaz de imaginar una posible solución.
No hay una resolución al problema a fin de cuentas: Juan y Amalia continúan su
relación y Marta sufre una soledad confusa.
La novela se estructura en 45 secciones
narrativas que describen las relaciones desde diferentes puntos de vista. Las
siete primeras secciones (sin números) funcionan como una introducción, al
narrar el pasado de la ciudad porteña en que toma lugar la acción. Estas
primeras secciones describen el crecimiento original de la ciudad y el pasado
familiar de Marta. Incluyen narraciones de un narrador omnisciente, un monólogo
por parte de la madre de Marta y las voces de narradores dentro de la historia
pero sin
identificación. A esta parte introductoria le siguen
once secciones (numeradas) que tratan de las relaciones entre los tres
personajes principales. Entre esas secciones hay algunas narraciones que
cuentan más de la historia de la ciudad. Aproximadamente a mediados de la
novela aparecen siete secciones como las de la parte introductoria, que
presentan la situación diacrónicamente. El resto de la novela versa sobre los
tres personajes principales.
Además de suministrarnos un estudio
interior de los tres personajes, la estructura presenta su circunstancia como
paralela al crecimiento de la ciudad. Por una parte, la unidad de la familia
tradicional se desvanece con el progreso económico tan rápido de la ciudad: la
madre de Marta describe los días antes de la "fiebre del dólar"
cuando su padre "era una persona normal". Al mismo tiempo que florece
el comercio, surge también la prostitución institucional. La historia pasada en
la novela implica entonces, que los problemas de Marta son una consecuencia del
decaimiento de los valores tradicionales. De ese modo Collazos hace hincapié en
un problema de relaciones personales y cuestiones sociales más amplias. En lo
que se refiere al pasado del individuo, el pasado de Juan Bermúdez es
significante en el sentido de que su iniciación de adolescente al sexo con
prostitutas determina su actitud y comportamiento sexual como adulto.
A veces Collazos emplea una prosa casi ensayística
para plantear los problemas de un modo más directo de lo que implica la
estructura. En una sección titulada "Apuntes para un ensayo" analiza
los problemas relacionados con el crecimiento de la ciudad. Aquí explica, por
ejemplo, la historia del racismo en esa ciudad. También presenciamos
repetidamente --y a veces poco sutilmente—los signos mas obvios del capitalismo
("Tome Coca-Cola"). El lector puede encontrar que la calidad de esta
novela no es del todo equilibrada. Algunas secciones narrativas parecen ser
gratuitas. Además de los ensayos, otra sección que se destaca especialmente es
una escena en un bar en que Collazos muestra eficazmente su habilidad en el
manejo del lenguaje. La segunda mitad de la novela contiene algunos subtítulos
ligeramente humorísticos que no corresponden al tono sobrio y hasta didáctico
de la obra total El lector puede preguntarse también por qué Collazos decidió
explicar con una nota de pie de página una palabra como "arrechera"
(después de que el lector ha leído l00 páginas con amplio uso de colombianismos).
Tales efectos subvierten la coherencia total de la obra.
Como en su novela anterior, y las
novelas de autores como Stevenson y Benhur Sánchez Suárez, el lector es testigo
del compromiso de Collazos como autor. Como tal, el éxito de la experiencia creada
depende de la capacidad del lector para aceptar las ideas didácticamente
propuestas.
Hasta el sol de los
venados, la primera novela de Carlos Perozzo, comparte algunas de las mismas
actitudes comentadas en las novelas de Héctor Sánchez y Oscar Collazos este
año. Como Sin nada entre las manos, la vida diaria del pueblo es
deprimente (Pero Perozzo se aproxima más a Collazos en su presentación
explícita de ideas y las posibles soluciones. Sánchez presenta una exposición
general de la "vida" de un pueblo como expresión de la condición
humana; Collazos y Perozzo ven la circunstancia actual más bien como un
conjunto de problemas sociales específicos con soluciones racionales.
Es una novela bastante larga (unas 483
páginas) con una estructura formal que consta de dos partes. Cada parte
contiene varios capítulos numerados con tres secciones.
La primera consiste en una carta escrita por un
habitante casi analfabeto del pueblo, Luis Rodríguez Aristizábal. Sus cinco
cartas que aparecen a lo largo de la novela (y que abarcan un año) ofrecen una
visión interior de los acontecimientos del pueblo. La segunda sección de cada
capítulo, la sección principal de la novela, es narrada por
un narrador omnisciente fuera de la narrativa que
presenta a un grupo pequeño de personajes centrales. La caracterización de
ellos tiende a presentaros como clichés:
Ugolugo (Hugo Lugo Rangel) aparece como el novelista
romántico que sufre la crisis del poéte maudite; el Caraqueño que
funciona como el revolucionario cuya retórica ya supera en mucho sus
convicciones y capacidades para actuar. Tales personajes actúan,
afortunadamente, para los fines críticos de Perozzo, aunque el lector esta bien
avanzado en la lectura cuando llega a esa conclusión. (El narrador presenta al
Caraqueño de un modo abiertamente negativo en la segunda mitad de la novela.)
La tercera sección de cada capítulo lleva el título en latín ("In'illo
tempore") y proporciona la dimensión diacrónica del pueblo. Perozzo ha
logrado varios efectos con la estructura bipartita de esta novela. Una anécdota
al estilo de un cuento de hadas precede la Primera Parte:
Una señora se encontró con el tigre y le dijo: Cuando
pase por mi casa, señor tigre, no se vaya a comer a mis cinco hijitos, porque
son muy lindos. Y el tigre pasó frente a la casa de la señora y vio cinco niños
feos y se los comió.
Al comenzar la Segunda Parte se cuenta la misma
historia, pero al revés: el tigre no los devora. Estas dos versiones de
posibles resultados de una situación paralela se relacionan directamente con la
anécdota de las dos partes. También corresponden a la experiencia del lector
ante los personajes: nuestra apreciación de los personajes como Ugolugo y el
Caraqueño cambia radicalmente desde la primera hasta la segunda parte. Mientras
la Primera Parte funciona como una plataforma para el debate entre personajes
(Perozzo comunica sus ideas mediante el diálogo entre personajes), la segunda
toma una actitud crítica ante ellos. Como varios de los escritores jóvenes en
Colombia, Perozzo muestra dentro de su obra la necesidad de defenderse
artística e ideológicamente ante los prejuicios tradicionales que todavía
predominan en lo que se refiere a la nueva narrativa.
Tal vez la descripción mas apropiada de la obra
conjunta de estos tres escritores que publicaron este año, se resume en la
palabra "excesos". Con Sánchez se manifiesta el exceso en forma de
las obsesiones inmoderadas que funcionan como reacción ante una realidad
deprimente y represiva. Collazos y Perozzo aparecen más directamente en sus textos,
y sus excesos en la técnica narrativa expresan lo que salta a la vista como una
generación encolerizada al contemplar la circunstancia nacional. Cada una de
las obras parte de suposiciones fundamentalmente diferentes en lo que se
refiere a la naturaleza de la "novela". Ninguna de las tres obras
siguen patrones tradicionales, ni técnicas narrativas semejantes entre sí.
Todos estos factores (y el hecho de que ni nos referimos a Cien años de
soledad en esta coyuntura) son indicios de la vitalidad de la novela colombiana.
Como plena continuación de lo observado en el año 1976, el próximo año
aparecerá una novela de excesos por excelencia, ¡Que viva la música! de
Andrés Caicedo.
NOTAS
l - Fuera de algunas reseñas publicadas en Colombia y
los Estados Unidos, lo único notable es un par de ensayos en Signos y
mensajes por Helena Araújo (Bogotá: Colcultura, 1976).
2. Sánchez me ha afirmado en una carta: "Yo
confío en tu discreción, y ahora más que nunca en tu honradez como crítico, de
manera que puedes usar mis cartas como quieras..." (Carta fechada julio de
l976, Barcelona.)
3. Carta personal de Héctor Sánchez, 5 de abril de
1976, Barcelona.
4. Héctor Sánchez, Sin nada entre las manos (Barcelona:
Planeta -l976), p. 327. (Todas las citas son de esta edición).
5. Entrevista con Isaías Peña Gutiérrez, La
generación del bloqueo y del estado de sitio.
6. Entrevista con Isaías Peña Gutiérrez, La
generación del bloqueo y del estado de sitio.
7. Araújo nota la importancia del lenguaje en una
reseña de Los desheredados, Eco, número l 70 (diciembre l9 74), pp.
218-223.
8. Raymond L. Williams, La novela colombiana
contemporánea (Bogotá: Plaza & Janés, 1976), p. 52.
9. Carta persona1 de Héctor Sánchez, 14 de junio de
l976, Barcelona.
10. Carta personal de Héctor Sánchez, l4 de junio de
1976, Barcelona.
1l. Ver Roland
Barthes, Elements of Semiology (Boston: Beacon Press, l970), p. 63.
l2. Ver Gerard Genette, Figures III (Paris:
Seuil, 1972), P. 203.
l3. Ver la discusión sobre estas versiones en La
novela colombiana contemporánea, pp. 50-51.
14. Entrevista con Isaías Peña Gutiérrez, Magazin
Dominical, El Espectador, 27 de enero de l980, p. 8.
l5. Carta personal de Héctor Sánchez, 14 de julio de
l976, Barcelona.
CAPITULO IX
ANDRES CAICEDO: ¡QUE VIVA LA MUSICA! (1977)
ANDRES CAICEDO nació en Cali (Valle) en l95l. trabajó
tomo crítico de cine y dirigió grupos teatrales en Cali. Fundó y dirigió la
revista ojo al cine. Sus volúmenes de cuentos son El atravesado (relato,
l975), Angelitos empantanados o historias para jovencitos (l977) y Berenice
(1978). Su única novela fue ¡Que viva la música! Murió en l977.'
¡Que viva la música! es la novela que
mejor expresa y sintetiza las ambigüedades culturales de Colombia entre las
obras publicadas durante la década. Caicedo se balancea delicadamente en el
filo de una cultura en crisis; ni Caicedo ni su protagonista encuentran
soluciones a estas ambigüedades, a la crisis o a las contradicciones, pero las
experiencias creadas por el autor figuran entre las más intensas de la ficción
colombiana reciente. En cuanto a su técnica narrativa, es una novela de
increíble madurez artística para ser la primera novela de un autor de
veintiséis años. Caicedo ha concebido la obra total con la precisión y la
nitidez de un García Márquez o de un Alvarez Gardeazábal.
Se trata de una novela ilusiva y a veces
evasiva. La primera ilusión, ampliamente recogida en las notas periodísticas de
Colombia, es que Caicedo pertenece a una especie de versión colombiana de la
"onda" en México. Es una ilusión con cierto fundamento aceptable:
como los jóvenes mexicanos, el mundo ficticio de Caicedo gira alrededor del
rock, la droga y otros productos de la sociedad de consumo.[1] También narra de
la generación de los sesenta, la misma época de la obra temprana de los mexicanos
Gustavo Sainz y José Agustín. Es una novela evasiva en el sentido de que la
música y la droga son la superficie de problemas más profundos novelizados por
Caicedo. En este análisis se comentarán la temática netamente cultural de
Caicedo y la relación estrecha entre este problema y la estructura total de la
obra. A continuación se considerarán las otras novelas del año: Mi revólver
es más largo que el tuyo de Alberto Duque López, Juego de damas de
Rafael Humberto Moreno-Durán, La otra raya del tigre de Pedro Gómez
Valderrama, Cachaco, Palomo y Gato de David Sánchez Juliao, El
titiritero de Alvarez
Gardeazábal y Nostalgia Boom de Jose Stevenson.
¡Que viva la música! trata de
una muchacha que se obsesiona con la música. Vive por y para la música. Vive
por y para la música de que goza en la agitada vida nocturna caleña. Para el
que no conozca Cali hay que señalar que el barrio específico es de
suma importancia: ella y sus amistades actúan en
distintos lugares de la Avenida Sexta, el terreno predilecto de los jóvenes que
allí encuentran lugares que hacen de esta
avenida algo comparable a la Zona Rosa de México, el
Boulevard Saint Michel de París o Rush Street de Chicago. Ahí se compran tanto
los blue jeans como los helados
en el Dari-Frost, mientras que tal vez se escucha
música de rock en el fondo. Al principio de la obra, ella se caracteriza como
una muchacha inocente en medio de todo este microcosmos cultural. No conoce ni
la música ni los lugares nocturnos que más tarde consumirán su vida entera. Su
introducción a la música, y primera obsesión, es el
rock de los sesenta (el rock de la segunda mitad de la
década y principios de los setenta: "hard rock"). Ella y sus amigos
viven apasionados por una música que traducen y
por un estilo de vida importado que adoptan. Más tarde
los gustos cambian hacia una preferencia por la Salsa. En cuanto a la acción,
la protagonista traba amistad con un
joven llamado Bárbaro y de allí en adelante su vida se
torna violenta: Bárbaro y sus amigos se entretienen en "bajar"
(atacar) a los norteamericanos que abundan en Cali.
Al final de la obra la protagonista es una prostituta.
La narradora que cuenta esta serie de sucesos, a veces increíbles (aunque
dentro del contexto de la novela del todo verosímiles), tiende a relatar todo
en presente. Aun que toda la fábula ya había ocurrido en el pasado según la
posición temporal de la narradora, pocas veces toma la oportunidad para
reflexionar sobre los acontecimientos.[2]
La estrategia narrativa de Caicedo es básicamente la de representar las
acciones a través de su narradora, dejando así al lector la labor reflexiva y,
en este caso, interpretativa. Algunas veces ella ofrece comentarios de índole
reflexiva que muestran ciertas intenciones de entender intelectualmente su
circunstancia pero nunca logra un entendimiento profundo de sus acciones. La
versión de su situación según ella tiende a recalcar la alegría del
momento(sobre todo cuando hay música, baile y movimiento) o la tristeza y hasta
angustia del momento (los pocos ratos de soledad sin música ni amistades).
Logra llenar la vida de música, creando así una vida, en términos suyos,
básicamente alegre. Más allá de su fachada exterior de alegría, sin embargo, su
narración revela tres características contrarias, todas relacionadas con la
cultura de que esta empapada: su ambigüedad cultural, su dependencia cultural y
su auto -desprecio por razones culturales. Su ambigüedad cultural se expresa al
principio cuando se encuentra en una situación ambivalente entre sus amistades
que escuchan rock y sus amigos marxistas. Los dos fenómenos culturales
(escuchar rock y leer El Capital) representan alternativas a la
aceptación de un statu quo inaguantable para una persona tan sensitiva y
rebelde como es la protagonista. Caicedo expresa a través de esta ambigüedad
dos posiciones obviamente políticas sin escribir una novela ostensiblemente
política. (Como lo son las novelas de Collazos y Sánchez Suárez, por ejemplo.)
Es una ambigüedad que la protagonista nunca resuelve, aunque va de una posición
extrema a la otra. Se analizarán estas posiciones más adelante al considerar
ciertas escenas claves.
La dependencia cultural por parte de la
protagonista se manifiesta de varios medos. Al principio de la novela, antes de
asimilarse al mundo del rock, ella se considera, curiosamente, una persona
"sin cultura", una autodescripción imposible, al menos desde el punto
de vista antropológico. Pero afirma rotundamente: “yo no tenía cultura”.[3] Se
entiende, claro, que ella se refiere a la "cultura" en el sentido de
educación formal acerca de la cultura institucional. Por el hecho de funcionar
siempre en una especie de presente continuo y estático, la herencia cultural
que comparte con todo colombiano no figura en su visión del mundo. El pasado
para ella no existe, como lo menciona una vez, sin darse cuenta de la
importancia del comentario a nivel cultural:"¡Pero si no tengo pasado!
“¡Mi pasado es lo que haré este día!" (p. 52). Ella decide llenar esos
"huecos" (palabra de ella) de su cultura con el aprendizaje total del
rock. Va desde la nada hasta depender de una cultura. Por una parte, depende de
la música de una manera frenética, como la adición a las drogas, en lo que se
podría denominar una dependencia sicológica. En algunos momentos en que se
encuentra sin música describe su situación como “desesperada". En términos
más metafóricos, su circunstancia es paralela a la de su generación ante la
cultura: esta en un punto de crisis cultural que varía desde la nada (como
diría Collazos) hasta la dependencia de una cultura extranjera. Una de las
escenas que pinta simbólicamente lo absurdo de esta circunstancia ocurre cuando
ella escucha música rock con varios amigos y Ricardo. En esta escena (pp.
42-52) los jóvenes toman drogas mientras escuchan música con letra en inglés.
Ella decide que los otros están en "comunión" por el hecho de saber
inglés, y pide a Ricardo que sirva de interprete. Se sienta a su lado,
colocándose así como una especie de apéndice dependiente de el. Le dice:
"Eres mi intérprete.” Ricardo pregunta si sería para siempre, a lo cual
ella contesta "No, lo siento. Sería injusto prometerte tanto” (p. 47).
Negándose a incorporarse a la "comunión", entonces, ella afirma su
posición como simple dependiente y no como parte del grupo. Cuando el comienza
a traducir, ella dice" ¡Soy tan feliz!" Siguen así: Ricardo le
susurra las palabras en español y ella proclama la felicidad que experimenta.
Es una escena magistralmente concebida por Caicedo porque contiene todos los
elementos (contradictorios) de la dependencia cultural de ella y al mismo
tiempo, a nivel más bien simbólico, del país La tercera característica
destacable de la protagonista es el autodesprecio, sutilmente perceptible
durante la mayor parte de la novela, pero a fin de cuentas innegables con el
desenlace de la obra. Los primeros indicios de su actitud negativa hacia sí
misma son los comentarios relacionados con los supuestos "huecos" de
su cultura y con su "falta" de cultura. Cada vez que encuentra algo
desconocido, señala otra "laguna" cultural; uno podría considerar
tales experiencias anteriormente
desconocidas como algo positivo o instructivo, pero su sentido de
desprecio no lo permite. A veces se refiere a características más bien
personales, como "las malas costumbres con las que crecí" (p. 39).
Ella también pide disculpas constantemente por sus deficiencias como narradora.
Desarrolla así una relación intima con el lector ficticio a quien se dirige
directamente y quien desempeña ocasionalmente un papel semejante al de Ricardo
(ella depende de la buena voluntad de ese lector ficticio): ''Apenas yo
termine, el lector saldrá a tomarse un trago, y más habría valido que en lugar
de hablar como a mí me gusta, que mis palabras no fueran. sino filamentos en el
aire, líneas vencidas no importa: empiezo a hablar y no me paran, y no hago
otra cosa que repetir letras.. ." (pp. 91-92). Al final de la Obra ella
llega a tener cierta conciencia de su autodesprecio y movimiento
autodestpectivo, aunque sea en un instante breve de lucidez. Este momento
llegar al terminar la escena clave de la novela, el viaje alegórico que hace
con Bárbaro.
Antes de entrar directamente en el
comentario sobre el viaje, la escena que revela todo el sentido de la obra, hay
que tener en cuenta algunos detalles que la preceden.
Caicedo crea todo un sistema de simbología con
imágenes de noche y día, oscuridad y luz. Desde las primeras páginas hasta la
escena del viaje Caicedo invierte las connotaciones tradicionales de luz y
oscuridad. Aunque en la tradición occidental siempre se ha relacionado la luz
con la vida, la vitalidad, el conocimiento, etcétera --siempre elementos
positivos-- en esta novela toda vitalidad gira alrededor de la noche. La vida
de la protagonista florece en la noche; sufre una especie de terror
inconsciente del día. La vitalidad y la alegría de la música, desde luego,
siempre aparecen por la noche. La vida consiste en esperar la noche y los
ciclos diarios con la música. A principios de la novela notamos que su sentido
del tiempo siempre se relaciona con la noche: "Volví a mi cama pensando:
¿Cuánto falta para que sea de noche?" (p. 9). Ella también entiende
racionalmente el hecho de que la noche en sí es una entidad que llega a poseer
características propias. Al principio de su amistad con marito ella se refiere
a la importancia de la noche: "El no sabía, entonces, que la noche, que
fue profunda, fue toda mía, que cuando el noventa por ciento de los otros
estaba con el genio ido y con los ojos en la nuca, yo descollé por mi vestido
de colores y por mi inagotable energía" (p. l3). La noche sirve así de
generador de las anécdotas porque es cuando toda la energía (física y verbal)
de la protagonista se desprende libremente. Cuando se enfrenta al día, en
cambio, éste es para ella un mundo inhóspito y desagradable. Al levantarse un
día por la ventana, comenta: "'¡Por las ventanas era tan duro y tan seco
el día! Decidí que no saldría después del desayuno, no con ese sol.. ."
(p. 17). Incluso ella piensa en un mundo ideal en que viviera sólo de noche:
Tuve este pensamiento: "Qué tal vivir sólo de noche,
oh, la hora del crepúsculo con los nueve colores y los molinos. Si la gente
trabajara de noche, porque si no, no queda más destino que la rumba (p. 18).
Mientras más se obsesiona por la música y la vida
nocturna, más se apropia con lo que ella identifica con el adjetivo posesivo
"mis" noches. Al mismo tiempo esperar la noche llega a ser una
especie de rito, según ella. Se refiere a la "espera de la noche"
como parte de su rutina diaria.
La escena clave comienza como una simple
excursión con su amigo Bárbaro. Dos antecedentes con Bárbaro son significantes.
Primero, trabaja en un taller con su hermano, y Bárbaro regalaba a la
protagonista cosas "indígenas" del taller. Eso esta en contraste con
los elementos puramente norteamericanos y de la sociedad de consumo que habían
formado la totalidad de su "cultura" anterior.
Segundo, el grupo de Bárbaro ya había
ejercido la práctica de “bajar” norteamericanos. En estos dos antecedentes se
nota cierta reacción contra su “cultura” anterior, aunque ella nunca verbaliza
tal reacción. Las bajadas de los extranjeros son descritas ostensiblemente como
una simple diversión. La excursión misma comienza así:
Vuelvo al Parque, pero para contar una
partida. Serían las 7 de la mañana del primer Lunes del diciembre pasado, y nos
alistábamos, relucientes y admirados, a nuestra excursión (p.151).
Se notan varios cambios en la rutina de
lo que ha sido su vida hasta ahora. En primer lugar, se levanta y sale por la
mañana, una ruptura total con sus costumbres. Los adjetivos “relucientes” y
“admirados” contrastan con las imágenes que caracterizaban su vida: nunca se
refería a sí misma con palabras relacionadas con la luz y su autodesprecio
jamás permitía el uso de palabras como “admirados”. Al principio del viaje ella
intuye lo que va acontecer: “Tristeza y peligro: eso era lo que preveía y
temía” (p.151). Todavía durante las preparaciones ella dice:
En silencio caminábamos hasta la calle
15, frente al hospital Departamental. Yo me amarré una pañueleta española al
pelo y quedé lindísima bajo ese contrapunto del sol y lana en el cielo blanco
(p.151).
Hay que notar que se amarra una
pañueleta española al pelo, otro detalle que la caracteriza de un modo distinto
con respecto a su vida anterior; cabe más dentro de una tradición hispánica
ahora, a diferencia de la anglosajona que la obsesionaba antes. Con este adorno
hispánico supera su autodesprecio al describirse como “lindísima”, seguido por
tres imágenes de luz: el sol, la luna y el cielo blanco. Luego el grupo aborda
un bus en que casi todos los pasajeros son negros. Ella siente cierto racismo
mientras viajan y lo admite abiertamente: “al ver que todos los pasajeros eran
negros yo sentí una inquietud rara, una especie de ensoñación racista, y pido
perdón cuando lo digo” (p.152). Los radios de los negros transmiten una música
africana y otra vez la protagonista reacciona negativamente: “Tampoco me sentí
muy bien cuando tres radios comenzaron a transmitir, como un conjunto, la misma
canción: Alá-lolé-lolé-lalá-lo-loló…” (p.152) . Hay que ver su actitud racista
y reacción ante esta música como expresiones subconscientes de su ambigüedad
cultural y de su autodesprecio. Aunque le da vergüenza, como admite, desprecia
una parte fundamental de la nación, el elemento negro, y al mismo tiempo rechaza
un elemento absolutamente fundamental de su cultura, la música de orígenes
africanos.
Mientras siguen el viaje, ella
experimenta otro cambio en su actitud hacia el día y la luz. Antes se rehusaba
a enfrentar el día y lo hacía con una actitud negativa. Ahora dice lo
siguiente:
Entonces vinieron otra vez a mí antiguas
imágenes de despertadas a través de la veneciana. Y me invadió, repentinamente,
la alegría, sólo que no era fresca ni me produjo movimiento al morisquitas sino
como una actitud de espera. Alegría de enfrentar ese nuevo día cruzando el
Valle mientras mis padres, al otro extremo, se irían levantando apenas…
(p.153).
Vemos que durante esta excursión por
primera vez la luz y el día poseen características positivas. Van dejando atrás
todos los elementos que se relacionan con el país moderno –las modernas
urbanizaciones, los colegios de la alta burguesía (p.154)-. La narradora señala
que la furia de Bárbaro iba aumentando, y su única explicación es “era que no
había podido encontrar otra actitud ante la vida” (p.154). El lector entiende
que su furia surge de las contradicciones y ambigüedades culturales que los
viajeros blancos sufren en el bus. Cuando llegan a su destino ocurre otro
detalle pequeño pero significante. La narradora dice que todos bajaron del bus
y “nosotros los seguimos instintivamente, para no quedar fuera de los alcances
de su música” (p.154). A pesar de su racismo y su desprecio ya afirmados,
actitudes absorbidas como miembros de la sociedad, siguen instintivamente a los negros para escuchar una música que de
veras los atrae. Reconocen instintivamente sus raíces culturales y reaccionan
subconscientemente de un modo positivo ante esa cultura auténtica, aunque no
comprenden ni reconocen este fenómeno en términos racionales. Caminan por esta
naturaleza cruza (con el sol brillante) y la narradora contempla sus
alrededores. En contraste con el caos del rock y la vida fragmentada de
Cali, observa aquí un orden perfecto:
Me agobió, al final, tener posada la
mirada en semejante altura. Puedo decir que contesté con perfecta línea recta,
mirada vertical hasta el arbusto que crecía en el mismo centro del valle,
rojizo y mayor que los otros, antiquísimo y presidiendo el orden de los surcos
concéntricos en que estaban sembrados los demás. ¡Oh árida vegetación de orden
exacto e inútil! (p.156)
Luego ven a una pareja de norteamericanos que resulta
ser de veras específicamente un norteamericano y una puertoriqueña. Ellos
avanzan hacia la pareja extranjero. En ese punto de la narración la narradora
interrumpe el relato para plantear una serie de preguntas (hechas ahora en el
presente, retrospectivamente) que ilustran su falta de entendimiento racional
de los hechos que ocurrirán más adelante. Ella se pregunta: ¿Qué había sido?; “Por qué no ascendía el sol, por qué se
habían suspendido las horas?”; “¿Por qué mejor no corríamos?” (p.157). Se acercan, hablan con ellos, y ella percibe
que va a hacer violencia. Otra vez los sentimientos son ambiguos porque aunque
participa en la “bajada” de norteamericanos, dice: “Uo dessé que Bárbaro no
comenzara aún con la violencia” (p.159). Al mismo tiempo se comienza a percibir
una curiosa especie de unidad espiritual entre las dos muchacha, la
protagonista y la puertorriqueña. María Iata Bayó (nótese el apellido indígena).
Es una unidad simbólica entre dos razas que conforman al hispanoamericano, la
española y la indígena. La protagonista funciona como la española: tiene pelo
rubio y no nos olvidemos, lleva su pañueleta española. Al principio del
encuentro tenso entre las cuatro personas María Iata pone la mano de la
protagonista (de la española) en su “bolso indio”, creando así una unidad
simbólica entre la española y la india (p.159). Entonces principia la agresión,
la violencia física contra el norteamericano y la demanda de que María Iata
pone la mano de la protagonista (de la española) en su “bolso indio”, creando
así una unidad simbólica entre la española y la india (p.159). Entonces
principia la agresión, la violencia física contra el norteamericano y la
demanda de que María Iata se desnude. El acto de desvestirla también ofrece una
lectura de rito simbólico: la ropa que se quita no es suya (indígena) sino
norteamericana (una blusa “Lady Manhattan” y blue jeans). Al desnudarla
encuentran la auténtica belleza que la ropa escondía: “Me separé mucho de ella
para reunirme, con mi amigo, en el profundo silencio de su belleza” (p.163).
Ellos continúan sus actos instintivamente, para terminar lo que hay que ver
ahora como un rito de liberación. La protagonista, aunque inconsciente del
significado de este rito, percibe que cumplirlo es su destino: “Entonces,
resumamos nuestro destino” (p.163). Mientras Bárbaro ataca cruelmente al
norteamericano, matándolo, las dos muchachas se aíslan en su unidad espiritual,
retirándose del espectáculo de la carnicería. Ese momento de culminación en el
rito de liberación es el momento de su máxima unidad:
Así que escogimos un descampado más en
aquel otro, inmenso total, que nos habitaba dentro. María Iata Bayó me abrazó,
suavita, sin quejarse, sin llorar, produciendo un sonido como de Brzzzzzzzzz,
que me alarmó, pues lo creí, en un principio, dentro de mi cabeza. Pero era que
yo respiraba su mismo aire y podía habitar esa piel, sonido de rastrille y
furia de posible o próxima comunión (p.164)
Bárbaro es consciente de su acto ritual
de liberación y, después de la matanza “estaba sentado en absoluta posición
mítica, concentrado a fuerza completa en el arbusto principal” (p.166). Su
comunión con la naturaleza llega a ser total, y culmina con su comunión
suicidio:
Bárbaro alcanzó a dar un aullido de
triunfo antes de comprender que la planta no se detendría a sus pies, ya que de
hecho, cargó contra él, lo derrumbó y de un salto se sembró en su estómago. Mi
amigo abrió brazos y piernas y se relajó en una forma total, murmullando ríos
de delicia, pues sus entrañas, al rendir sus juegos a la planta aquélla, le
habían hecho brotar unas flores rosadas y espesas que (diría la gente, años
después) producían borrachera (p.167)
Bárbaro ha cumplido su rito y logra su
liberación en comunión total con su tierra. Pero la protagonista se niega a
enfrentar la situación y no ofrece ningún pensamiento contemplativo acerca de
la serie de acontecimientos terribles/sublimes que ha atestiguado.
Sencillamente concluye que es hora de volver. Huyen a unas cabañas, aunque
durante su vuelta presencian las últimas imágenes de liberación, las de un
cóndor que vuela sobre la montaña (p.168). Regresan a la ciudad juntas, donde
la protagonista se despide de María Iata. Perdida la posibilidad de cualquier
liberación o toma de conciencia (de lo que ha sido siempre una vida
dependiente), ella retorna a la misma situación cultural de antes, e
inmediatamente busca su música: “caminé buscando la música” (p.177). Ha
prostituido el acto de Bárbaro y literalmente actúa como prostituta cuando se
le acerca un hombre. Al final de la obra hay algunas secciones narrativas en la
Segunda persona (“tú”), las únicas así en la novela, en que ella verbaliza a
nivel de la subconsciencia algunas de sus acciones. Se refiere por primera vez
a su “auto destrucción”, el proceso que el lector ha podido observar a lo largo
de la obra. Pero su única salida al fin y al cabo es la huida de las grandes
ambigüedades culturales que sufre. Al final dice: “Es prudente oír música antes
del desayuno” (p.187). Es una vuelta a su estado anterior de asimilación total
en la música.
¡Qué viva la música! capta las
ambigüedades y las crisis culturales de Colomba y América Latina con una
sutileza refinada, y un impacto avasallador que la hace una de las novelas más
destacables de la década. Uno de sus múltiples aciertos es la estructura total,
tan cuidadosamente concebida alrededor de la escena alegórica del final. Hasta
esa escena, la novela es comparable a la producción de los escritores de la
“onda” en México porque lo que expresa es un fenómeno cultural de una
generación específica. También hay ciertas semejanzas en el empleo del lenguaje
de una juventud. Pero al experimentar esa escena todo lo anterior cobra nuevo
valor y la novela de Caicedo pasa de un testimonio entretenido e informático de
la generación de los 60 a una indagación de la problemática cultural y social
que enfrenta Colombia y América Latina. Tal vez sin intentarlo ni saberlo,
Andrés Caicedo ha publicado una de las novelas políticas más importantes de la
década.
Mi revólver es más
largo que el tuyo, la Segunda novela de Alberto Duque López, es una
continuación de dos tendencias presentes tanto en la novela colombiana como en
su primera obra. Por una parte, cabe dentro de una línea cortazariana de obras
abiertas. Así la estructura no desarrolla una línea fija y el lector
necesariamente toma un papel activo en el proceso creador. Hemos vito
procedimientos semejantes en Mateo el flautista y las novelas de
Albalucía Angel. Pero aún más significante es el derecho a la invención del que
Duque López hace alarde abiertamente. Desde la primera línea de la novela el
autor nos advierte del papel de la invención en su novela: “Habrá que inventarse una historia, mamita, decir
que apareciste en la casa…” [4] Al fin y al cabo la invención será el asunto
central de la vida para el joven protagonista. Aunque la construcción y
reconstrucción de la fábula es un problema fundamental –tiene características
de novela policíaca- la obra trata básicamente de la familia de un
contrabandista de Barranquilla, Antonio Kamonda. Una gran porción de nuestra
información acerca de Kamonda y de la familia es filtrada por los ojos del
hijo. También hay otras fuentes de
información y otros textos: numerosos narradores, recortes y reportajes
periodísticos y hasta citas de un Libro de Oraciones de la madre. La
experiencia de los primeros capítulos (hay ocho en total) es vaga porque la
mayor parte de las narraciones ofrecen la visión del hijo; tampoco tenemos en
este punto información básica como, por ejemplo, quien es Kamonda, qué hace, y
cuál es su relación con el narrador. Al estilo de las novelas de misterio, el
lector va enterándose paulatinamente de los datos claves. El padre, Kamonda, y
la madre, Susana de Kamonda, mueren en ataques sangrientos. Se revela la muerte
de ésta en una serie de reportajes periodísticos de índole puramente
sensacionalista. Hasta este punto en la obra (a mediados, en el capítulo 4) el
mundo del niño vacila entre el de su circunstancia y el del cine. Pero con la
muerte de la madre su vida cambia radicalmente, y aquí otra vez tenemos la
invención. La próxima sección narrativa comienza : “Tendremos que inventarte
otra historia, mamita, menos fea y menos cochina” (p.111). Es una negación de
la muerte que el niño no es capaz de aceptar. Rechaza su circunstancia y se
pierde en el mundo del cine. En el próximo capítulo (que sigue inmediatamente
después de su promesa de “inventar otra historia”) entonces, el lector
experimenta casi exclusivamente el mundo inventado del cine. [5] Ahora Orson
Wells funciona como un nuevo héroe para reemplazar a los padres desaparecidos:
“en el pueblo que hay un viejo que se llama Orson Wells” (p.115). Las secciones
narrativas que aparecen después en este capítulo relatan experiencias con
películas específicas (la mayor parte del capitulo), junto con algunos
comentarios sobre el cine que aparecían en los periódicos. En la novela la
muerte es un rito de liberación; aquí sirve de punto de partida para una obsesión
artística, el cine. El intento de superar la realidad inmediata con formas
artísticas es semejante al proceso en Aire de tango y aún de la muchacha
en la novela de Caicedo. La función del cine en particular recuerda La
traición de Rita Hayworth de Puig.
Juego de damas, la
primera novela de Rafael Humero Moreno-Durán, emplea una estructura abierta
también, pero como la novela de Duque López, logra efectos específicos.[6] El
asunto de la novela es la mujer en la cultura hispanoamericana. Algunos
sociólogos han propuesto que, a pesar de vivir en una sociedad machista, la
mujer funciona como fuerza unificadora, la espina dorsal, de la sociedad
hispanoamericana. [7] En esta novela Moreno-Durán considera estos problemas
tradicionales –tanto los papeles femeninos como los masculinos- pero va más
allá de la novelización de meros estereotipos.[8] Le interesan las relaciones
humanas en lo que se refiere a las relaciones entre los sexos. Su tratamiento
de los papeles que desempeña la mujer no tiene que ver precisamente con el
problema de las restricciones a que ella está sujeta en sociedades como las de
los Estados Unidos y Europa Occidental. Las “damas” que presenta
Moreno-Durán se aprovechan de sus
papeles para manipular vidas y personas a través de sus relaciones.
La primera sección narrativa (unas 58
páginas) es típica del gran impulso innovador de la novela colombiana de la
Segunda mitad de la década. Consta de tres columnas independientes, pero que
lógicamente manifiestan relaciones entre sí. Estas conexiones son las que el
lector participante tiene que buscar activamente. La primera columna relata el
diálogo en una clase universitaria, lo que el lector entenderá después, es un
curso futuro de la misma hegeliana. La tercera columna narra cronológicamente
la historia de Colombia e Hispanoamérica durante los mismos años en que
transcurre la vida de “la hegeliana”. Evoca varios efectos con esta
yuxtaposición de pura fábula y pura historia, pero uno de los más destacables
es la situación distanciada del narrador, fuera de la historia, que mantiene
una actitud irónica ante los personajes. Todos esos factores hacen de esta
novela una gran comparable a la experiencia de Job-Boj del chileno Jorge
Guzmán y a la obra de Carlos Fuentes. [9] Mientras la protagonista en ¡Que viva
la música! intenta llenar los
“huecos” de la cultura con la música, una de las mujeres de Juego de damas
era tan poco atractiva que “no tuvo más remedio que esconderse en la cultura.
Sería intelectual y solterona, claro” (p.277).
La otra raya del tigre la
primera novela de Pedro Gómez Valderrama, es una novela histórica en el sentido
tradicional del término. Narra la historia de Colombia en la Segunda mitad del
siglo XIX, durante el auge del idealismo liberal y la fe en el “progreso”.
Tanto el mundo ficticio como la técnica narrativa de Gómez Valderrama se fundan
en las relaciones lógicas entre causa y efecto: el protagonista alemán Geo von
Lengerke y el antagonista, Colombia, tiene una fe refrescante en las
capacidades racionales del hombre.
La novela abarca unos treinta años (a
partir de mediados del siglo pasado), desde la llegada de Lengerke a Santa
María hasta su muerte. Los ocho capítulos describen la vida de Lengerke y el
desarrollo de la región de Santander desde que el extranjero colombianizado
estableció sus negocios de comerciante. Gómez Valderrama se preocupa tanto por
la descripción de Santander como por la caracterización del personaje. Al fin y
al cabo la distinción entre el personaje y la región es casi arbitraria porque
representan el mismo espíritu, como explica el autor a fines de la obra:
“Lengerke por sus características humanas viene a ser una encarnación del siglo
colombiano, más que el alemán, por todo lo que trajo y cuanto asimiló.” [10] En
la primera mitad de la obra predomina el progreso y el idealismo: Lengerke hace
el viaje desde Santa Marta, una especie de deja-vu de la Conquista; se comienza
a transformar el país, y la construcción de caminos por parte de Lengerke es el
símbolo central de la labor del protagonista y el progreso nacional. La Segunda
mitad de la obra gira alrededor de varios conflictos: las polémicas entre
conservadores y liberales, las guerras civiles, las luchas económicas entre
Lengerke y sus competidores. Es decir, en la primera mitad sobresale la
construcción, en la Segunda la destrucción.
En cuando a la técnica narrativa, es una
novela que pudiera haber sido escrita hace cincuenta años. La estructura
decimonónica, el narrador omnisciente e incluso las descripciones de sabor criollista, la hacen una obra más
comparable a La vorágine que a la nueva narrativa. El narrador, que
entra directamente en la narración al final, aún declara sus preferencias por
la novela del siglo pasado:
El maestro Stendhal me dijo: “Señor, una
novela es un espejo que se pasea sobre un gran camino. A veces refleja ante sus
ojos el azul de los cielos, y otras el fango de los pantanos de la senda. Y el
hombre que lleva el espejo en el arzón será acusado por usted de ser inmoral!
Su espejo muestra el fango, y usted acusa al espejo! Acuse más bien al gran
camino donde está el pantano, y más aún, al inspectador de rutas que deja el
agua se corrompa y el fangal se forme” (p.275)
Los filtros a través de los cuales se
desarrolla la narrativa son expertamente manejados: la mayor parte de la narración
es del narrador omnisciente, aunque a menudo percibimos el mundo ficticio a
través de los ojos o los recuerdos de
Lengerke; otras (pocas) veces mediante los habitantes del pueblo. Un monólogo
interior al final de lo narrado por la amante de Lengerke es sumamente
revelador.
El factor principal que transforma esta
anécdota histórica a una novela lograda es la mitificación de una Colombia del
pasado y del protagonista. Se evocan efectos nostálgicos de un modo ideal: el
país vibra entre una tierra salvaje (pero siempre saludable y vital) y un
progreso hacia la modernidad que promete una vida mejor. El proceso en sí de
eliminar la dicotomía entre este mundo salvaje y el otro mundo moderno se
caracteriza como una aventura excitante. Lo mejor de épocas pasadas se funda en
este mundo: Lengerke evoca el pasado medioeval (surge a menudo la imagen de los
castillos medioevales) y el espíritu/romántico que estaba en boga en esta época
en su patria. Colombia está en plena transformación vital entre un feudalismo español
y la realización de los ideales liberales. En cuando al protagonista, se lo
aprecia como personaje mítico por sus hazañas superiores a las de los que lo
rodean; Colombia es un país que el lector añora nostálgicamente en el sentido
de que el “progreso” todavía tiene connotaciones positivas y la construcción de
caminos puede representar un paso hacia la unidad de la nación en vez de la
destrucción de la naturaleza.
La
publicación de una novela como La otra raya del tigre en 1977 resucita
varias reacciones de índole comparada. Se destaca por su tradicionalismo en un
período altamente innovador. La visión del mundo está al otro extremo de la
sátira que hacen los jóvenes (Alvarez Gardeazábal, Collazos, entre otros) del
concepto mismo del progreso y del positivismo decimonónicos. [11] El empleo del
tiempo para los efectos nostálgicos en la novela de Gómez Valderrama es del
todo opuesto a la experiencia del tiempo en un novelista como Andrés Caicedo.
En ¡Que viva la música! la protagonista no sólo vive en un presente
continuo, sino que también rechaza abiertamente la nostalgia. Estas
comparaciones son tal vez reveladoras en cuanto al proceso de la novela
colombiana actual; para apreciar el logro de La otra raya del tigre hay
que compararlo con las novelas de la década de los años veinte que partían de
suposiciones semejantes. La otra raya del tigre se compara
favorablemente con los clásicos de las novelas de esta índole, La vorágine,
Doña Bárbara y Don Segundo Sombra.
En Cachaco, Palomo y Gato, la
primera novela del joven escritor costeño David Sánchez Juliao, se aprecian
técnicas narrativas más alineadas con la nueva narrativa; la estructura
tripartita y las mudanzas del punto de vista exigen la participación del
lector. La novela trata de las maniobras de unos contrabandistas en un pueblo
en la Costa Atlántica. La primera parte, “Cachaco”, enfoca al “cachaco”
(bogotano), Comandante de Puerto, y un narrador omnisciente fuera de la fábula
relata sus relaciones con su familia y con Andrés Palomo, un comerciante con
quien colabora. Una porción considerable de esta parte trata del hijo William
Alfredo, y termina con una carta de la madre al hijo que estudia en los Estados
Unidos. La Segunda parte, “Palomo”, incluye narraciones omniscientes y
secciones de segunda persona, la conciencia de Andrés Palomo. El subtítulo de
la tercera parte, “Gato”, se refiere a José Manuel Bustamante, alias el Gato.
Gato es el capitán de la lancha que emplean para transportar lo productos de
contrabando desde Panamá. Esta parte contra de ocho secciones que casi parodian
la novela del boom: “Yo, Tú, El, Ella, Nosotros, Ustedes, Ellos y Ellas.” La
acción trata de los procesos realizados para fomentar el negocio de
contrabando; la temática es la crisis social y moral que sufre Colombia. El enfoque
de la primera parte es social: observamos los esfuerzos por parte de la familia
arribista del bogotano Fabio Ronderos por integrarse a la alta burguesía
colombiana. De orígenes humildes del lado sur de Bogotá, se encuentran
obligados al negocio ilícito para poder instalarse con tiempo en una casa en el
norte de la capital. Lo moral es el problema central de la Segunda parte. Lo
moral es el problema central de las Segunda parte. Andrés Paolomo considera las
contradicciones morales de sus acciones en las secciones de “tú”, de
autocrítica. Para “Gato” no hay problemas ni sociales ni morales: actúa como
capitán sencillamente para sobrevivir. La combinación de la crítica social, el
tono ligero y las técnicas narrativas que normalmente asociamos con novelas más
amplias, hace de la experiencia de esta novela algo comparable a Pantaleón y
las visitadoras de Vargas Llosa.
El tititritero, la Quinta
novela de Gustavo Alvarez Gardeazábal, es una obra absolutamente clave en la
trayectoria de la novela colombiana de la década. Marca una ruptura con la
narrativa que la precede y es otra manifestación del impulso creador tan
marcado de la década y especialmente de este año. La ruptura es principalmente
de índole formal con respecto a la técnica narrativa, pero la actitud
desmitificadora también contribuye al cambio radical que representa para
Alvarez Gardeazábal y la novela colombiana. [12]
La novela trata de
unos acontecimientos que giran alrededor de la muerte de un estudiante en la
Universidad del Valle, Edgar Mejía Vargas, en 1971. El “presente” temporal es
el 26 de febrero de 1986, el decimoquinto aniversario de su fallecimiento. En
este presente Mejía Vargas desempeña el papel de héroe político. Una gran parte
de la novela narra los hechos relacionados con su muerte y con los personajes
en la universidad: el rector Ollano, una estudiante llamada Vicky y que pierde
la razón a causa de su experiencia universitaria. También figuran las
narraciones de un profesor de la Universidad del Valle que se describe como
creador de la obra que el lector tiene entre las manos. [13]
El titiritero contiene
varias características comparables a las obras anteriores de Alvarez
Gardeazábal y a las de la novela colombiana del año. La “garra” notada desde La
tara del papa se manifiesta con la creación de la expectativa en la
anécdota. Hay una revelación progresiva de los hechos claves y el manejo de los
episodios es hábil. [14] Aunque se rompe rotundamente con el ciclo de Tuluá, la
preocupación con la relatividad de la historia persiste: en Cóndores no
entierran todos los días el novelista provee su versión de lo que fue La
Violencia en Tuluá; en El bazar de los idiotas se crea una nueva versión
de la historia olvidada (e inventada) de Tuluá; El titiritero ofrece
distintas versiones de lo que ocurrió en la Universidad del Valle, y la versión
total está del todo en oposición a la versión “oficial” de la universidad en
1986. La presentación múltiple de los hechos revela al lector la naturaleza
evasiva de la verdad y de las ironías de la historia. [15] Como en las obras
anteriores, toma una actitud crítica ante las instituciones fundamentales del
país, atacando tanto la izquierda como la derecha a nivel político.
La importancia de El
titiritero estriba en su gran novela desafío estructural y su comentario
acerca de la novela, que surge en las secciones del profesor. En la primera de
sus secciones ataca directamente a la nueva narrativa:
Bueno, creo que es justo que me presente.
Quien les ha acomodado esas cuatro visiones, un poco estereotipadas, cuatro
ángulos diferentes de una misma realidad (y ahora acomodará una Quinta) soy yo,
y como no pienso montar un rompecabezas para aparecer como gran innovador de la
novela del siglo XX, ni tampoco pretendo consagrarme como un ilusionista para
que nadie me entienda, es justo, equitativo y saludable (como diría el canon de
la misa que rezábamos en la infancia), que diga quién soy, qué me propongo y
cómo voy a hacer este libro, para que no se vaya usted y forme una trama
policiaca con mi presencia. [16]
El profesor-novelista tiende a hacer
encajar como en un “rompecabezas” todos los aspectos que son básicos a la nueva
narrativa. La definición de “rompecabezas” se aproximaría bastante a los
procedimientos que exigen una participación activa del lector. [17] A mediados
de la novela, sin embargo, el mismo profesor-novelista revela sus propios
intereses autoconscientes por ser innovador:
La novela, y lo digo yo que he estado
veinticinco años enseñando a leer novelas, ya no se puede construir dentro de
los márgenes de las estructuras anglosajonas. Si el género sigue por ahí, se
acaba muy rápido. Necesita nuevas formas, nuevas posibilidades, casi que
una actitud radical para captar al lector, captar la realidad (el subrayado es
mío, p.163).
A pesar de los ataques del profesor
–novelista en contra de la nueva narrativa (y en contra del boom, hasta nombra
a Carmen Barcells), y a pesar de sus propósitos humildes por escribir una
novela que no sea un “rompecabezas”, El titiritero claramente marca una
ruptura en forma de reacción contra la novela colombiana que transforma el
regionalismo (Cien años de soledad, El bazar de los idiotas), al mismo
tiempo que supera las formas estructurales anteriormente usadas. Es bien
posible que haya alcanzado a escribir una obra altamente experimental sin
perder al lector mediano; en este sentido el logro de Alvarez Gardeazábal ha
sido lo que su profesor-novelista propuso. Aunque es precisamente la
desmitificación lo que hace de El titiritero una obra de menos
resonancia universal que obras como Dabeida y El bazar de los idiotas
es la novela clave del año por el hecho de representar la independencia,
vitalidad e innovación de la novela colombiana en la Segunda mitad de la
década.
Nostalgia Boom, la Segunda novela de
José Stevenson, y su primera de la década (después de Los años de la asfixia,
en 1969) está más en la línea de novelistas de generaciones mayores que de
autores como Alvarez Gardeazábal o Andrés Caicedo. Es decir, los efectos
nostálgicos evocados en Nostalgia Boom,
el asunto principal de la novela, son comparables con lo que hemos
observado en Aire de tango o La otra raya del tigre que el “aquí
y ahora” de Caicedo o la destrucción del pasado “oficial” que efectúa Alvarez
Gardeazábal. Es una novela que cuenta la vida aventurera de Simón Argote. En el
presente en que comienza la novela, éste pasa su vejez en un pueblo en la Costa
Atlántica. La figura de Simón Argote es legendaria en el pueblo, principalmente
por ser un hombre cuyas experiencias, en literalmente todo el mundo, sobrepasan
las de todos aquéllos alrededor de él. Lo atractivo de este hombre tanto para
los habitantes como para el narrador (una figura menor dentro de la fábula) son
sus hazañas de figura legendaria tradicional: sus viajes por todo el mundo (con
las obligatorias peleas con otros hombres y conquistas de mujeres) lo hacen un
hombre admirable como son algunas figuras del molde de novelistas como Conrad o
Hemingway. Siendo una novela tan tradicional en su contenido, tal vez es
apropiada la técnica tan poco innovadora: se narra la novela en secuencias
narrativas que alternan entre las del narrador principal y las del protagonista
mismo. Aunque es una novela evidentemente escrita por un novelista maduro, el
empleo repetido de palabras como “legendario” por parte del narrador y
“nostalgia” por el protagonista mismo (que describe sus sentimientos
nostálgicos) no contribuye a la creación de una experiencia de algo legendario
o de nostalgia.
En el año 1977 la novela colombiana sigue
en pleno apogeo; es un año comparable al 75 como uno de los más ricos de la
década.[18] Todas las novelas aquí discutidas son de alta calidad (y con la
posible excepción de Cachaco, Paolomo y Gato) y hasta comparables con lo
mejor de la narrativa hispanoamericana en general. Al mismo tiempo muestra una
gran amplitud técnica que varía desde la muy tradicional La otra raya del
tigre hasta la desafiante El titiritero. Entre los dos extremos
están Juego de damas y Cachaco, Paolomo y Gato, dos novelas que
casi parodian las obras del boom en cuando a su técnica. ¡Qué viva la
música! no debe nada directamente a Macondo ni al boom. La temática de las
novelas del 77 ofrece un foco central y constante, la crisis: en ¡Que viva
la música! es la crisis cultural;
en Cachaco, Palomo y Gato es la crisis moral; en El titiritero es
la crisis institucional. Todo eso parece apoyar la proposición de algunos
críticos de que la novela florece en las sociedades en decadencia y crisis.
[19] Otro denominador bastante común en la novela colombiana en esta coyuntura
es la mujer –una mujer es la protagonista de ¡Que viva la música! y Juego
de damas, y desempeña un papel notable en la novela de Alvarez Gardezábal-.
El próximo año una mujer publicará una novela sobre una dictadora, Los
sueños del poder de Flor Romero de Nohra.
Notas
Pedro Gómez Valderrama, La otra raya del tigre (Bogotá:
Siglo XXI), p.266. (Todas las citas son de esta edición.)
11. Hay que aclarar que aunque ésta es la primera
novela de Gómez Valderrama, nació en 1923, perteneciendo así a la generación
anterior a los jóvenes con que aquí se compara. Eduardo Pachón Padilla lo
coloca en la “Generación de 1940” (nacidos de 1910 a 1925). Ver Pachón Padilla,
El cuento colombiano (Bogotá: Plaza & Janés, 1980). Manuel Mejía Vallejo
nació en el mismo año y García Márquez en 1927. Andrés Caicedo nació en 1951.
12. Ver Seymour Menton “El titiritero: fuera de
órbita o la desmitificación de todas las cosas” en La novela colombiana:
planetas y satélites.
13. Efraím Lezama provee un resumen detallado de la
trama en “Introducción a El titiritero” en Aproximaciones a Gustavo
Alvarez Gardezábal, pp.227-240.
14. Ver Raymond D. Souza, “Gustavo Alvarez
Gardeazábal, El titiritero”, The International Fiction Review, vol. 5, 1
(1978), pp. 78-79.
15. Ver Souza, p. 78.
16. Gustavo Alvarez Gardeazábal, El titiritero
(Bogotá: Plaza & Janés, 1977), p.25 (Todas las citas son de esta edición.)
17. Las ideas de Alvarez Gardeazábal expone en esta
novela referentes a las estructuras innovadoras son paralelas a las que plantea
en sus reseñas. Ver la “confusión” que atribuye a Alberto Duque López (nota No.
4 de este capítulo).
18. Es irónico que precisamente durante un año de
tanta vitalidad y riqueza en la narrativa, hubo una “polémica” en El tiempo sobre
una supuesta “crisis” en la narrativa colombiana. Esta polémica consistió
básicamente en una serie de diatribas en contra de la literatura nacional.
Seymour Menton ha documentado este debate en Planetas y satélites,
p.376.
19. El ejemplo bien conocido de este fenómenos es la
alta calidad de la literatura rusa de la Segunda mitad del siglo XIX, una época
de gran crisis para la vieja aristocracia que dentro de pocos años caería.
CAPITULO X
FLOR ROMERO DE NOHRA: LOS SUENOS DEL PODER (1978)
FLOR ROMERO DE NOHRA nació en la Plaza de Calamoina
(Cundinamarca). Ha ejercido el periodismo y en 1961 fundó la revista Mujer en
Colombia. Su primer novela, 3 Kilates, 8 puntos fue finalista para el
Premio Esso en 1964. Mi capitá Fabián Sicachá la Segunda, fue novela
finalista en el Concurso Internacional Planeta, 1967. Posteriormente ha
publicado Triquitraques del trópico (1972) y Los sueños del poder.
Flor Romero
de Nohra es de los colombianos más leídos en Europa, especialmente en
Francia.[1] Ganadora del Premio Ateneo de Sevilla en España, Los sueños del
poder representa su mejor esfuerzo hasta el momento presente. A primera
vista se trata de otra novela en la cadena de obras sobre dictadores que ha
seguido a la publicación de El otoño del patriarca, El recurso del método, y
Yo, el supremo, a mediados de la década. Hasta cierto punto, como estas
tres novelas, Los sueños del poder tiene sus fuentes o raíces en textos
anteriores. Debe bastante a El otoño del patriarca, pero la temática
también difiere en lo que se refiere a centrar la aproximación sobre la mujer.
Los dos enfoques temáticos son el poder y la mujer. En el presente análisis se
comentarán brevemente esta temática y la técnica tal como funcionan en esta
obra y en comparación con algunos procedimientos semejantes en El otoño del
patriarca. A continuación se considerarán brevemente las otras novelas del
año: El barrio de las flores de Laureano Alba, Hojas en el patio
de Darío Ruiz Gómez, El jardín de las Hartmann de Jorge Eliécer Prado, Los
funerales de América de Fernando Soto Aparicio y El álbum secreto del Sagrado
Corazón de Rodrigo Parra Sandoval.
Los
sueños del poder consta de unos treinta y ocho segmentos narrativos que
giran alrededor de la vida de una dictadora latinoamericana (Guadalupe o
“Lupita”). Se entiende que el país es Colombia, aunque, como en todas las
novelas recientes de ese subgénero, nunca se lo nombra. No se encuentra ningún
desarrollo cronológico de una trama; cada uno de los segmentos funciona como
una anécdota en sí mismo y el libro total encuentra su unidad en la presencia
constante de la protagonista. Tanto esta estructura como el estilo enfatizan la
elaboración artística manifestada en esta novela. La gran cantidad de segmentos
narrativos sin relación directa con la obra total provee la posibilidad de la
elaboración del asunto específico de cada segmento. En cuanto al estilo, hay
una tendencia hacia la elaboración enumerativa y detallada en las
descripciones. De ese modo Flor Romero crea un mundo ficticio abundante en el
sentido más amplio de la palabra. Puede elaborar detallada y extensamente, por
ejemplo, las flores del país tropical:
Las flores más extrañas y más bellas, los helechos
gigantes, como palmeras, los helechos de encaje verde terno, hojas espada de
rojos violentos, hojas de corazón tornasolados que se confundían con las flores
de tonos encendidos, anturios, lacres, arrugados y brillantes, anturios rosa,
gigantescos, anturios rojo-sangre, casi negros, de una rara belleza, anturios
blancos como los cartuchos ingenuos que crecen a la orilla de las quebradas, y
los diablitos o aves del paraíso en amarillo y rojo, lila y dorado. [2]
Después de estas líneas la autora sigue tejiendo su
mundo tropical con unas veinte líneas más de descripción. El propósito no es
desarrollar fábula, sino valerse se lo estático de la narración para extenderse
en ello elaboradamente. Esta novela tiende a funcionar de este modo: en vez de
exclusivamente desarrollar una trama lineal se crean espacios que abundan en
descripciones detalladas.
El énfasis en la textura en vez del movimiento nos
lleva a la pregunta de cómo es el mundo ficticio de Nohra. Tal vez no sea una
mera casualidad que este mundo ejerza tanto atractivo sobre los lectores
extranjeros entre los cuales tiene bastante popularidad, probablemente más que
en Colombia misma. Flor Romero crea un trópico fértil e ideal; recrea una época
pasada en los países industriales de Occidente; observamos ese mundo
nostálgicamente. En fin, es la creación y la recreación de un mito –una
realidad superior a nuestra realidad cotidiana-[3] El primer aspecto de este
mundo ideal, del trópico, es evidente en la elaboración ya citada de las
flores. También enumera las frutas y los animales tropicales del mismo modo:
“No se explicaba por qué, pero sentía placer escogiendo las yucas, los
plátanos, las carnes rojas, las lechugas, las guanábanas, las curubas, los
nísperos, los mangos, las piñas, las guayabas pinotas, como a ella le gustaban,
y sobre todo combinando las preferencias de su marido con las suyas” (p.151).
Las descripciones tan extensas de los aspectos netamente tropicales del país
hacen del lugar algo más cercano a una caricatura de una nación
hispanoamericana que a una descripción mimética. Esta caricatura inventiva y
amena corresponde en varios sentidos al estereotipo extranjero de
América Latina. La autora se vale humorísticamente del estereotipo de América
Latina como el paraíso lento de las siestas con una anécdota de un extranjero
que viene para estudiar esta “tradición”:
Durante la época de la convalecencia, pasaba las horas
hablando una mescolanza de ingles y español con un gringo amigo de su marido,
recién llegado a Ningunaparte con el propósito de organizar una tesis sobre la
siesta. Habló con los sociólogos, los sicólogos, con los climatólogos, con los
especialistas en enfermedades tropicales y después de trasnocharse tomando
apuntes y escribiendo cuartillas, terminó durmiendo unas siestas fenomenales
que abarcaban desde el momento exacto en que se tomaba el último sorbo de café
en la mesa, hasta las cinco de la tarde cuando: ¿ya para qué me levanto si dentro
de una hora comienza a oscurecer y me tengo que volver a acostar? Será mejor
seguir disfrutando de estas formidables siestas ninguenses. (p.92).
Mientras el
espacio es tropical, el lenguaje de la dictadora suele ser irónicamente rural.
Es irónico porque goza de todos los lujos modernos y privilegios como
presidenta. Pero a pesar de esa sofisticación, se expresa en términos rurales:
es capaz de pedir arepas para comer (p.88). Aun la narradora emplea término
rurales cuando dice, por ejemplo, que algo ocurre “en menos de lo que canta un
gallo” (p.114). Este empleo burlesco en términos rurales corresponde al empleo
general de los estereotipos y clichés de la visión extranjera de América
Latina. Y digo “clichés” porque el poder político y económico en América
Latina, desde luego, siempre ha sido ejercido por una minoría elitista y
sumamente cosmopolita.
La calidad
de este mundo ficticio también está determinada por su naturaleza
fundamentalmente anacrónica. Es un mundo medioeval que el extranjero puede observar
con nostalgia. Proliferan la superstición, las pestes, los presagios (que
siempre se cumplen) y la magia. A diferencia de nuestro mundo contemporáneo, en
éste se explican los fenómenos racionalmente. En el mundo antiguo donde reina
la presidenta, no obstante, no es preciso comprender los eventos en términos
racionales porque la mentalidad medioeval no sólo predomina, sino funciona: los
presagios se cumplen, las supersticiones de veras son manifestaciones legítimas
del universo, y la magia, como en García Márquez, es parte del fluir “normal”
de las cosas. En fin, a diferencia de un mundo moderno en que el hombre queda
frustrado y a veces aterrorizado en sus esfuerzos inútiles por captar la
realidad con la razón, el mundo de Flor Romero de Nohra es uno que hay un orden
perfecto, donde todo ocurre tal como ha sido predeterminado. No es una
imitación mimética de la Epoca Medioeval, sino una idealización de ese mundo.
Para el extranjero es una especie de combinación de un mundo tropical (del buen
salvaje) y un mundo mítico (que observamos con nostalgia). Aunque se logra la
creación de este mundo, a veces la autora es demasiado obvia en sus intenciones
por inventar algo distinto al mundo que conocemos; así lo ilustran la presencia
de “Islas Míticas” y aun el nombramiento del país como “Ningunaparte”
(afirmando muy evidentemente cierta ubicuidad y, por consiguiente,
universalidad). Tanto la calidad tropical como medioeval de la novela son
aspectos que puede apreciar el lector colombiano; el éxito principalmente extranjero
de la obra de Flor Romero de Nohra, sin embargo, probablemente tenga que ver
con el lector ficticio que crea.
La obra también crea efectos plenamente satíricos que
enfocan las instituciones, o a veces cuasuinstituciones nacionales. La posición
básica de la narradora fuera de la historia es distanciada, y desde esa
posición mantiene una actitud burlesca ante los procesos naciones. Así las
instituciones del gobierno responden a los meros caprichos de la dictadora, lo
cual crea situaciones como la de un ministro de Economía de una edad de
veinticuatro años. Y en el Concejo había “una ex-reina de belleza (que) había
logrado a punta de sonrisas y de mirar profundo que la pusieran en las listas,
con tan mala suerte que el cargo de consejera del pueblo no le trajo sino
lágrimas…” (p.69). Pero siendo una novela por una mujer sobre una mujer, es
lógico que una de las instituciones que más se satiriza sea el machismo.
Describe al enemigo político de la dictadora del siguiente modo:
Los ingeniosos criollos llegaron a alcanzar fama
internacional, con los chistes agudos y sutiles, sobre la estatura de Napo, su
soberbia infinita, su ambición de poder, su terquedad obstinada, pero sobre
todo por sus escarceos amorosos con cuanta mujer joven fuera a presentarle un saludo
a nombre de su comunidad, a título de reina, o de virreina o de princesa, de
promotora, de maestra, o de asistente… (p.131)
Se evidencia varios puntos de contacto (no
necesariamente “influencias”) entre esta novela y la versión de García Márquez
sobre la naturaleza de los dictadores y del poder. Se valen de procedimientos
semejantes en la caracterización de los dictadores a base de una dicotomía que
crea efectos humorísticos. En El otoño del patriarca la dicotomía
estriba en el contraste entre la imagen pública del general (figura de Dios) y
la vida privada que ve sólo el lector (figura pueril). [4] La diferencia
exagerada entre esas dos facetas del dictador, explotadas con cambios paralelos
en el punto de vista (desde un narrador fuera de la historia hasta narraciones
del general mismo) es una fuente básica del humor en la novela de García
Márquez. En Los sueños del poder la dicotomía se basa en el contraste
entre la imagen pública de la dictadura (otra figura de Dios) y su vida privada
(figura sumamente ordinaria, hasta vulgar a veces). Desde las primeras páginas
de la obra se inicia su caracterización como figura de Dios. En la primera
escena se efectúa el nexo entre ella y la Iglesia cuando ella habla a la
“muchedumbre” desde el púlpito de una Iglesia. A veces su nombre, Guadalupe, se
muda irónicamente a “Virgenlupe” en boca de los personajes. Uno de los
personajes le suplica: “Pésame, Lupe, virgencita, por haberte ofendido, por
haber amado tanto a destiempo, por seguir amando lo que no merece ser amado,
por estar todavía enamorado de las ilusiones” (135). Pero la misma mujer (de
acuerdo con la naturaleza tropical y rural de la novela)se comporta en ciertos
momentos de manera muy ordinaria. Como sucedía en el caso del general de García
Márquez y como buena dictadora del trópico, en su casa abundan los animales.
Además de eso, el lector observa a una presidenta que se promete dejar de fumar
“para no marchitarme con el humo” y que sufre los excesos machistas de su
esposo faldero como cualquier mujer latinoamericana.
El asunto
del poder –cómo es, cómo se consigue y cómo se maneja- es algo central en esta
novela y también es interesante la comparación con las otras novelas de la
década que versan sobre ello. El otoño del patriarca y Cóndores no se
entierran todos los días.[5] En las tres novelas es evidente que la
temática misma del poder es algo, ante todo, muy literario –es una abstracción
indefinible, intangible, y alrededor de esa abstracción tres novelistas tejen
su obra elaboradamente-. (La experiencia de leer una novela como El otoño
del patriarca en que el lector nunca se percata por cierto de lo que es
“real” y lo que no es “real” es la expresión por excelencia de esa
abstracción.) El cómo se consigue el poder es un asunto básico que tratan cada
uno de los tres escritores en modos interesantes. En El otoño del patriarca
el general sencillamente recibe este poder de niño; aquí el novelista se burla
del dictador al establecer un desequilibrio tan exagerado entre el poder del
niño y su capacidad para ejecutarlo. En este caso el poder no es algo que se
consigue, sino que se recibe. Al final el general no se apropia del poder, sino
que él es el apropiado por esta entidad. En Cóndores no entierran todos los
días León María actúa, al principio –antes de saborear el poder- de un modo
bastante inconsciente. Después de enfrentarse valientemente a la “chusma”
liberal el 9 de abril, su “leyenda” principal a crecer a causa de los efectos
de sus acciones y lo que es quizá más importante que las acciones mismas, por lo
que dicen los habitantes de Tuluá. León María mismo queda algo extrañado al
principio cuando se da cuenta de las muchas historias que ya se difunden acerca
de él, y del respecto que le tienen en Tuluá, y sólo entonces el humilde
vendedor de quesos comienza a aprovecharse de esos hilos de poder y a
extenderlos. En esta novela el poder no es algo que no se recibe gratuitamente,
sino una cosa que se gana paulatinamente, aunque sea por casualidad. La versión
de Flor Romero tiene algo de cada una
de esas novelas. Al principio de la novela se sugiere que la protagonista no
sabe, o por lo menos no entiende, cómo cayó en sus manos originalmente el
control del país. Más adelante en la novela hay una anécdota que explica las
fuentes originales de su candidatura como presidenta –fue simplemente una idea
que se le ocurrió caprichosamente-. Dos generalizaciones acerca del poder que
se aplican a los tres autores son las siguientes: (1) no existe una relación
equitativa entre el poder que ejercen los dictadores y sus capacidades
intrínsecas; (2) ejercen el poder sobre sus respectivas sociedades más por el
hecho de tener posiciones altas a priori en la sociedad que por su utilidad en
dicha sociedad; la facilidad con que mantienen esa posición y atraen el apoyo
de sus inferiores parece ser un fenómenos de sociedades estrictamente
jerárquicas.
Las tres
novelas, además de contar las atrocidades y los engaños de los respectivos
dictadores, son estudios sobre el mantenimiento del poder. Un lector fácilmente
podría concluir que el poder no es importante para esos tres jefes máximos; el
general es cada vez más víctima que manipulador de su poder; León María
sobrepasa sus intentos originales y sí es víctima porque es asesinado a causa
de este poder; para la dictadura parece ser una cosa demasiado frívola para
tomarla muy en serio. Los tres jefes, no obstante, luchan encarnizadamente para
mantenerlo, lo cual sugiere que al fin y al cabo el poder de los dictadores,
generales, líderes, caciques y jefes latinoamericanos tiene sus raíces en las
personalidades mismas de estos caudillos.[6] Ese “algo” intangible que
caracteriza el poder de los tres aquí tratados es más un fenómeno de la
sicología particular de un individuo que una expresión cultural de América
Latina.
El barrio de
las flores, la primera novela del joven poeta Laureano Alba,
también versa sobre el poder, pero es de alcance más bien local. Trata de la
subida al poder de un líder sindical, Santos Preciado, y se supone que se hasta
cierto punto en la vida de José Raquel Mercado, jefe sindical asesinado unos
dos años antes de la publicación de esta obra. [7] La solapa indica que este
personaje –sea un Santos Preciado o un José Raquel Mercado- puede ser
“cualquiera de los arribistas que carcomen en este momento la dignidad del hombre”.
A diferencia de la manera casi caprichosa en que los dictadores de las novelas
comentadas se encontraron de repente con el poder, en esta novela el programa
del todo consciente del protagonista por apropiarse del poder lo califica de
arribista incurable. Es notable que en 1978 un joven escritor colombiano pueda
publicar una novela que técnicamente deriva claramente de la obra de Alvarez
Gardeazábal y El otoño del patriarca. Lejos de ser un caso de
“influencias” o mera imitación, Laureano Alba ha asimilado estrategias
sumamente eficaces para caracterizar a su personaje central. Emplea la
estructura circular que gira alrededor de la muerte. Ciertos rasgos
estilísticos son idénticos a los de Alvarez Gardeazábal en las novelas
anteriores a El titiritero: el uso del momento exacto (un estilo
periodístico) para indicar hechos claves (“Fue entonces cuando…”); el empleo
constante de “tal vez”; la repetición de las palabras iniciales en una serie
continua de frases (ver el comienzo de cada frase con “Ya se había…” en la
página 37).[8] Se maneja el punto de vista según un sistema comparable al de El
otoño del patriarca, aunque no está tan nítidamente delineado. Surgen voces
anónimas del barrio de las operaciones del líder, el Barrio de las Flores,
igual que las voces en la novela de García Márquez.[9] Al principio de la
novela esas voces aparecen en negrilla, pero desde mediados de la novela no hay
distinción entre esas voces y las del narrador omnisciente, una inconsistencia
tal vez típica de los problemas técnicos de primeras novelas.
Hojas en
el patio, la primera novela de Darío Ruiz Gómez, es un homenaje nostálgico
a Antioquia en el mismo sentido que Aire de tango lo es para el Barrio
Guayaquil. Fuera del énfasis en el pasado es una obra bastante distinta de la
de Mejía Vallejo e incluso de la gran mayoría de las novelas de la década. Es
una creación de texturas que fabrica ante todo atmósferas. En vez de
caracterización o acción, Ruiz Gómez crea la textura del ambiente antioqueño y
recrea una atmósfera en transición entre un pasado anhelado y una modernidad
sin valores auténticos. Se comunica la textura del ambiente a través de
descripciones largas y detalladas, con una carga constante de imágenes que
evocan una Antioquia pasada. La preocupación por la naturaleza y calidad de ese
“mundo” recuerda algo la obra de Héctor Sánchez, pero Darío Ruiz expresa su
sentido de un mundo moribundo al llenarlo de objetos, cosas y a veces imágenes
abstractas, en vez de emplear los personajes como portavoces a la manera de Sánchez.
Mientras el mundo que se evoca nostálgicamente está en plena decadencia, los
elementos de la modernidad –las autopistas, el cine, la nueva música-
representan un progreso poco positivo y apenas soportable. Mientras esta
temática es comparable a la de numerosas novelas de la década, técnicamente es
bastante experimental. El empleo de la puntuación y las mayúsculas se acerca
más a la poesía de vanguardia que a la prosa de ficción. Destruye, por ejemplo,
todo concepto tradicional del párrafo con trozos narrativos de extensiones
variadas y formas distintas en el texto. Hojas en el patio es una
experiencia tan distinta de lo encontrado en las corrientes principales de la
novela colombiana, y tan experimental en su técnica, que probablemente la
crítica necesitará tiempo para enjuiciarla apropiadamente. [10]
Con El
jardín de las Hartmann, la primera novela de Jorge Eliécer Pardo, el joven
tolimense ha publicado a los veintinueve años una obra de una precocidad
comparable, si no superior, a la vida en las primeras novelas de Fanny Buitrago
y Alvarez Gardeazábal. Eliécer Pardo también se enfila con Albalucía y Alvarez
Gardeazábal por haber creado una de las versiones más pulidas de la época de La
Violencia de la década. Es una novela escueta y breve (unas 155 páginas) que
consta de quince capítulos que narran concomitantemente la relación amorosa
entre Gloria Hartmann y Ramón Rodríguez y los conflictos de La Violencia
durante los años cincuenta en que participa el mismo amante de Hartmann. Pero
hay que tener en cuenta que el conflicto es bastante más abstracto que en las
novelas de Alvarez Gardeazábal o Angel; no se denominan los partidos ni se dan
nombres históricopolíticos. Al contrario, el conflicto entre las fuerzas
institucionales y los guerrilleros es un fenómeno ante todo humano. Otro factor
que universaliza el conflicto es el paralelo entre La Violencia y la
resistencia antinazi en Alemania. Se trata, entonces, de dos generaciones de
Hartmann que resisten y aman romántica y heroicamente.[11] Como ha señalado muy
acertadamente el crítico Seymour Menton, la novela se funda en un sistema
dualista. [12] La temática del amor y la muerte es la expresión más obvia del
sistema. La presencia de las flores de las Hartmann y el ambiente bucólico de
su casa, en contraste con el terror que circunda este mismo edificio, es un
nivel más sutil, eficaz y atinadamente manejado de esta dualidad. Aunque no es
una obra conscientemente innovadora en su técnica, los detalles evocadores y la
estructura precisa la hacen una novela bien sofisticada en términos técnicos.
En Los
funerales de América Fernando Soto Aparicio supera los parámetros
neonaturalistas de este autor ya notados desde principios de la década. Versa
sobre el secuestro del hijo de un coronel del ejército por parte de unos
guerrilleros. Más allá del movimiento continuo de la trama, la obra presenta
una radiografía del país: muestra por un lado a los guerrilleros y por otro a
los representantes de las instituciones –incluso la familia del secuestrado-.
Esta visión es amplia e incluye la presentación del secuestro mismo desde
varios ángulos –desde el del secuestrado y su familia hasta el de los
guerrilleros y el general del ejército-.[13] Al final Soto Aparicio ofrece un
desenlace con un mensaje revolucionario: el hijo secuestrado, ya librado, toma
la decisión de enfilarse en la guerrilla. A pesar de esta solución
revolucionaria (declarada abiertamente en la solapa y en la introducción), es
una obra del todo tradicional en su técnica. Los diálogos extensos sobre
asuntos de índole ideológica recuerdan a veces los excesos de novelistas como
Perozzo.
El álbum secreto del Sagrado Corazón, la
primera novela de Rodrigo Parra Sandoval, es la única novela abierta del año.
La estructura fragmentada y el impulso creador la hacen una novela más
comparable con las del 77 (Duque López, Alvarez Gardeazábal) que con las ya
comentadas este año. Es un collage de textos –libros, periódicos,
cartas, documentos, voces, etcétera-. Que relatan la vida de un seminarista que
bien puede ser dos personas –Teófilo Falla y Arnovio Filigrana-. Esta
ambigüedad alrededor del personaje es representativa de la tarea que Parra
Sandoval exige al lector. [14] El logro principal de la novela es haber
comunicado la problemática central –las limitaciones- tanto a nivel temático
como técnico. Es decir, la obra versa sobre las limitaciones que una
institución represiva puede ejercer sobre un individuo. Al mismo tiempo el
novelista se enfrenta directamente a las limitaciones de los géneros
literarios. Además de poner en tela de juicio las suposiciones de la novela
tradicional, dirige sus juicios subersivos contra todo concepto de la novela.
El crítico Jaquez Gilard describe el proceso del siguiente modo: “No es una
novela, sino un asalto a la novela o una reflexión en torno a la novela, sus
posibilidades y sus limitaciones.” [15] Gilard nota también que Parra Sandoval
denuncia “la imagen oficial de Colombia”. El proceso es básicamente uno de
desmitificación, en la línea de lo observado en El titiritero el año
anterior.
Aunque la
calidad general de las novelas del año 1978 tal vez no sea tan marcadamente
deslumbrante como la del año anterior, varios factores apuntan a la vitalidad
continuada de la novela en la Segunda mitad de la década: Flor Romero de Nohra
y Fernando Soto Aparicio producen sus mejores novelas de la década; Parra
Sandoval publica su primera novela dentro de la línea poco explotada en
Colombia de novelas abiertas (Duque López, Angel); Jorge Eliécer Pardo crea una
novela sorprendentemente refinada y casi inexplicablemente atractiva (lo
intangible se relaciona con las evocaciones poéticas y la universalidad
alcanzada por medio de las dualidades). Al mismo tiempo Darío Ruiz, ya
reconocido como cuentista primoroso en Colombia, publica su primera novela, una
creación desafiadamente experimental. El año entrante aparecerá otra novela
desafiante, escrita también por un autor reconocido como cuentista, Años de
fuga de Plinio Apuleyo Mendoza.
NOTAS
CAPITILO XI
PLINIO APULEYO MENDOZA: ANOS DE FUGA (1979)
PLINIO APULEYA MENDOZA nació en Tunja (Boyacá) en
1932. Ha ejercido el periodismo y ha ocupado varios cargos diplomáticos. En
1946 publicó un volumen de ensayos, Primeras palabras. Ha publicado un
libro de cuentos, El desertor (1974). Con Años de fuga obtuvo el
Premio Literario Plaza & Janés en 1979. Actualmente vive en París.
Años de fuga se destaca no sólo
por su novedad, sino por hacer sido premiada en el fuertemente competido Premio
de Novela Plaza & Janés (1979). Versa sobre un colombiano en París cuya
aventura europea cataliza una indagación personal, nacional y hasta de alcance
universal. A diferencia de un gran parte de novela de esta índole
–sobrecargadas de los clisés y los lugares comunes de la vida parisiense- la
obra de Mendoza pone en tela de juicio precisamente esos nuevos valores del
Occidente moderno. En el presente estudio se discutirán los aciertos técnicos y
el contenido desafiante de esta obra. A continuación se comentarán las otras
novelas del año, Los pañamanes de Fanny Buitrago, Falleba de
Fernando Cruz Kronfly, Cuando pase el ánima sola de Mario Escobar
Velásquez. El magnicidio de Germán Espinosa, La casa infinita de
Augusto Pinilla, A ritmo de hombre de Benhur Sánchez Suárez. El
tejemaneje de Héctor Sánchez, La jaula de las mariposas de Humberto
Wilches Vera y Las muertas ajenas de Manuel Mejía Vallejo.
El asunto de
Años de fuga es el siguiente: el protagonista, Ernesto Melo, llega a
París durante una época que identificamos como el “presente” (es la década de
los setenta). Allí experimenta una serie de relaciones personajes y un estilo
de vida en que abundan la droga y la libertad sexual. Su presencia en París, a
su vez, sirve como punto de partida de una serie de recuerdos o flashbacks
que tratan, principalmente, de su relación con su examante, María. Por otra
parte, los capítulos llamados “intercapítulos” dan una visión del pasado del
protagonistas en Colombia, es decir, de su juventud en Boyacá y luego de su
adolescencia en Bogotá durante los años cuarenta.
La estructura
consta de tres capítulos identificados como tales con números romanos, tres
capítulos sin números (los “intercapítulos”) y divisiones dentro de los
capítulos numerados con números arábigos. Así, el primer capítulo lleva ocho
secciones numeradas, el segundo tiene cuatro e igual el tercero. El dinamismo
de la novela proviene de los cambios constantes entre los tres niveles
temporales: el presente, el pasado reciente y el pasado lejano. El lector
experimenta, entonces, la circunstancia del protagonista de una manera
progresivamente más compleja. El primer capítulo vacila entre el presente del
París de los setenta y el pasado reciente de la estadía anterior en Europa. El
primer intercapítulo (pp. 125-133) ofrece la primera expansión de la visión del
protagonista al narrar ciertos acontecimientos de su adolescencia temprana –los
principios de los años cuarenta, en Boyacá, es la época de la Segunda Guerra
Mundial de la que él tiene noticia a través de sus parientes-. Los dos
intercapítulos que siguen (después de los capítulos dos y tres,
respectivamente) narran los acontecimientos típicos del rite de passage
latinoamericano: en el segundo (pp.183-201) visita por primera vez un
prostíbulo; en el tercero (pp.269-278) es seducido por una mujer casada.
El cuarto
intercapítulo (pp. 331-351) figura, sin lugar a dudas, como la sección clave en
la estructura total de la novela. Tenemos el capítulo del asesinato de Gaitán.
No es sólo el nivel político, sin embargo, lo que destaca el capítulo y lo que
hace tan imprescindible en la obra total. Funciona como el eje que revela los
primeros cambios en Ernesto que determinarán su vida futura –todo lo que el
lector ya ha experimentado anteriormente a la lectura de este intercapítulo a
fines de la novela-. En primer lugar, aquí Ernesto el adolescente muestra su
primera conciencia de una ciudad lejana llamada París: “Mundo remoto donde
gentes se encuentran, se aman, se dejan” (p.332). Al mismo tiempo que vemos esa
primera imagen de París, se nota que el joven protagonista necesita y exige un
cambio radical en la rutina colombiana tradicional. Cuando su amigo Camila le
habla de las posibilidades dentro del contexto puramente colombiano. Ernesto
comenta: “Pero yo, caramba, Camilo, me gustaría otra cosa. Viajar, escribir,
conocer otras gentes. Bueno, algo distinto de emborracharme todos los sábados
en el Café Caldas como Vidales”. [1]
Ernesto
decide, entonces, irse para París unas horas después de la muerte de Gaitán, un
acontecimiento espectacular que parece marcar el fin de una época: la
alternativa liberal se pierde en Colombia por más de una década y al mismo
tiempo el protagonista escoge una alternativa nueva al hacer las maletas e
irse. Hay que notar que esos eventos revelados que explican –aunque vagamente-
los motivos del joven al huir de su patria, aparecen al final de la obra a
pesar del hecho de que según un orden cronológico estricto figuran como muy
temprano en su vida. De ese modo Mendoza logra crear la expectativa, y ciertas
dudas, acerca del protagonistas ante de las revelaciones finales.
Otra
estrategia que emplea Mendoza al concebir esta estructura tridimensional tiene
que ver con el punto de vista. Aunque el empleo tanto de la tercera como de la
primera persona no indica en sí ninguna gran novedad dentro del contexto de la
narrativa contemporánea, su manejo sutil del punto de visa controla el modo en
que percibimos la conciencia y la personalidad de Ernesto. Con el empleo de la
tercera persona hay dos variaciones básicos. Las secciones dedicadas al
presente se narran en tercera persona y tienden a enfocar los personajes de un
modo exterior: los vemos actuar, los vemos dialogar, pero hay una distancia
implícita en las narraciones del “presente” que no suele permitir el análisis
sicológico del personaje. Es bastante especulativo. Las narraciones que cuentan
el pasado reciente, en cambio, brotan de la memoria del colombiano vagabundo;
el indicio técnico que generalmente nos lleva a ese pasado es el verbo
recordar: “De lo que siguió después de su llegada a París recuerda poco,
salvo que el invierno fue duro, que había nieve, sí, cuánta nieve, nieve
entrevista por la ventana…” (el subrayado es mío, p.24). Esas secciones narran
cierto viaje sentimental del personaje –su aventura amorosa con María- y
tienden a narrar la faceta interior y sicológica como complemento a las partes
más bien conductistas de las secciones del presente. La penetración total de la
sicología del personaje ocurre en los intercapítulos porque se narran del punto
de vista del yo-narrador que a veces incluso emplea una especia de
desdoblamiento de sí mismo, hablándose como si estuviera ante un espejo,
dirigiéndose a un “tú”.
El empleo de
ese “tú” en los intercapítulos nos lleva directamente a la problemática de la
novela. Al terminar el último de los intercapítulos ese “tú” concluye: “Estás
completamente perdido” (p.351). Esa sensación de caos total, de un medio
ambiente sin solidez, durante el intercapítulo del asesinato de Gaitán, aparece
como una constante a todo nivel temporal y de conciencia. El protagonista sufre
su perdición igualmente en la primera aventura europea, aunque su búsqueda de
algo sólido en el universo se logra hasta cierto punto en la relación María.
Tal es el caso del segundo viaje cuando se siente siempre ajeno a un estilo de
vida para él alienado durante los años setenta. Aun notamos que el desarrollo
del personaje es circular en ese sentido: sale de Bogotá en el último
intercapítulo en esa condición de perdición total y termina tres décadas más
tarde, después de tantas experiencias, básicamente en la misma circunstancia,
como indica el narrador en la última línea de la novela: “Ernesto se alejó, sin
saber qué rumbo tomar.”
Mendoza ha
logrado crear una estructura que también es apropiada para la temática
generacional. Es decir, los tres niveles estructurales revelan ampliamente la
problemática de las generaciones que estudia el autor. Provee una visión
panorámica y a su vez inmediata de las generaciones noveladas. Las diferencias
generacionales se destacan desde el principio de la novela. Después de la
escena de la fiesta en el presente, la primera descripción de las impresiones
de Ernesto subraya los cambios entre el París del joven protagonista y la
capital francesa del presente:
Había
vuelto. No tenía ya veinte años como entonces, sino treinta y siete, todo era
distinto, pero estaba contento de encontrarse en París; contento de que el
París recordado durante tantos años como un sueño brumoso de juventud estuviese
de nuevo allí, real y malva y azul en el crepúsculo… Otra generación había surgido
entre tanto… (p.14).
Ese
resurgimiento de otra generación implica también cambios de índole ideológica;
lo que era necesariamente una fe en la revolución por parte de la generación de
Ernesto aparentemente se ha desvanecido. El narrador explica las observaciones
de Ernesto al respecto:
…que Camilo,
la revolución y todas aquellas cosas había muerto, y que volver a París era una
manera como cualquier otra de hacer borrón y cuenta nueva, de darse otra
oportunidad antes de que fuera demasiado tarde. (p.17).
Mientras él
(Ernesto) ha tenido a mantener cierta actitud pura ante esos valores del pasado
–la esperanza de cambios radicales a nivel político y social- los otros
miembros de su generación han tendido a ser asimilados por la sociedad
burguesa, perdiendo mientras tanto esos ideales. Así piensa Ernesto cuando
recuerda a esos amigos de su generación:
Estaban
perdidos, volatizados, reducidos a migas por la gran ciudad: al parecer con
hijos, prudentemente protegidos por la seguridad social, viviendo en los
suburbios, en la inmensa banilieue parisina de viviendas multifamiliares
y de tristes trenes (p.17).
Mientras más
se adentra en la novela, el lector va destejiendo más las diferencias entre las
dos generaciones. Por una parte, la de Ernesto se ve cómo alienada por los
acontecimientos nacionales que partían del asesinato de Gaitán; por otra, era
una generación que buscaba soluciones profundas y permanentes a través del
enfrentamiento. Así la salida de Ernesto a Europa no debe interpretarse como
una huida, sino como una búsqueda de autenticidad y de enfrentamiento. En
efecto, toda la vida de Ernesto resulta ser una búsqueda en que se niega a
aceptar las soluciones fáciles, como la vida en los suburbios de sus amigos
parisienses. Su relación con María también debe leerse como una búsqueda, y tal
vez el hallazgo, de algo auténtico dentro de un mundo carente de valores
legítimos. En términos de la estructura de la novela, toda esa búsqueda se
encuentra en la parte del “pasado lejano” de Ernesto en Europa. Al examinar la
joven generación que Ernesto encuentra en París notamos que sus intereses,
preocupaciones y pasatiempo son todos bien distintos. En primer lugar, las
preocupaciones ideológicas de la generación de Ernesto han sido completamente
olvidadas. En el mundillo parisiense de los setenta la revolución es lo de
menos. Cuando Ernesto cuenta de su amistad con Camilo Torres, y relata lo que
ocurre con una amiga del guerillero, una joven en la fiesta comenta,
irónicamente, para terminar el capítulo: “Fíjense qué historia se está
perdiendo la Metro Goldwyn Mayer” (p.55). En síntesis, todas las
características que diferencian a las dos generaciones pueden resumirse del
siguiente modo: es un contraste constante entre “sustancia” (la generación de
Ernesto) y “moda” (la generación de los setenta). En cuanto a la sustancia, la
búsqueda por parte de Ernesto encarnaba algo de fondo, de cierta profundidad,
tanto a nivel personal como a nivel político. Fue la búsqueda de algo
auténtico. La preocupación con la moda, con lo exterior, de la generación
siguiente recalca la apariencia, no el contenido de fondo. En vez de
trascendencia intelectual, tenemos el escape; en lugar de las relaciones
sexuales auténticas tenemos las variaciones de moda –el homosexualismo y el
bisexualismo como show-. De hecho, la preocupación con el sexo y la
droga se destaca en las secciones del “presente” en la novela. Sin intentar
juzgar lo moral o inmoral de tales actos sociales y físicos, es evidente que
carecen de contenido profundo: en fin, la moda en vez de la sustancia. Es la
culminación del individualismo extremo (doing-your-own-thing) de los
años sesenta.
Del mismo
modo que se puede leer como un asunto fundamental de Años de fuga el
problema de “sustancia” y “moda”, la novela ofrece otra serie de conceptos en
oposición constante. Ernesto, dentro de toda tradición occidental de los que
sufren un angst , también encarna otro par de oposiciones clásicas de la
tradición occidental, el de “hacer” y “pensar”. Es un problema de la generación
de Ernesto. En cuanto a sus ideales revolucionarios, por ejemplo, todos los que
de su generación sufren de su incapacidad para poner en práctica las ideas
políticas que proponías. Por un lado, tenemos los amigos absorbidos por la
burguesía, y por otro, los Ernesto que se han mantenido más fieles a ciertos
ideales, pero sin capacidad para actuar. Ernesto es un hombre perdido, como
explica varias veces el narrador. Mientras el problema de actuar ha sido un
problema clásico en la tradición occidental, para Ernesto es tal vez aun más
grave porque no funciona como intelectual. El único proyecto que pudiera
haberlo salvado, la escritura de la biografía sobre Camilo Torres, resulta ser
un fracaso. Ese fracaso tiene que ver con lo intelectual y también con la nueva
conciencia generacional por parte de Ernesto: él mismo ha cambiado de idea
sobre el Camilo Torres romántico que recuerda de la juventud:
Había
descubierto que era incapaz de escribir aquella biografía de Camilo Torres que
tantas veces se había propuesto. No tenía un pelo de biógrafo. Además
difícilmente reconocía en aquel mito románico del cura guerrillero a su viejo
amigo del liceo, al muchacho que veinte años atrás se había metido de cura, y
aun el profesor universitario que olvidándose de sus inútiles apostolados de
barrio había sido lanzado sorpresivamente a las plazas públicas, (p.100).
Es decir,
tanto su propio desarrollo intelectual como sus cambios de visión ante su
pasado han sido paradójicamente, estorbos a algún tipo de logro intelectual.
Para Ernesto, como en el caso de todos los de su generación, todo queda en el
nivel nuboso del pensar. La contradicción más notable en la novela en ese
sentido es Valdivieso, el que según habla y piensa simpatiza con los ideales
revolucionarios del grupo, pero que resulta ser de la CIA.
Temáticamente,
sin embargo, lo fundamental de la novela no se encuentra en lo generacional, ni
en las oposiciones implícitas, ni tampoco en la política. Es una novela de
Ernesto y su enfrentamiento consigo mismo. París representa el enfrentamiento
en dos planos temporales; por eso se puede sostener que la salida de Colombia
no es una sencilla huida, sino un modo de enfrentar directamente el trayecto
entre el pensar y el hacer. La palabra clave que acompaña “enfrentamiento” es
“elegir”, un verbo que aparece también en relación con el protagonista. Aunque
tiene conciencia de la necesidad de salir de Colombia para superar las rutinas
y el estilo de vida que le habían sido programados, su gran problema en Europa
una vez que ha creado las circunstancias de enfrentamiento sigue siendo “¿Qué
hado?” O para ser mas específicos, “¿Qué elijo?” Por lo menos los otros
miembros de su generación eligieron: Camilo Torres eligió la muerte, otros se
decidieron en favor de una vida acomodada. Aun Valdivieso eligió. Pero Ernesto
no había podido tomar esas decisiones, quedándose así hasta el final en su
limbo europeo: “Ernesto se alejó, sin saber qué rumbo tomar.”
Los aciertos
de Años de fuga son numerosos, y casi todos se relacionan con la
estructura que Mendoza ha elaborado tan cuidadosamente. En primer lugar, la
estructura en forma de caleidoscopio aparece dentro del contexto colombiano
actual (García Márquez, Alvarez Gardeazábal, Mejía Vallejo, etcétera) tienden
hacia lo tradicional en la estructuración de la fábula. Aunque ciertamente la
estructura de esta novela no representa del todo una novedad dentro del marco
de la narrativa hispanoamericana, Mendoza se ha afiliado con los pocos
innovadores colombianos que han podido narrar una historia eficazmente más allá
de los cánones de la novela decimonónica. Pero ante todo, es una estructura
apropiada, y por eso hay que verla como un acierto: como novela que intenta
revelar los cambios de generaciones la forma funciona magistralmente; como
análisis del protagonista los intercapítulos son especialmente eficaces.
También es
desafiante a nivel político. Mendoza se ha atrevido a tomar una postura crítica
ante la izquierda tradicional, y sin caer en una posición sencillamente
negativa o conservadora. La crítica implícita aparece con la caracterización de
los jóvenes supuestamente revolucionarios que se presenta en las fiestas en el
“presente”. La manera en que esos jóvenes atacan la posición política de
Ernesto simplemente no convence; al contrario, sobresale su ingenuidad ante un
hombre que ha visto el proceso político desde la época de Gaitán. Ernesto se
caracteriza como un hombre políticamente honesto que se ha negado a aceptar
unos clisés y unas modas políticas evidentemente gastados.
Si Años de fuga sufre de alguna
habilidad, se encuentra, a mi juicio, en el modo de concebir algunos aspectos
del protagonista. El asunto del “enfrentamiento” y del “elegir” suena a veces
algo deja-vu; se emplea un lenguaje existencialista algo passé. Aun la
idea de llevar el “elegir” existencialista al marco marxista ha sido ya
bastante novelada, especialmente en la literatura hispanoamericana de los
últimos treinta años. Mendoza, como Ernesto ha sido hasta cierto punto víctima
del hecho de pertenecer a una generación, y ciertamente la ayuda es la de los
encuentros existencialistas.
Dentro del
marco colombiano hay que ver Años de fuga como una contribución valiosa.
A primera vista se trata de un asunto ya novelado por Caballero Calderón (El
buen salvaje) o Albalucía Angel (Los girasoles en invierno) de las
experiencias del colombiano radicado en París. Los ejemplos latinoamericanos
abundan. Pero esta novela no es precisamente el caso común y corriente. En
primer lugar, a diferencia del patrón decimonónico, y aun de los recientes (Los
girasoles en invierno), no es una novela de experiencias adolescentes, ni
tampoco de las primeras experiencias europeas. Al contrario, el foco de la obra
realmente es América Latina. La visión de la realidad latinoamericana es
generacional; la pregunta que plantea Mendoza es la siguiente: ¿cómo han
reaccionado dos generaciones después de Gaitán ante la realidad colombiana? La
actitud es muy crítica. Tanto su perspectiva generacional como su visión de
Colombia desde el exterior lo acercan a escritores como Oscar Collazos (Crónica
de tiempo muerto, Los días de la paciencia) y José Stevenson (Los años
de asfixia). El empleo de la técnica narrativa y de la estructura hace de Años
de fuga un ejemplo por excelencia de las posibilidades que ofrece la nueva
narrativa para superar el tecnicismo por el tecnicismo.
Los pañamanes de Fanny Buitrago, su
primera novela desde el principio de la década, marca una nueva etapa en su
obra narrativa que comenzó con Bahía Sonora (1976), un volumen de
cuentos. [2] Dejando atrás la estructura compleja y la novelización de un
concepto que caracterizaba a Cola de zorro, las dos obras del nuevo
ciclo versan sobre una isla en el Caribe. Tal vez la mejor introducción a Los
pañamanes y la isla sean las palabras de la autora de la “Noticia” que
precede a los cuentos de Bahía Sonora:
Aunque las exóticas leyendas de tradición oral dicen
que la isla de San Gregorio fue descubierta por el Almirante Cristóbal Colón en
su cuarto viaje, los escasos historiadores del archipélago de San Gregorio y
Fortuna niegan rotundamente tal afirmación.
Ubicada en los mapas del siglo XVI la isla fue
baluarte de bucaneos ingleses, contrabandistas holandeses y aventureros
mercenarios, la hez y la gloria de los imperios colonialistas. Colonizada por
un grupo de puritanos ingleses, tal vez de 1630 a 1635, fugitivos de una Europa
acosada por las persecusiones religiosas quienes desde un principio llevaron a
sus esclavos negros –irrumpe en la leyenda de la piratería mundial a causa del
temible pirata Henry Morgan-. Poblada y despoblada continuamente. Dejada por
años en el olvido. Repentinamente objeto de luchas diplomáticas o escondite de
esclavos rebeldes, saturada por una ventisca de rapiña y de vudú, aglutina una
serie de mitos que se proyectan como una hacha ensangrentada sobre su pequeña
superficie. [3]
Este es el
mundo de que Buitrago evoca en Los pañamanes. En este caso el vehículo
que la autora emplea para novelizar este mundo es el descubrimiento de unos
documentos de archivo de una de las personas más distinguidas de la isla,
Gregorio Saldaña. La primera página establece esta situación con una carta del
gobernador, escrita después de la muerte de Saldaña:
Como don
Gregorio no dejó bienes personales ni testamento –ya que gastó su inmensa
fortuna al servicio de la comunidad- me permitió enviarle su archivo personal,
con la esperanza de que a través de sus páginas usted pueda reconstruir parte
de la historia ignorada de nuestra isla y los hechos importantes de la vida de
nuestros gloriosos antepasados. [4]
El impulso generador,
entonces, es recuperar la “historia ignorada” de la isla. Efectivamente el
enfoque de la novela es la isla más que un protagonista específico. Aunque la
novela comienza con la juventud de Gregorio Saldaña y termina con su muerte, se
narra su historia continua, no la de una serie de habitantes de la isla. Consta
de unos dieciséis capítulo, cada uno con textos del archivo y narraciones por
un narrador fuera de la fábula. Estas narraciones que son la mayor parte de la
narrativa total, la hacen una novela bastante tradicional. Las técnicas de
caracterización también son sumamente tradicionales: nos describen la historia
individual y el carácter de los personajes al introducirlos. Los textos del
archivo son una verdadera cornucopia: cartas, historia de la isla, poemas,
pasajes de periódicos, y hasta una receta para empanadas.
Lo atractivo
de la isla –y de la novela- se encuentra en la síntesis de elementos que hacen
de la isla un mito. Todos estos elementos se funden, pero giran alrededor de
dos polos a primera vista irreconciliables: por una parte observamos un paraíso
exótico; por otra es un lugar de los excesos y corrupciones más descarados del
capitalismo. El paraíso exótico es donde siguen contándose y creyéndose las
supersticiones medioevales. Es donde la mezcla de culturas y de razas ha
producido una gente aún distinta de la de los países latinoamericanos y
Colombia. Tal vez la mejor expresión de este mestizaje particular de San
Gregorio es la caracterización de Goyo Saldaña: “Goyo Saldaña ignoraba que él
no era ni blanco ni negro ni indio ni chino ni mulato, pero parecía tener una
mezcla de todo ello. Su aspecto era exótico, aterrador en el desenfreno de una
belleza que el desasosiego y la ira transformaban inmediatamente en fealdad”
(p.22). La otra isla, la de las contrabandistas, de los aventureros en busca de
la fortuna o el poder, de los profesionales en los juegos y de los arribistas,
también ofrece la promesa de un paraíso: todos los que actúan en este ambiente
anhelan un mundo ideal de riqueza. Ve alrededor de sí a los actores célebres y
a beautiful people. En fin, es una versión moderna del mito de El
Dorado, un “paraíso sin impuestos”. Buitrago ha empleado una isla fuera del
territorio continental, pero los dos extremos de la síntesis cultural –el
paraíso exótico y el crecimiento moderno desenfrenado- tal vez son la esencia
de fenómenos netamente colombianos. La creación de mitos, en vez de la
destrucción comentada en autores como Alvarez Gardeazábal y Parra Sandoval,
coloca la obra de este ciclo de Buitrago más en la línea de García Márquez,
Gómez Valderrama y Flor Romero de Nohra.
La primera
novela de Fernando Cruz Kronfly, Falleba, como la de Darío Ruiz el año
anterior, es una hazaña técnica.[5] Por medio de una serie de recursos técnicos
bien exigentes, evoca las percepciones del presente inmediato y las memorias
del protagonista moribundo, Uldarico. La novela total consta de unos trece
capítulos que abarcan, en el nivel presente, un solo día, el último, en la vida
de Uldarico. El presente es un momento de crisis extremo: sufre una angustia y
confusión que se relaciona no sólo con sus memorias torbulentas, sino que hasta
limita sus capacidades para percibir el mundo objetivo que lo circunda. El
primer capítulo presenta esta circunstancia presente como un “laberinto de
mierda”, lo cual parece sugerir algo comparable al mundo terrible e ilógico de
un Kafka o, para hablar en términos colombiano, un Zárate Moreno. Pero
desgraciadamente el autor no desarrolla esta línea, sino que la mantiene en un
estado estático a lo largo de la novela. Este nivel ofrece, no obstante, varios
aspectos irracionales, como por ejemplo la falta de explicación a su muerte: “Y
delante de esta especie de muerte lenta e inevitable que no obedecía a causa
alguna conocida…” (p.156). La crisis generada por la muerte recuerda los
procesos de La muerte de Artemio Cruz (1962) de Carlos Fuentes, hasta
con el paralelo del fugaz amor perdido: Pensilvania en Falleba funciona
como Susana en la novela de Fuentes. El logro fundamental de la novela es el
haber captado el estado particular del protagonista durante el día en cuestión,
a través de percepciones a menudo sorprendentes. En términos técnicos, la
aventura de Cruz Kronfly se deriva directamente de El otoño del patriarca:
el empleo de frases casi indefinidamente largas, de cambios de voces dentro de
estas frases interminables, de puntuación novedosa y del verbo “ver”
continuamente, son todas técnicas de la última novela de García Márquez.
Otra novela
premiada del año, Cuando pase el ánima sola, ganadora del Premio
Nacional de Literatura Vivencias, aparece en la escena literaria como
primera obra de un escritor de más de cincuenta años, Mario Escobar Velásquez.
Y aparece de un modo ruidoso porque, además de ganar el premio, es una novela
chocante. Es un verdadero catálogo de aberraciones humanas: en el primer
capítulo un personaje fornica con un árbol; hay innumerables matanzas y
venganzas; uno de los personajes centrales queda castrado. Manifiesta así una
violencia bastante chocante, comparable a la que se encuentra en los cuentos de
Alvarez Gardeazábal. Pero Escobar Vázquez muestra la otra cara de la moneda:
mientras Alvarez Gardeazábal trata la violencia casi siempre de un modo
exterior –con un estilo periodístico apreciado en Cóndores no entierran
todos los días- Cuando pase el ánima sola es casi toda una visión
interior. La novela consta de una serie de monólogos interiores que revelan las
circunstancias de los distintos personajes y su reacción ante los
acontecimientos grotescos que atestiguan. Además de los monólogos interiores el
autor emplea diálogos y cartas así que el lector participa activamente en la
síntesis de estos tres tipos de narraciones y en la organización de los
eventos. Al fin y al cabo el lector queda igual que los personajes, pasmado
ante un mundo violento, y lo que es aún más aterrador, un mundo inexplicable. O
como dice uno de los personajes: “Esas son las cosas sin explicación, de otro
mundo que no es el de uso diario, y contra los cuales se quiebra el orden de lo
conocido.”[6] Tanto la aproximación a la violencia como el empleo de la técnica
narrativa indican que a pesar de ser una primera novela, Escobar Velásquez no
es ningún novato en el arte de narrar.
En el mismo
año en que Años de fuga toma una actitud crítica ante algunos proyectos
revolucionarios ingenuos, El magnicido de Germán Espinosa versa sobre un
gobierno con un programa revolucionario. A primera vista se podría ver la
novela como una especie de versión socialista de novelas como El otoño del patriarca
y Los sueños del poder. De hecho, el jefe se apodera del gobierno al
derrocar a un déspota que bien pudiera haber sido un general como el de la
novela de García Márquez –El magnicidio comienza donde termina El
otoño del patriarca-. Pero fuera de esta coincidencia Espinosa no comparte
las preocupaciones centrales de los novelistas de los dictadores
latinoamericanos. En estas novelas, por ejemplo, el cómo se consigue el poder
es a menudo un asunto bastante ambiguo; en El magnicidio los
guerrilleros lo toman conscientemente con las armas. Las novelas de los
dictadores presentan el poder como una abstracción intangible; la obra de
Espinosa no versa sobre la naturaleza del poder sino que desarrolla las
intrigas y las luchas internas que rodean este poder. La preocupación principal
de Espinosa se resume en la pregunta ¿cómo se realizan los ideales de una
revolución socialista? Los obstáculos que enfrentan –la actitud hostil de los
países industrializados occidentales y las dificultades de no aliarse con ninguno
de los superpoderes- se ligan directamente con países como Cuba y Chile de
Allende. Técnicamente la novela refleja el refinamiento de un autor que publicó
su primera novela hace nueve años. Emplea constantemente una Segunda persona
(“tú”) para revelar los pensamientos de los personajes principales. Representa
un paso adelante en la narrativa de Germán Espinosa.
Ejemplo del
“buen escribir” tradicional comparable en este sentido a la primera novela de
Germán Espinosa –y también con novelistas como Soto Aparicio y Gómez
Valderrama- es La casa infinita, la primera novela de Augusto Pinilla.
Narra los altibajos del estado anímico del joven protagonista que va
experimentando sus primeras aventuras amorosas. Dado que el foco de la obra es
una especie de viaje espiritual, hay cierta veracidad en la comparación con
Herman Hesse que se encuentra en la solapa. El buen escribir aquí consiste en
una adjetivización sumamente decorosa. El uso –y a veces casi abuso- de
imágenes, también califica el lenguaje del “poético”, pero hay que notar que es
una poesía bastante tradicional. Tiende a explicar los cambios del espíritu del
protagonista. Además de explicar directamente cómo son los personajes, y cómo
cambian, tiende a dirigirse al lector para comunicar su mensaje sobre la
naturaleza del universo. La última frase de la novela, por ejemplo, dice lo
siguiente:
Estaba
seguro de que este mundo siempre tendrá cabos para resultar tan fabuloso como
cualquier leyenda de gigantes y monstruos y de que la prolongación de la pregunta
seguiría conduciéndolo a todas las demostraciones de la identidad de la materia
universal en sí misma y de que las diferencias estaban sólo en sus muchas
formas posibles y en eso caminaba bajo la noche pensando en el futuro vino, en
Clara Luz y en toda la fiesta de los amigos reunidos, hasta Bruno, que había
prometido llegar ese día. [7]
Tanto los
elementos ya observador como la estructura decimonónica la hacen una novela que
pudiera haber sido escrita, en términos técnicos, en el siglo pasado. El lector
que se identifica con el lector ficticio novelizado en las novelas de Soto
Aparicio podrá apreciar los aciertos de la narrativa de Pinilla. [8]
El lector ficticio que caracteriza Benhur Sánchez
Suárez en A ritmo de hombre no es un lector del todo sofisticado, aunque
éste sea tal vez el mejor esfuerzo del autor hasta el momento, Sánchez Suárez
pide ante todo paciencia de su lector porque éste tendrá que leer unas 154
páginas de caracterización antes de llegar a la acción y el desenlace en las
diecisiete últimas páginas. Los cinco capítulos que preceden este desenlace
caracterizan a cinco personajes claves en la huelga con que la novela termina.
La primera sección, “Magdalena María”, es narrada en la Segunda persona “tú”) y
el personaje muestra su sentido de culpabilidad por su falta de compromiso con
los acontecimientos. Los otros personajes centrales son un cura, un político,
un maestro que dirige un sindicato y un campesino. En vez de tener cada uno su
propia narración, después del primero, los capítulos incluyen narraciones por
un narrador omnisciente junto con las palabras o las ideas de del personaje
central. El mensaje de Sánchez Suárez sigue siendo bastante evidente dado su
carácter repetitivo, tanto en su obra total como en cada novela individual.
El tejemaneje, la Quinta novela de
Héctor Sánchez, sirve como otro eslabón en su testimonio total. Como tal
representa una continuidad en una narrativa bastante constante, según se ha
observado, desde Las maniobras y Las causas supremas: se preocupa
por la calidad de la vida del individuo y por la palabra. Aquí el personaje
central, Maximinio Pujuil, contempla la vida y la sufre tal como sus
antecesores. Sánchez tiende a comunicar su visión del mundo a través de las
palabras o los pensamientos de Pujuil: “Lo bueno de la vida, reflexionó por su
parte el Pajuil, era que todo el mundo andaba loco de remate.”[9] Desde las
primeras líneas el narrador establece lo que es la vida del protagonista: “La
vida parecía pactada como un perseverante felonía.” Sin significación
auténtica, la acción del hombre aparece como un simple movimiento –y otra vez
volvemos al sentido de todo como meros juegos y maniobras-. Técnicamente la
narrativa misma funciona en el mismo nivel: el narrador maneja la palabra con
un sentido de juego semejante. Al describir una mentira de uno de sus
personajes, pone más énfasis en el juego, por ejemplo, que en el contenido:
“Mentira mal vendida, porque tres tristes trueques trabajosamente atravezaban
triunfantes…” (p.37). Puesto que El tejemaneje no manifiesta ninguna
novedad en la trayectoria novelística de Sánchez –aun que es una contribución
valiosa- el lector puede preguntarse si después de haber cumplido ya toda una
década dedicada a las mismas preocupaciones, tal vez en los ochenta le corresponda
superarlas.
La jaula de las mariposas vale la pena de ser
mencionada aquí por representar un tipo de novela bastante escrita, pero poco
leída en Colombia. La primera novela de Humberto Wilchez Vera, concursó en el
Premio de Novela Plaza & Janés en 1979, en que no fue premiada. Es un
homenaje poético –casi un largo poema en forma de prosa- al espíritu de América
Latina. Expresa así una especie de arielismo algo tardío. Es una novela
pretenciosa en el sentido de que intenta y promete muchísimo más de lo que
Wilches Vera o casi cualquier novelista con la posible excepción de los más
profesionales y experimentados- sería capaz de armar. Las primeras líneas de la
novela, por ejemplo, son los siguientes”
Soy hijo
natural de América. Fui engendrado a la sombra de un árbol que camina. Nunca
puede pensar en voz alta y cuando intenté hacerlo, me fusilaron la garganta con
balas de silencio. Cerraron sus oídos a la palabra del Hombre. [10]
La obra
consta de unos catorce capítulos narrados por el protagonista que declara
abiertamente su afecto por los países latinoamericano –comenzando su narrativa
en la Argentina de los cuarenta y terminándola en Colombia-. Aunque la
evocación de aspectos de la cultura latinoamericana tiende a caer en los
lugares comunes y los estereotipos, el proceso del despertar cultural e
intelectual del adolescente –su rite de passage cultural- es el elemento más atractivo de la novela. La jaula
de la mariposas, como muchas de las novelas que se escriben en Colombia y
que se envían a los concursos, muestra cierto talento artístico, pero
representa una etapa apenas profesional o tal vez preprofesional. Hay que ver a
esta novela, como ocurre con un gran número de las novelas no premiadas, más
como una futura que como una obra poco lograda en el presente. [11]
Las
muertas ajenas de Manuel Mejía Vallejo, su Segunda novela de la década,
ofrece varios puntos de comparación reveladores en yuxtaposición con su novela
anterior, Aire de tango y las novelas del año. Aunque crea una
radiografía de la sociedad colombiana, es principalmente una novela del
proletariado urbano. Narra la vida de una capa de la clase obrera que va de
oficio en oficio, de un trabajo en otro, ganándose lo mínimo para sostenerse. A
veces ni sobreviven. Es el mismo pueblo que fue el foco de Aire de tanto,
los que frecuentan los bares del tanto para escuchar las canciones de Gardel (o
Jairo) en el Barrio Guayaquil. La novela anterior crea mitos populares que
provienen del pueblo; en esta novela el pueblo mismo funciona de héroe. El
ambiente de la novela huele metafórica y literalmente a muerte, de modo que el
mundo ficticio no tiene la calidad idealizada de Aire de tango. Mientras
en la novela del cantante todos aspiraban a algo superior a lo que los rodeaba
–y encontraban refugio en el artificio del arte- aquí no existen medios o
artificios para tal superación. El “aire” intangible del tango, de este algo
ideal y siempre inalcanzable, se suplanta por un aire todo mundano de la vida
callejera”
Este es el
aire de mi ciudad, éste es el aire. Llanto en algún lado, gritos en otro,
silencio y pena y esfuerzo y vagancia. Aire de gasolina y humo, de bruma y
cielo azul, de montañas verdeamarillas, de tangos y bambucos. Este es el aire
para borrachos y regenerados, para víctimas y negociantes de arriba, del medio,
de sospechosas alturas, de suburbios caricaturescos. Este es el aire de
alcantarilla y romero, de comunicación y rechazo, de muerte y resurrección.
Aquí el hombre común, más agresivo mientras más apretujado, con esperanzas de
doble filo. [12]
En su
afirmación en el pueblo se acerca más a la actitud de una novelista como
Buitrago en Los pañamanes, que narra de las tradiciones populares.
Yuxtapuesta con las novelas de jóvenes como Sánchez Suárez y Wilchez Vera,
estas últimas obras hasta parecen algo simplistas, aunque los tres tienen los
mismo intereses en el pueblo colombiano. La visión final de Mejía Vallejo en el
último capítulo –una escena caótica y negra- no manifiesta las soluciones
fáciles de aquellos dos escritores. Lo intangiblemente ideal en Aire de
tanto es igualmente amenazante en esta última expresión novelística de la
década.
Se terminó
la década de un modo apropiado para un estudio como éste que intenta mostrar,
entre otras cosas, la vitalidad y alta calidad de la novela colombiana actual:
se publican unas diez novelas dignas de leer y estudiar durante el año. Al
menos dos de ellas –Años de fuga y Las muertas ajenas- son
comparables a cualquier novela hispanoamericana del año. Es posible que Los
pañamanes, El tejemaneje y Cuando pase el ánima sola sean
consideradas en la mima categoría. Otros factores apuntan al futuro saludable
de la novela colombiana. Dos de las novelas destacadas, Años de fuga y
Cuando pase el ánima sola son primeras novelas de sus respectivos autores y
fueron premiadas. Otras dos primeras novelas manifiestan la diversidad de los
jóvenes nuevos: por un lado la muy experimental Falleba y por el otro la
bastante tradicional La casa infinita. Las diversas aproximaciones a la
realidad social surgen al comparar Años de fuga, A ritmo de hombre y
Las muertas ajenas. La novela de Mendoza pone en duda la sencillez de
soluciones planteadas por una novela como A ritmo de hombre. Al mismo
tiempo Las muertas ajenas, de poco contenido abiertamente político,
manifiesta una afirmación arraigada en el pueblo colombiano, y en este sentido
es probablemente más eficaz, por ser también una obra más estéticamente
lograda, que una novela como A ritmo de hombre aun a nivel político. La
calidad general de las novelas de la década, la creciente madurez artística de
los jóvenes que publicaron sus primeras novelas a pesar de la gran sombra de Cien
años de soledad y el trabajo fervoroso e innovador de los novelistas
colombianos en la Segunda mitad de la década son todos factores que apuntan hacia
un futuro inmediato igualmente enriquecedor al de la experiencia de los
setenta.
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